Natalia Oreiro acaba de cumplir 45 y podríamos decir que lleva un poco más de la mitad de su vida viviendo en la Argentina. Es una de las actrices y cantantes uruguayas más queridas en nuestro país y muchas cosas todavía no se conocen de su intimidad.
La mujer que encontró el amor de la mano de Ricardo Mollo confió hace poco que tiene una obsesión un tanto especial y poco común. Entre las confesiones que ha hecho de su vida más privada está la más escatológica de todas: “Colecciono piedras e inodoros antiguos”.
“Me gustan, de finales de 1800. Son verdaderas obras de arte. El mundo va hacia un costado práctico y desechable, pero antes los pintaban artistas. No soy coleccionista, pero tengo varios guardados. Me gustan las antigüedades de demolición”, confió en una entrevista reciente.
Además comentó que no es obsesiva pero que sí le gustan “ciertas cosas de determinada forma”: “Me encantan los lugares simétricos y que esté ordenado el espacio donde voy a estudiar. Como viajo mucho, embolso todo lo que es del baño porque me da miedo que se derrame. Pero es más por practicidad, alguna vez llevé un dulce de leche en el equipaje y se abrió”.
Qué es la misofonía, el trastorno que padece Natalia Oreiro
Cuando le consultaron a Natalia Oreiro qué le incomoda de ella misma no dudó en responder: “Mi misofonía”.
Y explicó: “Un tema que tengo con ciertos ruidos que generan las personas y me causan ansiedad. Desde chica me hace sentir muy vulnerable. No tiene cura, es neurológica, de las llamadas ‘enfermedades raras’. Cuando las personas descargan ansiedad con algún movimiento a repetición, las personas con misofonía absorbemos esa ansiedad”.
La misofonía llega a causar irritabilidad, rabia o estrés ante ruidos muy sencillos como masticar un chicle, golpes en el piso o un sonido de campana. También se la conoce con el nombre de síndrome de sensibilidad selectiva al oído.
Susana Domínguez, fonoaudióloga de la Unidad de Acúfenos e Hiperacusia del Hospital Italiano de Buenos Aires y miembro de las asociaciones argentina y española de Audiología, explicó en La Nación: “Es un vocablo griego: miso –odio– y phono –sonido–. En nuestra experiencia observamos que se trata de una condición neurológica asociada a experiencias negativas del pasado del paciente, que le generan esa aversión a los sonidos. Si no se trata, con el tiempo empeora y los limita tanto que a veces dejan de hacer cosas, como ir a trabajar”.