De cara al Pacífico entre tequila y mariachis, Puerto Vallarta se abre sobre la bahía de Banderas, la más grande del país, con un malecón que es pura inspiración. Son dos kilómetros de colores amontonados entre el océano y la ciudad de rostro colonial que se trepa a las sierras valiéndose de sus callejuelas adoquinadas. El paseo marítimo inicia en el tradicional Hotel Rosita y se extiende hasta la zona Romántica pasando por los Arcos, aunque un poco más también.El atardecer entre esculturas de bronce y figuras de arena, se pasa caminando lentamente como para retrasar a febo, con una Michelada. Y antes que las estrellas hagan su show nocturno los aromas explotan y las tripas se hacen escuchar.
Resulta que Puerto Vallarta es el segundo destino gastronómico de México y ofrece desde el tradicional pescado embarazado (que en realidad es en-vara-asado), perfecto para saciar el antojo durante un paseo en el malecón, hasta veladas en restaurantes de talla internacional. Eso sí, no hay que privarse de los puestos callejeros. Hay que probar la tuba, la bebida típica y refrescante hecha a base de agua de palmera, azúcar, manzana y un picadillo de nuez y almendras. También el elote -choclo en grano, que se come con cucharita-, plátano frito y licuados de frutas tropicales que mientras hidratan dan el toque mexicanísimo al momento. Con la mirada hacia la playa los bares se llenan cada noche con micheladas, cerveza con chile y un ceviche de camarones como toque final.
Ahí quizá piense en mañana, en emprender aventuras submarinas o dirigirse a las nubes, a 2500 metros de altura para hacer trekking o rappel. Quizá conocer una finca cafetalera, un jardín botánico que es una hermosura, ideal para observar aves y orquídeas, una cascada y su poza prístina, formaciones rocosas que emergen de entre las olas. Con el último trago decimos: mañana será otro día.
Una vueltita
Como epicentro citadino la Plaza de Armas, lugar de encuentro, de conciertos, presentaciones culturales, exposiciones de arte y es el centro de la celebración de las fiestas patrias, pero los domingos se convierte en una maravillosa pista de baile del Danzón luego de que los locales van a misa. La iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, su hermosa arquitectura y su famosa corona son ineludibles. Las estampitas y los rosarios, como los milagros se esparcen por allí. Caminar con algún sombrero bajo el sol matutino y valerse de alguna de esas aguas frutales para llegar hacia el nuevo muelle, muy moderno él, es buena idea. Los barcos, las aves buscando su sustento y los que van y vienen con sueños de mar.
Alguien propone llegar hasta la isla Cuale, que es precisamente donde el río homónimo se une con el océano. Allá vamos, la ínsula se divide en dos zonas, una donde se encuentra el Centro Cultural, se puede caminar, hacer ejercicio y es obligatoria la foto en el puente, revestido con cerámicas de colores, que unen el trozo de tierra con a la famosa zona Gringo Gulch. El otro lado se encuentra conectado con la extensión del Malecón nuevo y las artesanías como los bares llenan el sitio.
Y entre casonas de otros tiempos y lujos olvidados, aparece la casa Kimberly, con el puente que la une a la casa de enfrente. Esta mansión le obsequió Richard Burton a Elizabeth Taylor mientras filmaban allí La noche de la iguana, allá por 1963. Desde aquellos días Vallarta es sinónimo de destino romántico.
De arenas, mar turquesa y películas
Los 350 días de sol, la simpatía de la gente que siempre es atenta, y las posibilidades de tirarse en la arena o hacer alguna actividad en más de una docena de playas, también lo catapultan como destino vacacional para todas las edades. Una sumergida en el Parque Marino los Arcos al sur de la ciudad donde pequeñas islas de granito que sobresalen de la superficie y crean un ambiente propicio para muchas especies. Por eso patas de rana, antiparras y snorkel para husmear entre cuevas y túneles que la naturaleza de estos arrecifes ha formado con el paso del tiempo.
Ahí nomás, Mismaloya, cuenta con una hermosa playa rodeada de selva, y un sinfín de propuestas culinarias para degustar todos los sabores del mar en pequeños restaurantes. También hay lanchas que llevan a las playas sureñas y a hacer buceo o snorkel. Aquí también hay recuerdos del filme "La noche de la Iguana". En esta zona, río arriba se encuentra el Edén, sitio perfecto para nadar en las pequeñas piletas formadas por las grandes piedras. También escenario de otra famosa película, Predator protagonizada por Arnold Schwarzenegger.
Luego de probar las arenas de la costa de la urbe, es bueno embarcarse hacia las islas Marietas, a 40 km de Puerto Vallarta. Se jactan de ser un santuario ecológico, y lo son. Cuentan que allí los nativos realizaban sacrificios, que los piratas escondían tesoros y que luego Jacques Cousteau la señaló como reservorio natural, desde aquel momento se cuida y ya no se hacen pruebas navales en el granítico suelo que emerge del Pacífico. De hecho, fueron declaradas Reserva de la Biosfera por la Unesco, se puede hacer snorkel en los arrecifes que las rodean, y nadar en las aguas cálidas y color esmeralda.
El guía señala, pez trompeta, el ángel rey, además se pueden ver mantarrayas, erizos, pulpos y miles de peces de colores. Por otro lado está la posibilidad de avistar tortugas y delfines entre diciembre y marzo, y un must, las ballenas jorobadas. Y si la marea está baja un pasadizo secreto de agua y roca lleva a la playa del amor, un escondite perfecto.
Tortugas: sean libres
En julio comienza la temporada de liberación de tortugas recién nacidas en Puerto Vallarta. La práctica como en otras costas mexicanas pretende proteger a los pequeños ejemplares de sus predadores naturales, dada su vulnerabilidad en sus primeros días de vida. “El camino hacia el mar puede ser más peligroso de lo que los humanos se imaginan, por ello conducirlas hacia el agua es una apuesta a la vida y a la recuperación de la especie en las costas mexicanas” explican.
Durante 6 meses, de julio a diciembre crear conciencia en locales y visitantes es el objetivo del programa al que adhieren un grupo de hoteles para que sus huéspedes experimenten la maravilla que ofrece la naturaleza. Puede participar cualquier persona, las condiciones son respetar las consignas, tener las manos limpias, saber tomar a los animales, guardar silencio y no destellar flashes. Luego de la charla explicativa sobre el hábitat y las costumbres de las tortugas llega el momento cúlmine, “liberar” una cría de tortuga marina a unos metros de la orilla del mar. La lucha por la vida en vivo y en directo, un espectáculo emocionante. Por la contaminación lumínica es el atardecer el momento propicio, ya que las luces de la costa en la noche desorienta a los animales evitando que salgan de la bahía al mar abierto, donde corren menos peligro.
La evolución dejó su huellas en las recién nacidas que cuentan con un instinto denominado “fototropismo positivo”, que significa que buscan y se dirigen hacia el punto más brillante del horizonte. Esto es, hacia el mar, que siempre brilla más que la arena. Los mega emprendimientos hoteleros y las ciudades, atentan contra este instinto pues confunden a las pequeñas criaturas y las hacen virar en sentido contrario al mar, entrando inclusive a las calles, o permaneciendo en círculos alrededor de las luminarias, siendo presas de gatos y otros animales. De ahí que los sitios donde hay huevos se señalan para que nadie los rompa y para estar atentos al rompimiento de la cáscara, a los nacimientos y así guiarlas hacia el agua.
Por suerte la impronta, una alta sensibilidad a los factores físicos y ambientales que les rodean, les permitirá reconocer la playa como su sitio de origen, para poder regresar al mismo sitio a desovar luego de alcanzar su madurez sexual (entre ocho y doce años). Esta sensibilidad disminuye con el paso de los días por ello deben liberarse ante de las 24 horas.