Al cumplirse hace pocas semanas un nuevo aniversario de la tragedia de la caída del avión TC-48 en 1965, quiero saludar a ese destacado diario mendocino y en especial al periodista Miguel Títiro por su constante difusión de la información referida a ese desgraciado suceso. Tal labor colabora no sólo alejando el olvido sino también alentando las búsquedas las que, más allá de los años, siguen activas.
Por mi modesta y humilde participación en la búsqueda, suelo recibir con pesar, de la gente de mi círculo, la pregunta por qué lo hacemos cuando es natural pensar que tripulantes y cadetes no deben hallarse vivos.
Todos sabemos que la muerte de un ser querido nos provoca un profundo dolor que, de alguna manera, nos anticipa la nuestra. La historia de la humanidad nos demuestra que cuando alguien cercano a nuestros afectos emprende su viaje final, nos cuesta asumirlo y aceptarlo. De igual manera que hemos compartido su existencia, necesitamos aventar su ausencia. Sus restos contribuyen a ello, nos permiten tenerlos cerca. Por ello los cementerios no son un receptáculo de los mismos y las tumbas tampoco son meras manifestaciones de arte funerario.
¿Cómo quitar esa posibilidad a los familiares de las víctimas? Por esa razón, los que proseguimos las búsquedas, nos implicamos en ellas.
Roberto J. Gorostegui
Luján, provincia de Buenos Aires
DNI 4.748.715