"Llévese sólo recuerdos sin dejar signos de su presencia" reza un cartel en la Reserva Provincial Punta Loma, al sur de la ciudad de Puerto Madryn. Puede parecer un pedido obvio pero muchas veces no lo es.
O si no, piense en cuántas oportunidades ha visto a un viajero salirse del camino señalizado para hacer una mejor foto, o llevarse caracoles de una playa de regreso a casa. Quizá hasta haya sido, sin ir muy lejos, usted. Ningún viajero está libre de esas insolencias.
En un mundo globalizado donde las distancias se achican y las posibilidades de viajes se expanden, la industria turística prospera a pasos agigantados. Para la Organización Mundial del Turismo, esta actividad es uno de los sectores económicos que crecen con mayor rapidez en el planeta e iguala o supera al de los productos alimentarios o automóviles.
Sin embargo, existe una contracara de este desarrollo. Lugares que, al mismo tiempo que progresan al ritmo (y el furor) turístico, también sufren el inusitado éxito en sus ecosistemas. La paradoja del pez o la serpiente que se muerden la cola.
En la playa tailandesa Nangyuan- ubicada en la isla Nang Yuan, vecina a Koh Tao- a cada persona que ingresa se le advierte que no puede posar en un pareo ni una toalla en la playa. Sólo se permite sentarse en alguna de las reposeras especialmente dispuestas para ello o directamente sobre la arena.
Antes de partir hay que sumergir los pies en agua y quitarse cualquier rastro de ella. Aquí cada grano cuenta y el flujo de personas que llegan cada día, amenazan con despojarla de unos de sus principales atractivos, su fina arena blanca.
Mientras la Muralla China, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1987, no sólo ha sufrido el desgaste propio de sus siglos de existencia sino también del boom turístico, ya que algunos habitantes han encontrado en sus ladrillos un perfecto souvenir para vender a los viajeros.
Según las autoridades chinas sólo el 10% de la Muralla se encuentra bien conservada y el saqueo sostenido ha obligado a tomar acciones sobre los ladrones, aunque cuántos se han perdido en el transcurso de los siglos, es algo que nunca se sabrá.
En 2015 la noticia de que las tortugas marinas en Costa Rica no anidaron en la playa debido a la presencia de hordas de viajeros, acaparó más de un titular y puso en alerta el peligro que la masificación turística conlleva. Pero las situaciones no siempre son tan burdas como las de la Muralla o Costa Rica.
En la isla Perhentian Besar en Malasia, un cartel solicita a los viajeros no llevarse los corales secos de las orillas, ya que el blanco y la suavidad de la arena es producto de su milenaria erosión.
Sin embargo, este tipo de situaciones -cada vez más comunes- no suceden sólo en lugares distantes. En nuestra provincia, por ejemplo, la Caverna de las Brujas ubicada en Malargüe se caracteriza por su particular formación geológica donde predominan estalagmitas o estalactitas.
Cada centímetro de ellas supone un período de crecimiento que supera los mil años y la simple desidia o despiste de un visitante, puede suponer una pérdida irrecuperable de las que ya hay antecedentes.
Los ejemplos -tristemente- son muchos y dejan al descubierto que la presencia humana afecta, en mayor o menor medida, a todos los ecosistemas, ya que algunos son más vulnerables o frágiles que otros.
Pero no se trata, por supuesto, de dejar de viajar ni de visitar sitios turísticos, aunque sí de pensar en un turismo responsable y consciente que tenga su mirada puesta en la conservación y preservación a largo plazo.
Como viajeros debemos practicar más esto de llevarnos sólo recuerdos y evitar dejar signos de nuestra presencia.