Reflexiones sobre el silencio

Reflexiones sobre el silencio
Reflexiones sobre el silencio

Hace unos pocos años el ruido se escuchaba afuera. Teníamos que salir de casa para escuchar ruido. Hoy por hoy, el ruido es ya una presencia hogareña que atenta de forma preocupante contra nuestro derecho al silencio. El ruido, se sabe, es una herramienta de control social porque una ciudadanía aturdida no piensa, que es el requisito fundamental para dejar de ser rebaño con pensamiento único. El silencio, en cambio, es una herramienta liberadora porque nos permite pensar, crear, inventar, componer, acordar, discrepar, proponer, elegir. Un ciudadano que pueda disfrutar del silencio (externo e interno) es un peligro para los que no quieren que pensemos porque puede derrumbar el andamiaje de dictaduras a las que no les interesa el individuo sino el rebaño.

Los cultores del ruido nos pretenden imponer sus gustos musicales pues cuando están, por ejemplo, toda una noche con una fiesta regaetonera, con infernales amplificadores que proyectan las ondas sonoras por todo el barrio, no les importa nada de nada, si hay vecinos descansando o si hay gente que desea escuchar folclore o cualquier otro tipo de música. O si hay gente que prefiere leer o estar en silencio. Es tal el aturdimiento auditivo que los domina, que ya ni se dan cuenta de que a causa del exceso de decibeles en que incurren, no solamente no se puede dormir sino que tampoco se puede descansar, trabajar, estudiar o conversar en paz. Ese vecino que debió padecer por más de 8 horas esa música disruptiva queda, al cabo de ellas, literalmente exhausto, con sus pulsaciones elevadísimas y con un estrés que lo coloca al borde de un infarto.

Otro ejemplo de falta de respeto que atenta contra el derecho al silencio es el vecino que cada vez que regresa a su casa, se anuncia con bocinazos y llega con el estéreo con el que se viene aturdiendo mientras maneja y que no apaga hasta que se baja del auto. O peor aún: que tiene una alarma domiciliaria no monitoreada y que suena hasta que a su dueño se le ocurra regresar a su hogar.

Un exceso comprobable de decibeles que atentan contra el silencio es el fondo musical de muchos comercios cuyas vidrieras ya no se pueden mirar en paz ni se puede entrar en los mismos porque el ruido (¿música?) es atronador y espanta al cliente. Agreguemos a ello que muchos adolescentes creen que “divertirse” es agruparse como enjambres en boliches en los que, además del exceso de decibeles, hay amontonamiento humano debido a que los mismos parecen madrigueras en las que no se respeta la admisión numérica recomendada.

Asimismo, un tema muy delicado que atenta contra el derecho al silencio son los recreos de los colegios con música estruendosa, que no permite a los alumnos reacondicionar su mente para pasar de una materia a otra y les impide conversar con sus pares para relacionarse desde el diálogo y no desde el ruido. Después de estos atronadores recreos se anula una mejor predisposición para escuchar a un profesor porque todavía repercuten en sus oídos los acordes de una verdadera invasión auditiva.

Y si vamos en busca de silencio a las plazas, parques o espacios públicos como campings, siempre hay algún trasnochado narcotizado o alcoholizado que se lleva sus parlantes y literalmente nos frustra nuestro derecho al silencio.

Creo que el silencio es un derecho humano que hay que defender. Pero “defender” no solamente con regulaciones o con multas sino que hay que concientizar desde el hogar, que es la primera escuela y desde la escuela, que es el segundo hogar.

Por eso propongo que dentro de la misma ciudad se recuperen los espacios de silencio que siempre fueron las plazas y parques, se promueva la inauguración de bares o espacios urbanos no solamente sin humo sino también sin música estridente de fondo y que inviten a la intercomunicación verbal de la clientela. Que se garantice el derecho al silencio que es, en realidad, una gran apuesta sanitaria porque, de lo contrario, tendremos un futuro peligrosamente comprometido ya que nos veremos en la obligación de inventar espacios en los que se deba rehabilitar al ciudadano que no quiera aturdirse o en donde se deba desintoxicar al ciudadano que no respete el derecho a no aturdirse que tienen sus pares.  
 
Isabel Baccarelli

Prof. de Lengua y Literatura

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