Como suelo hacer para esta época del año, propondré algo que nos redima del que dejamos atrás, tan penoso, y eso involucra, sin duda, recuperar el humanismo; un humanismo que está desapareciendo rápidamente en aras de filosofías que propician el “piensa primero en ti”, en un alegre “sálvese quien pueda”... Filosofías que activan el mecanismo de la propia supervivencia.
Porque aquello que nos diferencia como personas sociales, es precisamente hasta qué punto nos domina la indiferencia hacia el otro, hasta qué punto podremos dar lugar y prestar atención al que está necesitado, y no siempre en el orden económico: las situaciones más insalvables suelen corresponder a la ancianidad, a la enfermedad y a la soledad.
Por todo esto, me propuse pensar en varias ideas sobre las que creo ya existe alguna parábola al respecto: auxiliar, acompañar al extraño.
Si vivimos en un barrio, podemos ayudar de muchas formas en el club vecinal, en la parroquia –aunque no asistamos a misa–, ya donando juguetes, contribuyendo con algo de comida especial, pero también con regalitos para los adultos. Puede ser un libro nuevo o uno que ya tengamos; un perfume que guardamos para una ocasión especial que nunca llegó; una crema de manos, un tónico floral, un pañuelo de cuello que dejamos de usar hace años…
Mi idea es que hagamos esto teniendo presente algo: que se trata de dar haciendo un pequeño sacrificio, no de dar lo que ya desdeñamos, que también puede ir incluido. Hablo, sobre todo, de buena intención.
Tengamos respeto por el otro, casi seguramente un desconocido: si no podemos comprar algo, busquemos cosas nuestras que, aún siendo usadas, estén en buen estado. Esto lo aclaro porque, en algunas asociaciones de bien público, he visto enviar un zapato muy caro junto con otro que no hace juego, o una media sin su compañera, o una blusa a la que le quitaron todos los botones. O lo que es peor: juguetes rotos y en mal estado.
Mi deseo es que nos dejemos llevar por auténticos sentimientos de fraternidad, no por cumplir con un rito cristiano que se nos impone como una rémora.
Si no tenemos tiempo o salud para ponernos a cocinar, podemos regalar algo envasado; si tenemos tiempo y ganas, podemos hacer una tarta dulce o salada para llevar a alguno de estos refugios sin que se nos desequilibre la economía.
También puede ser esa botella de sidra que siempre compramos y rara vez consumimos porque, si estamos solas, no podemos abrirla.
Si tenemos un vecino de edad –o joven– que pagó su cuota de dolor con la vida de un familiar en esta pandemia, no lo dejemos solo. Según la confianza que haya, podríamos invitarlo con nuestra familia; en caso contrario, visitarlo –previo aviso, por supuesto– y llevarle un obsequio, un dulce para esa noche, una bebida para el café.
Regalemos música que grabamos para nosotros, una tarjeta –¡amo las tarjetas! –, un chocolate, una revista, un libro para los chicos de la familia. Regalemos flores de nuestro jardín: aún las más modestas serán bienvenidas.
Pero, por sobre todo, regalemos afecto y humanidad, empezando por los de casa, siguiendo con amigos y vecinos hasta llegar a aquel desconocido que, como en las parábolas, podría ser un Jesús llamando a tu puerta con el aspecto de un mendigo.
Sugerencias: 1) ¿Pensaron en regalar cajas? Me encantan, ya sean de cartón, de hojalata, de madera, y solo hay que poner una minucia adentro y será un gran obsequio: una flor, una foto, un par de caramelos; 2) Ceder algo que amamos a alguien joven de la familia que siempre lo deseó; 3) Acompañar a un amigo a visitar un hogar de ancianos.