Una de mis distracciones favoritas es ver películas y series, en el televisor o por internet. Me gustan las producciones europeas en general, pero no importa el origen de las propuestas: si encuentro algo bueno, me arriesgaré con otros títulos de ese país.
Siguiendo la recomendación de una amiga que me llamó cerca de medianoche –conociendo mis costumbres– para decirme que había dado con una serie coreana sumamente divertida, comencé a ver Aterrizaje de emergencia en tu corazón.
No era una serie para un premio en Cannes, pero me entretuvo mucho con las dualidades de dos enamorados (una joven millonaria de Corea del Sur, un joven militar de Corea del Norte), separados por irreconciliables ideas políticas. La comenté con mis hermanas y una de ellas se hizo adicta.
Cuando esta serie acabó, comenzamos a buscar otras y encontramos una que podría ser la réplica de la Dinastía norteamericana, titulada Amor (Invitados especiales: matrimonio y divorcio), donde no veremos ni por broma a pobres desarrapados ni a secretarias cortas de ingresos: justo para olvidar los dolores del mundo occidental, ya que del oriental conocemos muy poco.
Y puesta a experimentar, encontré otra serie que me atrevo a calificar de muy buena: Miss Jerusalén, qué, a mi parecer, apenas tiene que ver con lo que consigna internet sobre su trama.
Este melodrama israelí es más profundo, con un dejo a nuestras telenovelas latinoamericanas: comienza en 1919, apenas concluida la Gran Guerra, época de muchos cambios mundiales, cuando ya se intuía lo que sucedería políticamente en Occidente: aunque lejos de Europa, mientras los años pasan sobre los protagonistas, notamos los síntomas que marcarán la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. “Se cierne la tormenta”... ¿No era ese uno de los títulos de las Memorias de Winston Churchill, cuyos tomos todavía recuerdo en la biblioteca de mi padre?
Esta serie cuenta con una excelente dirección, reconstrucción de época, escenarios, color, actores... En fin, me gustó mucho, a pesar del melodrama, y estoy interesada en los capítulos que, creo entender, estrenarán el año que viene.
“Es importante la mente abierta a la hora del cine, pero también que dejemos de ver lo que no nos atrae, por más recomendado que venga”.
Uno de mis amigos suele bajarme películas y series, entre las que incluye –nos conocemos desde hace una vida– algunas que sospecha que pueden gustarme. Así di con una serie sueca, que no me pareció excelente pero sí muy entretenida. Tiene unos cuatro años de filmada y transcurre en Estocolmo, en 1945, según reza un anuncio.
Se titula El Restaurant, y en sus capítulos se nota la tensión que todavía queda en el aire, a través del regreso de uno de los dueños del famoso local gastronómico, lugar que está declinando por las secuelas económicas, sociales y políticas que dejó la guerra contra Hitler.
Entre esas tensiones, mucho tiene que ver el hecho de que los alemanes hubieran adoptado aquel sitio para comer y reunirse, lo que ha dejado resquemor contra los dueños, por más que el hijo mayor peleó con los aliados… y regresa a casa con una refugiada judío-francesa a la que desea ayudar.
Tiene buena reconstrucción de época y perfiles de ética para reflexionar, con una historia de amor entre la joven rica, hija de los dueños del restaurant, y un mozo pobre que quiere destacar como chef a pesar de tener todo en contra.
Sugerencias: 1) Buscar en Internet por qué en la serie israelí a veces los personajes hablan en español; 2) Corea, Israel, Suecia; no tengamos prejuicios contra la cultura de países que desconocemos; 3) Pero recuerden: no deberíamos continuar viendo lo que no nos atrae, por más recomendado que venga por la crítica o los amigos.
*Escritora y columnista de la revista Rumbos. Contenido exclusivo de Rumbos.