Cristina Bajo: “El amor de mi padre por las plantas nativas me acompañó toda la vida”.

Cuando aún visitaba Cabana, yo solía recorrer el camino que bordea el terreno, pasando lista a los molles, espinillos, talas y garabatos que mi familia tanto resguardó.

Cristina Bajo: “El amor de mi padre por las plantas nativas me acompañó toda la vida”.
Cristina Bajo es escritora y columnista de la revista Rumbos.

Nunca he tenido mano para la jardinería, a pesar de que mi madre poseía ese don, y uno de mis recuerdos más queridos es su pequeña figura –esbelta hasta casi los 90 años– sentada en el césped, al lado de un cantero, con un sombrero de paja deshilachado y sus grandes gafas negras tipo Hollywood, desenterrando o enterrando bulbos.

Una de sus mejores cualidades era el humor y la otra, la persistencia. Recuerdo que, si le daban un gajo, lo plantaba primero en una lata –decía que el herrumbre los ayudaba a prender–; y cuando crecían los pasaba a una maceta y después a la tierra.

Desde chica relacioné las plantas con el cuidado hogareño. En la primera casa que construyó papá para nosotros en Cabana, mamá pidió una terraza con canteros sobre una ladera que bajaba abruptamente hasta convertirse en un vallecito, y la cubrió con hiedra rastrera.

El diciembre pasado, la gran escritora cordobesa Cristina Bajo recibió el Premio a la Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes.
El diciembre pasado, la gran escritora cordobesa Cristina Bajo recibió el Premio a la Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes.

Hasta hace unos años, cuando yo iba a Cabana, recorría el camino que bordea el terreno y pasaba lista a los parrales de papá, a la vinca-pervinca de mamá –todavía me queda una plantita en mi terreno de Alto Alberdi–, a las achiras silvestres de flores pequeñas... También contaba los espinillos, los talas, los molles, los garabatos que mi padre tanto resguardó pues sentía un gran respeto por nuestra flora.

Esa veneración por las plantas nativas no evitó que para nuestra última casa comprara una espléndida lambertiana aurea, que plantó cerca de un molle viejo y alto que aún hoy está en pie. El molle no es rápido para crecer, así que ya debe tener más de cien años…

En esta segunda casa, del otro lado del camino en que estaba ubicada la primera, mi padre volvió a levantar un parral, esta vez más pequeño; y cerca de él, un peral, varios tipos de ciruelos, una damasca alta y hermosa que daba frutos riquísimos, y diversidad de citrus. Entre estos últimos no faltaban los quinotos que, hasta hoy, mi hermana Eugenia consigue cultivar en su casa de San Luis del Palmar, en Corrientes, para conservarlos luego en almíbar. Recuerdo también manzanos de frutos rojos y otros verdes, un naranjo y un limonero que, vaya a saberse por qué, nunca prosperó.

“Todavía recuerdo a mi madre, haciendo tareas en el jardín, con un sombrero de paja y grandes gafas negras tipo Hollywood.”

Bajo estas plantas, mamá plantó unas liliáceas a las que llamábamos “brujitas”; y me emociona decir que todavía, de aquellas, a través de tantos años, tengo en mi casa varias plantitas que más de una vez me levantan el ánimo cuando las encuentro florecidas o brillantes de rocío.

En esta última casa, papá extendió la galería de atrás en una terraza que daba a los dormitorios, remarcada por un cantero donde los garabatos la limitaban. Con sus espinas parecidas a las uñas de un gato y sus flores como aromos grandes, de un amarillo casi blanco, invadían con su perfume los dormitorios.

Allí lucían las calas, solo eclipsadas por unos geranios a los que mamá daba importancia llamándoles malvones. Separada por unos metros, esta gran galería limitaba con una pared de jazmines del cielo que, al dar la vuelta, subían por el costado del “cuarto propio” de mi madre, su pieza de costura.

Allí, la pequeña estufa a leña se encendía en invierno, y la biblioteca guardaba sus libros más queridos: El Romancero Gitano, de García Lorca, una edición de lujo, junto a ejemplares baratos de poemas de Amado Nervo, Rubén Darío, Alfonsina Storni, novelas de A.J. Cronin y biografías escritas por Stefan Zweig, sin olvidar Aguas primaverales, de Iván Turguenev, el primer autor ruso que leí.

Sugerencias: 1) Las plantas en interiores propician la armonía; 2) Cultivar la jardinería, aunque sea en macetas, no sólo alarga la vida, la alegra.

* Escritora y columnista de la revista Rumbos. Contenido exclusivo de Rumbos.

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