Cristina Bajo: “Mi madre tenía el don asombroso de mostrarnos lo bello de la vida”

Aunque papá no estaba ausente, en octubre me resulta imposible no recordar a mamá, que en su sabiduría o en su simpleza, me dio las alas para ser quien soy.

Cristina Bajo: “Mi madre tenía el don asombroso de mostrarnos lo bello de la vida”
Cristina Bajo, escritora y columnista de revista Rumbos.

Si tuviera que recordar a mamá... ¿por dónde comenzaría? ¿Por la tarde en que íbamos en tranvía y ella parecía estar en un lugar tan lejano, que hizo que le dijera, preocupada: “¿Mami?”; y ella respondiera de inmediato: “¿Sí, pichoncita?”.

Todavía no iba al colegio, pero aquel “pichoncita” me produjo una emoción tan grande que hasta hoy lo recuerdo: me hizo sentir querida y protegida. Al tiempo que lo decía, mi madre estiró su mano hasta mi hombro y me acercó a ella. Todavía me parece sentir la tibieza de su cariño cuando puse mi cabeza sobre su pecho.

Pero también podría comenzar recordando que mi madre tenía un don especial para el dibujo y la pintura: un viejo cartón que todavía conservo y que ella pintó al óleo cuando aún no se había casado –o sea, hace casi noventa años– muestra un paisaje al estilo de los impresionistas, en ásperas y levantadas pinceladas en tonos tenues, como de un atardecer en la Provenza.

“La recuerdo a mamá trayéndonos al Odeón o llevándonos a tomar la primera gaseosa en El Ciervo y el primer helado en la Soppelsa.”

O podría evocarla a través de sus libros: la barata edición de Aguas primaverales, de Iván Turguenev, los poemarios de Rubén Darío, Azul, Cantos de vida y esperanza, Prosas profanas... O recordarla quizá leyéndonos En Paz, de Amado Nervo, repitiendo aquella frase: “Vida, nada me debes, Vida, estamos en paz” que hoy, como ella ayer, suelo leer en voz alta.

También puedo recordarla en esas noches en que, junto a ella y en la cocina, escuchábamos las grandes novelas por la radio: antes que en el cine o por los libros, supimos quiénes eran los tres mosqueteros por esos novelones de las diez de la noche, cuando las Brontë nos hablaban desde un cementerio y Santos Vega rasgaba un acorde para nuestros atentos oídos.

Imposible no recordarla cosiéndonos alguna prenda de ropa, o esas veces que descubrí que vendría otro hermanito al verla tejer: no le gustaba tejer pero solía hacer las mantillas para la cuna.

Y aún guardo, roto por los años pero no por el uso, un mantel de té, labor inconclusa, con unos perros bordados, rechonchos y ojudos, con los naipes de la baraja francesa, que presagiaban el cambio de vida que significó mudarnos a Cabana.

“La recuerdo cocinando, siempre sin delantal, y de vez en cuando preparando huevos quimbos mientras explicaba el valor de los alimentos.”

Guardar las estatuitas del pesebre era todo un rito con ella: en una caja de cartón, bonita aunque desvencijada, el día 7 de enero le ayudábamos, los mayores –o sea, mi hermano Eduardo y yo – a envolver a la Virgen María y al Niño Jesús, a San José, a los Reyes Magos y a los pastores con sus ovejitas, en papel de seda, acomodándolos con cuidado para que no chocaran entre ellos.

Me sorprende hasta hoy lo que entonces parecía natural: esa predisposición a enseñarnos cuanto pudiera, poniendo a nuestro alcance libros de pintura, cuentos hermosamente ilustrados, cajas de juegos nuevos, llevándonos a ver películas que eran para mayores o a espectáculos de danzas que de vez en cuando se daban en el cine de Unquillo.

Y para los estrenos de filmes infantiles, la recuerdo trayéndonos al Odeón, seguido por un chocolate caliente en la confitería Oriental, o tomar la primera gaseosa en El Ciervo, el primer helado en la Soppelsa y los sándwiches en el hotel Bristol. En cada experiencia de aquel crecer de hace casi un siglo, estaba ella.

Aunque papá no estaba ausente, en octubre es imposible no recordar a esta mujer que, en su sabiduría o en su simpleza, nos dio las alas para ser quienes somos.

Sugerencias: 1) Cualquier día es propicio para recuperar afectos; 2) Hablemos, a los más chicos, de los que ya no están; 3) La familia tiene la estructura de un encaje: no dejemos que se escape ningún punto.

* Escritora y columnista de la revista Rumbos. Contenido exclusivo de Rumbos.

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