Fontanarrosa, el gran cronista futbolero que interpretó la pasión por la Selección como nadie

Con la excusa de la Copa del Mundo de Qatar, editorial Planeta reunió los textos que el gran escritor y humorista gráfico rosarino escribió acompañando a la Selección nacional entre 1994 y 2006. “Quiero verte otra vez” se llama este libro en el que el inmortal “Negro” confirma su capacidad de convertir al fútbol en un universo literario de altos vuelos.

Fontanarrosa, el gran cronista futbolero que interpretó la pasión por la Selección como nadie
El escritor rosarino Roberto Fontanarrosa

Uno de los episodios más legendarios de la historia del periodismo deportivo argentino ocurrió cuando Roberto Fontanarrosa fue convocado a escribir sobre las eliminatorias de la selección argentina y su posterior participación en el mundial de Francia 1998. Armado con una computadora portátil gris que hoy se consideraría total y absolutamente vintage, el Negro se sumó a una troupe de cronistas deportivos y fue acompañando el derrotero de la celeste y blanca, inicialmente con la misión de captar el folclore que rodeaba a los partidos. Pero al tratarse de Fotanarrosa –el Miles Davis del humor gráfico, un artista del delirio- el resultado fue algo inesperado, todo un tratado de realismo mágico futbolero.

De la experiencia –que había tenido una precuela en Estados Unidos 94 y continuó en Corea y Japón 2002 y Alemania 2006- quedaron para la inmortalidad personajes como el pensador y dermatólogo Juan José Serenelli y, por sobre todo, la escasamente infalible pitonisa Hermana Rosa, entre tantos otros. Cuando se cumplen 15 años del adiós del autor y dibujante rosarino, la editorial Planeta acaba de anunciar la aparición de “Quiero verte otra vez”, un libro que reúne cuentos inéditos que “El Negro” pergeñó durante aquellas inspiradas coberturas de 1997 y 1998. Aprovechando la coartada del inminente Mundial de Qatar, estas perlas escondidas vuelven a demostrar una hipótesis que Fontanarrosa desarrolló a lo largo de toda su carrera: que el fútbol es mucho más que un deporte, es un terreno tan propicio como cualquier otro para la literatura, las reflexiones existenciales y, claro, el humor.

De alguna manera, “Quiero verte otra vez” viene a completar el corpus futbolero de uno de los autores más particulares (y populares) de las letras argentinas, en el que se cuentan novelas maravillosas como “El área 18″, compilaciones de relatos cortos como “Puro fútbol” y “El fútbol es sagrado” y aquellos ensayos sobre equipos inmortales reunidos en “No te vayas campeón”. El deporte en general y el fútbol en particular ronda, de una manera u otra, casi toda su literatura, incluso en obras emblemáticas de Fontanarrosa como “La mesa de los galanes” y “El mundo ha vivido equivocado”, que Planeta también acaba de reeditar.

"Quiero verte otra vez", recientemente publicado por Editorial Planeta.
"Quiero verte otra vez", recientemente publicado por Editorial Planeta.

“Minutos después, me encuentro con Eduardo Galeano”, escribe “El Negro” en uno de los relatos inéditos de “Quiero verte otra vez”. “Viste musculosa lila y explica que, como siempre, está mendigando un poco de buen fútbol. Le sacan fotos y se marcha. Luego me enteraré que es falso. Es un Galeano trucho. «Hay como seis o siete —me revela un periodista uruguayo que no quiere que se publique su nombre—. Los pone la Municipalidad para brindar una atmósfera cultural»”. En esta crónica de un anodino cero a cero entre Uruguay y Argentina en el estadio Centenario de Montevideo se resumen varios de los elementos que conforman su fórmula mágica: la fusión de lo real con lo alucinado, el encuentro entre la alta cultura y la cultura popular.

En su faceta de humorista gráfico, Fontanarrosa había maravillado a los lectores de historietas con tiras como “Semblanzas deportivas”, que se publicó a finales de los años 80 en la revista Fierro, luego compilada en un volumen hoy tan mítico como inconseguible de Ediciones de la Flor. En aquellas historietas (de un “profundo inhumanismo”, como él mismo definió) parodiaba de manera alucinante los rituales, las presiones y exigencias del deporte. Para sus fanáticos, “Semblanzas deportivas” será siempre el lugar donde aparecieron personajes surrealistas como “El chancho volador” (un arquero obeso que sacrifica la vida para sacar un tiro bombeado al ángulo), el arquero-pájaro “Caipirinha” y “El conejo Fumetti”, un delantero que evitaba meter goles para que su padre hipertenso no sufriera sobresaltos cardíacos.

El cronista de lo impensado

“La fortuna quiso que en Estados Unidos ‘94 y en Francia ‘98 compartiera, como enviado, todos los días con el inolvidable Fontanarrosa, en la misma habitación desde donde su invencible inventiva futbolera fabricaba los pronósticos de la Hermana Rosa”, recordaba hace unos años el periodista Horacio Pagani, quien suele atesorar aquellos momentos vividos con “El Negro” entre los más preciados de su carrera. Para el humorista rosarino, fanático fundamentalista de Central, la propuesta de escribir –con libertad absoluta- sobre fútbol en las páginas del diario fue tocar el cielo con las manos. “Se apasionaba hasta el extremo de ver todos –literalmente todos- los partidos y discutir en cada sobremesa sobre las virtudes y defectos de la Selección y sus rivales”, evoca Pagani. “Y fue gracias a él que, después del tremendo desconsuelo del caso de la efedrina (en el Mundial 94), pudimos hacerle una extensa nota al propio Maradona en el Aeropuerto de Dallas, en plena madrugada”.

Para Pagani, Fontanarrosa proyectaba la imagen más nítida del hincha argentino, pasional hasta lo inconcebible con su club, Rosario Central, crítico enfervorizado de la Selección. Como autor, su manera de abrazar y expandir el universo literario del fútbol fue tremendamente influyente sobre un sinfín de autores argentinos, latinoamericanos y españoles. Una tribu de feligreses en la que se reconocen tipos como Eduardo Saccheri, Mempo Giardinelli, Juan Sasturain, Jorge Valdano, el español Santiago Segurola y Juan Villoro, entre muchísimos otros.

El mexicano Villoro tiene un cuento entrañable titulado “Yo soy Fontanarrosa”, en el que fabula un bizarro partido de potrero protagonizado por escritores de la talla de Chéjov, Tolstói, Kafka, Hemingway y Joyce. Para Villoro, el rosarino entra sin complejos en ese “dream team” de las letras universales. “Fontanarrosa fue esencial para mi generación en múltiples sentidos –sostiene Villoro-. Primero nos marcó como caricaturista, como dibujante. Yo pertenezco a una generación que en los años 60 y 70 se formó en una tensión entre la cultura alta y la popular. Fontanarrosa sirvió para romper prejuicios entre lo culto y lo popular. Porque era además un grandísimo escritor, entonces nos convenció de que era posible entender el fútbol con cercanía, con conocimiento de causa y al mismo tiempo asumirlo con rigor y con ingenio”.

Pese al extendido reconocimiento de autores de toda Hispanoamérica y el favor del público, “El Negro” convivió siempre con el desdén de la escena literaria. Su estilo y preocupaciones –el deporte, el humor, los códigos barriales, la amistad- no lo hacían potable para ningún canon con pretensiones. “A mí la única Academia que me preocupa es Rosario Central”, respondió una vez al ser consultado sobre el ninguneo condescendiente del mundillo. “De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura, me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: ‘Me cagué de risa con tu libro’”.

De “Hortensia” al Olimpo

A 15 años de su desaparición física, su obra –a diferencia de la de muchas vacas sagradas de la literatura “seria”- no deja de reeditarse y de conectar con nuevos lectores. “El Negro” formó parte de una generación de creadores, humoristas e historietistas que marcó a fuego a la Argentina del siglo XX, varios de ellos iniciados en la mítica y cordobesa revista “Hortensia”.

Durante la década de 1970, su rol protagónico en “Hortensia” lo proyectó a publicaciones de alcance nacional como “Satiricón” y el diario “Clarín”. A partir de ahí, personajes como Boggie el aceitoso e Inodoro Pereyra lo convertirían en uno de los mayores referentes de la cultura popular de nuestro país. Humorista, escritor, dibujante, tertuliano… La de Fontanarrosa fue una figura transversal y multifacética. Fuera de su métier específico, ha dejado para la historia hitos como sus colaboraciones con Les Luthiers (Yogurtu Ngé, Warren Sánchez, la gallinita que dijo eureka y tantas más… ) y aquel discurso en el Congreso de la Lengua de 2004 en el que –ante la plana mayor del idioma castellano, en su querida Rosario- ensayó una tan maravillosa como desternillante defensa de las malas palabras.

Un año antes, en 2003, había sido diagnosticado de ELA una enfermedad degenerativa que muy pronto lo incapacitó para trabajar. La Argentina entera vivió como un mazazo en la frente el anuncio de que ya no podría dibujar. Fue el 18 de enero de 2007 y se sintió como si las Cataratas se secaran de agua, como si se derrumbaran los bloques del Obelisco, como cuando a Diego le “cortaron las piernas”. Apenas unos meses más tarde subió al Olimpo de los grandes de la cultura argentina. Cientos y cientos de personas acompañaron su cortejo fúnebre, que recorrió la ciudad de su vida e hizo una parada frente al Gigante de Arroyito, el estadio de Rosario Central. “Yo, al cielo, le podría canchitas de fútbol y bares”, dijo alguna vez. Ojalá así sea.

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