Acabo de terminar un libro rarísimo. Se titula Un verdor terrible (Anagrama) y lo escribió un chileno muy joven que responde al no menos exótico nombre de Benjamín Labatut. Es una visión ficcionada de la vida de varios de los grandes de la Física, tipos como Fritz Haber, Alexander Grothendieck, Albert Einstein, Erwin Schrödinger, Werner Heisenberg y Niehls Bohr, y de las revolucionarias investigaciones que produjeron allá por la primera mitad del siglo XX. “Ah, un embole”, seguro estarán pensando. Nop, de hecho es uno de esos libros que te agarra de los pelos y no te suelta hasta la última página, a la que llegás con ganas de más. El escenario es la Europa de entreguerras: conferencias en Viena, Praga y Múnich, loqueros para aristócratas en los Alpes suizos, mujeres en corséts y hombres con bigotes rizados y bombín. Un territorio muy cinematográfico que te transporta a los universos estéticos de pelis como Muerte en Venecia o La chica danesa. Lo que buscan los protagonistas del libro es –nada más y nada menos– entender las reglas del universo. Cómo son las cosas y porqué se comportan de la manera en que se comportan, en sus escalas más pequeñas y elementales. Y lo que se ve a las claras es que no se trata de una tarea apta para almas “normales”. Demanda un tipo de pasión y obsesión, que destrozaría a cualquiera de nosotros. Muchos de ellos llegaron hasta las puertas de la locura para alcanzar la abstracción que permite rescatar algo de luz de ese oscuro caos que es el universo. Un sacrificio y un regalo para el resto de los mortales, lo merezcamos o no.
Un libro recientemente editado bucea en la idea de que para comprender las leyes del universo, los científicos alcanzan una abstracción cercana a la locura.
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