Desde hace ya un par de décadas es posible notar, con frecuencia creciente, la presencia en los medios de comunicación de familiares de personas muertas en episodios de violencia. Suelen compartir su tragedia relatando los hechos y, en ocasiones, debatiendo sobre posibles soluciones al problema de la inseguridad.
Los medios, por su parte, informan sobre un hecho público (el episodio en sí), transformando en noticia una cuestión privada: el dolor de los deudos. Y la sociedad, a su vez, consume con avidez esta secuencia, generalmente como espectadora y otras veces de forma activa a través de diversas reacciones colectivas, realimentando el circuito en las calles, redes sociales y –nuevamente– en los medios de comunicación.
No tenemos recursos emocionales frente a la tragedia: la condición humana solo nos prepara para la muerte natural.
Analizar esta interacción obliga inicialmente a una pregunta: si el duelo es un proceso íntimo, ¿por qué algunas personas exponen públicamente su infortunio? ¿Qué las lleva a hacer esto?
La primera respuesta es que el duelo por una muerte violenta nunca es un duelo normal. La irrupción en nuestras vidas de la tragedia causada por la irracionalidad, la crueldad o la negligencia criminal de terceros transforma al hecho en una experiencia no elaborable. No tenemos recursos emocionales para aceptarlo: la condición humana solo nos prepara para enfrentar la muerte natural. La mente debe buscar entonces otros caminos emprendiendo así un agotador intento por explicar lo inexplicable.
Es en este proceso que la aparición en los medios de comunicación suele mostrar una mezcla de dolor y desesperación, junto con un profundo sentimiento de desamparo por el que se cuestiona al Estado, ya sea por el accionar de la policía o por los morosos laberintos del sistema judicial. La difusión pública le otorga al hecho un nuevo status en el campo de lo real, aliviando a la familia por la indefensión que supone el anonimato e intentando revertir la relación de poder: ahora la víctima denuncia.
El reclamo de justicia se convierte en sublimación de la necesidad de venganza: el juicio y condena a los culpables darán –se espera– una explicación, algo que le dé sentido a lo inconcebible. No habrá posibilidad de elaborar un duelo sin el cuerpo o sin justicia.
Si bien cumplen con el deber de informar, los medios de comunicación lo logran ubicando al dolor en el centro de la noticia. No basta con contar o mostrar, es necesario emocionar para asegurarse la atención del espectador. El efecto que se logra en el público es, por ello, más de identificación que de reflexión, transformando a la víctima en un sujeto colectivo: todos estamos amenazados.
Casi a diario, la televisión muestra el desgarrador espectáculo de una tragedia con muchos actores. En el centro, la víctima y su asesino como espejos que reflejan una sociedad indefensa y enferma. Sus imágenes serán reproducidas por infinitos canales de comunicación -redes sociales entre ellos, por supuesto- para alimentar un debate circular que solo se agotará, para renacer, cuando la próxima víctima inaugure un nuevo ciclo.
* El Dr. Pedro Horvat es médico psiquiatra y psicoanalista. Contenido especial para revista Rumbos.