Descendiente del tapeo español y el antipasto italiano, la picada argenta siempre incluye un buen salame. Este embutido seco se elabora a partir de carne trozada o picada y sazonada que se embute en una tripa para ser secado y curado. El perfil del salame dependerá del tipo y cantidad de carnes y tocinos utilizados, de los condimentos empleados y del tipo y tiempo de curado, instancia en la que el clima juega un rol especial.
Una elección infalible es el salame de Tandil, cuya Denominación de Origen garantiza que en su elaboración se ha cumplido el protocolo de producción y que es de altísima calidad por las condiciones climáticas, las materias primas y las técnicas tradicionales empleadas. Posee una intensidad intermedia y es un producto de maduración alta. Es tierno, organolépticamente equilibrado y deja percibir claramente aromas y sabores a carne madurada. Puede acompañarse con vermú, una copa de vino tinto, cerveza o incluso un espumante. Un tip: para apreciar mejor sus sabores y aromas, los expertos recomiendan que el embutido no esté frío.
Clima y materia prima: la región lo tiene todo
Los inviernos fríos y las primaveras ventosas, las pasturas y ganados de calidad y el conocimiento heredado de los inmigrantes hacen del salame de Tandil un producto único y representativo del terruño. La región posee, además, la humedad perfecta para la formación de los hongos que lo recubren y le dan ese color blanco ceniza tan típico.
Para que sepas elegir bien
El Salame de Tandil con Denominación de Origen se distingue por la chapa que lleva el código único de producto y la fábrica del elaborador. Además, posee una estampilla holográfica con el mismo código. Está elaborado artesanalmente con materias primas de la región y sazonado con condimentos molidos en el momento.