Mientras camina por su casa, Mafalda observa una tabla de planchar con una pila de ropa impecablemente doblada, el piso reluciente y la cocina y los platos limpios. Cuando al fin encuentra a su madre lidiando con el lavarropas, le pregunta: “Mamá, ¿qué te gustaría ser si vivieras?”. Más allá del significado particular de la historieta, todas nos hemos topado alguna vez, mientras nos apresuramos a cumplir con nuestras labores cotidianas, con la sensación de que no estamos en el aquí y ahora, de que algo nos falta, de que nuestra alma no está dentro de este cuerpo que hace mil cosas a la vez.
¿Dónde estoy? ¿Adónde voy? ¿Qué quiero? ¿Quién soy? Estas son el tipo de preguntas que nos acometen en esos momentos en que la angustia aparece y ya no podemos hacerla a un lado; cuestionamientos que, en rigor, los humanos nos hacemos desde tiempos inmemorables y que siguen siendo objeto de debate en diversas disciplinas humanísticas. Por caso, Augusto Comte, considerado uno de los padres de la sociología, sostenía que el hombre nace con una discordancia tremenda entre lo que tiene que realizar, el mundo que lo rodea y las fuerzas con las que nace para concretarlo. El filósofo Martin Heidegger manifestaba: “El ser es aburrimiento”; es decir, que el ser es en cuanto está inmerso en el mundo; pero cuando está solo, se descubre a sí mismo vacío, se aburre. Freud, por su parte, describía al yo como un jinete que está determinado tanto por los impulsos innatos, sus instintos, como por lo que se le demanda desde afuera.
“El jinete trata de comandar los mandatos internos, las exigencias biológicas instintivas y los mandatos exteriores. Lo externo no es solo lo social, sino también lo que incorporamos en casa a través de mamá y papá. En el medio está el pobre yo. En la tira de Mafalda se ve a una madre tan sobrepasada por las exigencias internas y los mandatos externos, que algo queda de lado”, explica Marcelo Redonda, prosecretario científico de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires.
Incómoda comodidad
“La vida cotidiana te atropella”, define, un poco en broma y un poco en serio, Alicia Álvarez, asistente social y madre de tres varones. Es cierto: cuidar de la familia y “buscar el mango que te haga morfar”, como bien dice el tango, lleva bastante tiempo, pero ¿por qué la gran mayoría de las veces queda postergado el propio ser?
“Alienarse también sirve para no enfrentar la vida. Mucha gente evita decidir qué hacer con su vida porque le da miedo. Nos acomodamos en la incomodidad; no nos atrevemos a romper los mandatos porque esto tiene un costo que no queremos pagar. Creemos estar cumpliendo con las obligaciones cuando, en realidad, estamos respondiendo a nuestra propia incapacidad de elegir ser”, dice Nora Sliwkowicz, terapeuta gestáltica y sexóloga clínica.
Es cierto, el temor paraliza; más aún cuando lo único que se tiene en claro es que hay una angustia interna, pero poca o nula idea de hacia dónde ir. El trabajo, la casa, los chicos, el omnipresente celular… La arrolladora rutina nos aliena. Nos tapamos de tareas, nos fusionamos con la tecnología al punto de que casi se transforma en una parte de nuestro cuerpo. Pero, como el agua, la congoja se cuela por rincones insospechados para hacerse presente en los momentos menos esperados.
Buscando tu propia voz
“De nada sirve escaparse de uno mismo”, cantaba Moris en su álbum 30 minutos de vida. Quien se atreve a bucear un poco, nota, por ejemplo, que ríe menos o que ya no canta de manera espontánea; simplemente ya no le sale, y eso es lo que extraña. ¿Cómo retomar ese ímpetu de vida que afloraba como un torrente imparable? Desde ya que no es fácil, pero al menos este cavilar introspectivo puede ser el puntapié inicial.
“Frente al vacío, lo primero que hay que hacer es parar; esa sensación nos está mostrando que no es por ahí que debemos seguir. Si lograste darte cuenta de que estás incómodo o en un estado calamitoso, es para reformularte cómo responder a la demanda externa y en qué medida te vas a dar lugar”, sugiere la licenciada en psicología Claudia Pires, secretaria científica de la Asociación Gestáltica de Buenos Aires.
Más allá de lo biológico y lo social, los seres humanos tenemos algo propio, que nace con nosotros y no se sabe bien de dónde sale. Algunos pueden construir algo de la nada, otros se pasan la vida buscando dentro de sí y muchos esperan que les digan lo que deben hacer. A esto lo llamamos personalidad.
“Como sostuvo Heidegger, el ser es aburrimiento; está condenado a vincularse con el mundo, pero el ser también puede relacionarse con el resto del planeta desde algo personal. Los escritores hablan de encontrar la voz; todas las personas necesitamos encontrar la propia voz”, reflexiona Redonda. Para ello es muy importante saber de qué herramientas se dispone, ya que nadie lo puede todo. Cada persona tiene su límite. A alguien que le impresiona la sangre le resultará muy difícil estudiar Medicina; una persona muy sociable sufre mucho si trabaja todo el día sola en su casa. La clave es sentirse cómodo y en paz con uno mismo. Mientras no se subestime ni sobrestime, cada cual va a encontrar lo que puede dentro de sus posibilidades.
Un antiguo aforismo griego dice: “Conócete a ti mismo”. Aquel molesto vacío interno pide ni más ni menos que introspección, buscar qué se quiere y hacia dónde queremos ir. Hacerse caso es el camino.