La lectura es un buen escape para distraernos de la pandemia. Hay libros escritos sobre esto, y quienes ya los han leído me dicen que desarrollan muy bien esa propuesta.
Como ya ha pasado antes de esta catástrofe, leer fue, desde siempre, un ancla en la tormenta, el cable a tierra, el escapismo más aceptado y quizás uno de los mejores soportes a los que podemos acudir sin demasiadas complicaciones.
Pero casi todos tenemos en casa libros que hace muchos años –quizás hasta se podría decir, en otra vida– leímos y podríamos releer para ver qué nos parecen ahora: si los conservamos, será porque algún mérito notable tuvo entonces para nosotros. Releerlos podría mostrarnos cuánto hemos cambiado, si es que cambiamos.
O quizá demos con libros que alguien olvidó: nuestros hijos al casarse, el cónyuge al separarse, la hermana que vino a pasar unos días, el regalo de alguna relación sentimental de nuestros vástagos.
Si tenemos biblioteca, hurguemos en ella: casi con seguridad encontraremos un libro nunca leído, que compramos en un rapto de curiosidad, lo sacamos del medio para no perderlo de vista y lo borramos de la memoria.
Un autor que me tiene pensando hace varios días es Stephan Zweig, escritor que mi madre admiraba. En casa había libros de él, pero solo recuerdo haber leído dos biografías, la de María Antonieta, y la de Fouché, un personaje siniestro de la Revolución Francesa.
A pesar de que yo era muy joven, ambos libros me fascinaron; volví a leerlos muchos años después, y admiré al autor por el análisis de la época y la psicología de los personajes, muy pocas veces vista. No son historia novelada: son historia, auténtica y muy bien investigada, de estos dos personajes que coincidieron en el tiempo histórico, aunque con muy distintas suertes.
Pero recuerdo una novela, Amok, que no me permitieron leer; ¿por qué? Bueno sería enterarme ahora, seguramente el descubrimiento me haría reír después de tantas décadas. Aunque en casa no me queda ninguna obra de Zweig, no son difíciles de conseguir en libros usados y las traducciones de los años 40 suelen ser excelentes. También hay ediciones nuevas. Creo que intentaré comprar aquel que oí a mi madre comentar con una amiga: Veinticuatro horas en la vida de una mujer, y si no me engaña la memoria, la discusión estaba entre ese libro y La piedad peligrosa, cuyo significado da mucho para pensar.
Si a eso sumamos que están disponibles dos películas relativamente nuevas sobre su vida (una de ellas, Gran Hotel Budapest, nada menos que con Ralph Fiennes en el papel de Zweig y Tilda Swinton acompañándolo, con una trama casi de humor negro; y otra más ajustada a la biografía del autor y su esposa: Adiós a Europa), tenemos un buen prospecto para entretenernos varios días entre lectura e investigación en Internet.
Porque buscando en las redes he dado con muy viejas pero hermosas películas sobre sus novelas –para los que gusten del cine en blanco y negro, con famosos actores–, pero también algunas adaptaciones actuales, en miniseries, de sus obras más famosas. No sería mala idea comenzar a leer un autor que parece tener las cualidades de un buen vino añejado, complementado con una maratón de películas antiguas de grandes directores y con otras muy nuevas que seguramente en la Argentina no se estrenarán por ahora.
Sugerencias: 1) Si después de leer a Stephan Zweig se interesan por su vida, busquen sus Diarios: no solo fue un gran escritor, fue también un hombre comprometido con los conflictos de su tiempo; 2) Un título ideal para quienes hacen teatro: Carta de una desconocida. •