Askum, una ciudad de Etiopía ubicada a orillas del mar Rojo -en el este de África-, casi no existe para el circuito turístico contemporáneo. Pero durante diez siglos fue sede de un gran reino, donde se comerciaban las especias de Asia que luego serían desembarcadas en los mercados de Europa por el mar Mediterráneo. Actualmente, apenas unas ruinas muestran algo del poderío de Askum, pero el viajero sabe que la Ruta de las Especias conectaba por tierra y mar a las ciudades más lejanas de China, India, África y Europa. Incienso de China, clavo de olor, nuez moscada y canela de Ceilán, pimienta y jengibre de India eran valiosos tesoros, que los mercaderes árabes transportaban desde la India hacia Europa.
La Ruta de la Seda es el más extenso y antiguo de esos legendarios caminos que, entre otros célebres personajes, era recorrido por el mercader veneciano Marco Polo durante la época medieval. Unía las fronteras del Imperio romano con la provincia de Xi'an, en China. Pasaba por Constantinopla, Damasco, Bagdad y Herat, entre otras ciudades. Se conoce como Ruta de la Seda porque en 1877 fue bautizada así en un libro escrito por el geógrafo alemán Ferdinand Freiherr von Richthofen. Pero, además de la preciosa seda china, esta ruta llevó a Occidente las porcelanas chinas de uso doméstico, oro, jade, telas de lana y de lino, ámbar, marfil, laca, vidrio, pólvora y los primeros códices impresos en papel.
También viajaron por esta vía las ideas filosóficas y las creencias religiosas, como el budismo y el cristianismo. Quedan en la memoria nombres míticos de ciudades que fueron postas en el camino, como Samarcanda, Bujara, Tabriz e Isfahan. Desde 2008 existen planes de China para revivir la Ruta de la Seda, aprovechando el trazado ferroviario del tren Transiberiano para unir el puerto alemán de Hamburgo con Pekín, la capital de China.
Con sus 9.289 kilómetros de rieles, que desde 1916 unen Moscú con la lejana Vladivostok -a orillas del mar de Japón-, el ferrocarril ruso Transiberiano atrae a turistas de todo el mundo. Electrificado durante la posguerra, hoy el Transiberiano cuenta con distintos ramales, que desde el lago Baikal llegan a Mongolia, China y Corea del Norte. Como se sabe, desde la antigüedad griega y romana existía una Ruta Transahariana que atravesaba el desierto del Sahara. Por allí pasaban las caravanas de mercaderes con su carga de marfil, esclavos, goma arábiga, hojas de palma, sal y oro.
La ruta unía las costas del mar Mediterráneo y ciudades como Argel, Trípoli y Alejandría con las tierras de Bilad al-Soudan (“el país de los negros”, en árabe), internándose en los actuales territorios de Sudán, Mali, Ghana, Chad, Senegal y Nigeria. De esa forma, los comerciantes podían llegar a ciudades míticas como Timbuctú y Niani, que en la Edad Media fueron sedes de reinos africanos. En el siglo XIX, exploradores franceses y alemanes como René Caillié y Heinrich Barth llegaron a Timbuctú, situada a orillas del río Níger y famosa por sus bibliotecas de manuscritos que datan del siglo XIII. Esos son los lejanos orígenes de la ruta actual de 4.500 kilómetros, que atraviesa el desierto de Sahara desde Argel hasta Lagos, capital de Nigeria. Por allí pasan hoy miles de africanos en busca de Europa.
En Sudamérica, la red de caminos del Tahuantisuyo (el Imperio incaico) se extendía más de 30 mil kilómetros, uniendo los dominios incaicos desde Quito (Ecuador) hasta Santiago de Chile y nuestra provincia. El tramo de 5.200 km conocido hoy como Camino del Inca (o Capac Ñan) salía de Quito y pasaba por Cusco -capital del imperio incaico- antes de llegar a Tucumán. La ruta estaba pavimentada con piedras, tenía puentes y atravesaba pasos de montaña a 5.000 metros de altura. Sus restos testimonian ahora el poderío de los incas.