Acorde a los registros, una de cada cinco personas sufre misofonía, ese trastorno que provoca un malestar insoportable por culpa de los “ruiditos” generados por otras personas. Quizás “soportar” sea un término suave para la tortura que les suponen esos ruidos a quienes lo sufre, ya que los investigadores describen “fuertes reacciones emocionales ante ciertos sonidos”.
Cabe mencionar que los estudios refieren a personas que no pueden estar en la misma habitación en la que alguien come pochoclos, por ejemplo. El crujir contra los dientes los altera, les provoca ansiedad, quieren romperlo todo. Otros sienten como si les explotara el cerebro si escuchan a alguien sacar y esconder la punta de la lapicera aparentando desde el otro extremo, un juego repetitivo que en cambio resulta relajante a quienes lo practican.
Cuando el vecino de arriba da dos pasos, sienten que están arrastrando una mole de hierro de cientos de kilogramos. Aun así, en el exterior de la supuesta comodidad del hogar, algunos tienen que cambiar hasta tres veces de vagón de metro para huir de ruiditos que les enloquecen.
De esta manera, en un trabajo académico sobre misofonía, destacan la historia de un niño que desde que tenía 8 años fue castigado sistemáticamente porque no quería comer en la mesa familiar: los ruidos de masticar, tragar y sorber lo alteraban. A los 29 años, en un ensayo clínico, le dijeron que podía padecer esta hipersensibilidad de nombre casi desconocido.
En sus investigaciones, la investigadora Antonia Ferrer Torres define la misofonía como un trastorno neuropsicofisiológico que provoca una alteración anormal frente a determinados gestos y sonidos. La investigadora mencionó algunos de los que suelen desencadenar esas reacciones exageradas: el tamborileo de los dedos sobre una mesa, el chasqueo de la lengua, el sonido de los cubiertos al rozar los platos o de los dientes al masticar comida crujiente.
“No depende del volumen, eso ya sería una hiperacusia. A una persona con misofonía puede irritarla un ruido de 20 decibelios, que apenas es perceptible”, detalló Ferrer. Por su parte, los científicos británicos expresaron que durante su estudio la población general también mostró irritación con algunos de estos sonidos, pero los individuos que sufrían misofonía se sentían indefensos ante la imposibilidad de encontrar una salida que los devolviera al silencio.
En este marco, a medida que el sonido se implantaba aumentaba la tensión y la nuca se les iba agarrotando, e incluso sentían ganas de vomitar y desarrollaban síntomas de ansiedad. También destacan que en su muestra solo una pequeña parte de los afectados era consciente de padecer un trastorno.
“Esto significa que la mayoría de las personas con misofonía no tiene un nombre para describir o explicar lo que están experimentando”, señaló Silia Vitoratou, del King’s College de Londres, una de las autoras del estudio que acaba de publicar la revista PLoS ONE. En la muestra española examinada por Ferrer, solo dos personas sabían que padecían misofonía; una se había autodiagnosticado en Internet, y a la otra la había diagnosticado un médico que también era misofónico.
Cabe destacar que hasta hace poco, las personas con esa sensibilidad peculiar a los sonidos y movimientos desconocían que lo suyo podía tener un nombre. El término fue acuñado en 2001 por la pareja de investigadores estadounidenses Pawel y Margaret Jastreboff.
En realidad, la mayoría de quienes padecen dicho trastorno lleva su extraño calvario en silencio porque manifestar desagrado ante sonidos que son tolerables para el resto de la humanidad no da más que problemas. Por ejemplo, Belén Fernández reconoce que es algo que les ocurre a ella y a su pareja desde hace tiempo.
Ella le pidió a su marido que dejara de comer pipas cuando veían películas por la noche y él, a su vez, se siente incómodo cuando ella mastica almendras en ese mismo escenario. “Yo no soportaba que mi padre hiciera ruido al comer, aun sabiendo que era inevitable por ser alguien mayor.
“Es mucho más que estar molesto por un sonido, es sentir que algo no funciona bien dentro de ti por tu reacción desproporcionada y la incapacidad de hacer algo al respecto, se trata de sentirse atrapado e impotente y de perderse cosas debido a esto. Para muchas personas supone un alivio saber que no están solos y que existe una palabra para definir lo que les pasa”, manifestó la investigadora Jane Gregory, de la Universidad de Oxford.