Todo se mide por el dinero. Hasta la más mínima acción que realicemos tiene el dinero por guía. De poco vale tener unos pesos en el bolsillo porque todo se mide en dólares, para ser coherentes con el país que manda en el mundo.
Los grandes negociados se miden en millones de dólares y hay algunos tan grandes que podría cubrir tranquilamente la deuda eterna argentina, o debería decir la “deuda eterna”.
Hay un puñado de multimillonarios que reúnen en sus bancos tanta plata como para paliar el hambre en el mundo. Muchos se amparan en instituciones de bien público, fundaciones por ejemplo, para lavar sus conciencias, pero para eso necesitarían toneladas de champú. Porque solo dejan caer de sus bolsillos suculentos migajas del gran pan que guardan en sus bolsillos.
El dólar es el que manda, son los próceres de los Estados Unidos los que dan vuelta al mundo y ocurren situaciones como la de nuestro país, que tiene cinco clases de dólares reconocidos. Estamos atados al dólar y es una situación difícil de desatar.
Uno lee en los medios de comunicación negocios que se hacen con montañas de dólares, y mire su sueldo, empobrecido por las circunstancias y se siente menoscabado en su existencia.
Hay negocios de todo tipo y colores, en las finanzas, en las industrias, en el comercio. En el fútbol, por ejemplo, se mueven millones de dólares para contratar los servicios de algún jugador y a nadie le parece algo alocado. Es lo que hay.
Cuando los antiguos fenicios inventaron la moneda, ni se imaginaron que ese invento iba a mover al mundo como lo está haciendo. Para ellos solo era un motivo de intercambio, y así fue solo que el intercambio se ha hecho tan poderoso que ni siquiera podemos medirlo.
Y no sé para qué les sirve: a algunos, sólo les sirve para tener una vida fuera de lo habitual en hoteles cinco estrellas, en lugares que son tan caros que uno no podría comprarse ni un jabón, en autos lujosos y mansiones señoriales. Es decir, para vivir una vida de lujos que no pueden disfrutar, ni remotamente, el 95% de los humanos.
El dinero marca la diferencia y nosotros somos convidados de piedra al gran festín.
Hay una nueva moralidad en el mundo que no pasa por la fe, ni nuestras creencias espirituales, pasa sencillamente por el dólar, ese es nuestro dios anhelado.
Llegará el día en el que desaparezcan los billetes, en que cualquier transición se haga por métodos electrónicos, pero el dólar seguirá mandando, ni por broma el dólar está destinado a desaparecer. Al contrario, se hace cada vez más fuerte y emana poder, esa es la cuestión. Quien tiene muchos dólares tiene mucho poder, y parece ser esa la consigna del mundo.
Mientras tanto, ahí andamos nosotros, pobres asalariados, con nuestros pesos minúsculos, esperando ver un dólar por una vez en la vida... aunque sea una sola vez.