Tal vez porque todos los sentimientos se encuentran a flor de piel en su primer Día de la Madre junto a Alba, su hijita de 10 meses, Mariana Pepi no puede evitar emocionarse. Se emociona, al borde del llanto, cuando recuerda su eterno deseo de convertirse en mamá y formar una familia. También cuando era apenas una niña y pensaba en la adopción o cuando se casó con su novio de toda la vida y comenzaron a imaginar a un hijo.
Sin embargo, el sentimiento más profundo y conmovedor, aquel que le cuesta poner en palabras porque superó todo lo imaginado, sucedió mucho después de aquellos años, el 28 de diciembre de 2022, día en que conoció a su bebita.
Mariana la acurrucó en sus brazos, en los que Alba se hizo un “bollito”. Y así permaneció un rato, agradeciéndole a Dios el milagro. “Hasta ese momento siento que era feliz pero, a partir de allí, además, soy una mujer plena”, reflexiona Mariana, con su sonrisa de oreja a oreja, mientras Alba, que es pura felicidad, gatea de aquí para allá por toda la casa.
Tiempos perfectos
Todo ocurrió a su tiempo y ese tiempo fue perfecto porque fueron “los de Dios”, insiste ella, con una fe que sorprende. “Estábamos en la lista de espera definitiva y por eso quise estar preparada. Sabía que en cualquier momento iban a llamarnos. Pocos días antes me sometí a una cirugía por un quiste que había crecido de manera inusual y creo que no fue casualidad. En cierto modo viví un embarazo, el cerebro toma señales y repercute en el sistema reproductivo”, detalla.
Efectivamente, el “bultito” de tres milímetros creció, en escasos meses, a 9 centímetros. “Le pedí al doctor que me operara, que no podía esperar, que tenía que estar sana”, rememora.
La cirugía se realizó el 20 de diciembre del año pasado y exactamente una semana más tarde, en pleno reposo, sonó su teléfono: el bebé ya estaba allí, esperando vincularse con ellos.
Como pudo, Mariana se levantó y salió corriendo junto a su esposo a comprar el ajuar que faltaba. Tenían casi todo pero restaba la ropita, el chupete, la mamadera…
“¡No podíamos creerlo! No sabíamos ni siquiera el sexo y cuando me dijeron que era una nena sentí que era mi hija en ese instante. Todavía no la había tenía en mis brazos y sentí que era su mamá, que lo había sido incluso antes de conocerla”, evoca.
Lo cierto es que fue tan instantánea esa conexión que el sentimiento se percibió en el ambiente. Hasta el abogado se mostraba conmovido. “Ese instante va a estar el resto de mi vida grabado en mi corazón”, define Mariana mientras repasa fechas y situaciones con una memoria asombrosa.
Un flechazo en la universidad
Mariana y Jorge se habían conocido en la Universidad Nacional de Cuyo en 2001. Ella estudiaba licenciatura en Administración y él se preparaba para ser contador público, pero se cruzaban en los pasillos y una noche coincidieron en un boliche. Tenían 18 años. Desde entonces, jamás se separaron.
Tras 10 años de noviazgo, se casaron el 27 de noviembre de 2010. “Formar una familia era un tema tan claro entre los dos que ni siquiera lo analizábamos. Desde muy chiquita sentí el instinto materno, a lo mejor porque soy la mayor de cuatro hermanos. Solía pedirle a mi mamá que adoptáramos un bebé”, recuerda esta orgullosa mamá mendocina.
Comenzó a pasar el tiempo y la pareja, armónica y feliz, seguía esperando la llegada de un bebé. “Siempre creí firmemente en la voluntad de Dios, no sabía cuándo ni cómo, pero sabía que llegaría. Sentía un amor infinito para dar y estaba convencida de que Dios me lo iba a mandar”, advierte. Finalmente sucedió y fue, según asegura, en el mejor momento. “Ni antes ni después”, dice convencida.
Para llegar hasta allí, Mariana y Jorge atravesaron dos tratamientos de fertilización sin el resultado esperado. La adopción ya había surgido, aunque tomaron verdaderas cartas en el asunto cuando ella se recuperó física y mentalmente.
“Cuando uno se abre a la adopción y acepta la real posibilidad de formar una familia se encuentra con mucha incertidumbre porque involucra una historia desconocida que requiere desplegar todas las herramientas y entender que ese hijo viene de sufrir un abandono. Uno tiene que entender que el primer derecho de ese niño que llega, es decir, el de tener una familia, fue vulnerado”, sostiene.
Además, los tiempos del proceso de adopción en Argentina son largos. “Me acuerdo de que, cuando iniciábamos el segundo tratamiento de fertilidad, mi esposo me pidió que no me diera por vencida. Le expliqué que adoptar no era un plan B, sino un plan en sí mismo, una gran oportunidad”, señala Mariana.
Un viaje soñado y una foto decisiva
Justamente, convencida de que todo sucede por algo, decidieron viajar a Aruba, donde compartieron las vacaciones más inolvidables de sus vidas. Entre los momentos de felicidad y complicidad hubo uno especial: tanto, que decidieron inmortalizarlo con una fotografía. “Fue una foto que nos encantó y que resultó muy significativa porque la elegimos para incorporar en el legajo. Tiempo después la jueza nos confesó que aquella imagen atravesó el filtro ya que parecíamos felices y buenos padres. Creo que fue Dios el que fue tejiendo todo”, sostiene Mariana.
Fue así que, al regreso de aquel viaje se inscribieron en el registro de adopción. Fue en 2017, cinco años antes de que sonara el teléfono el 28 de diciembre de 2022.
Plenitud
Alba es una beba sana y hermosa que se ríe desde que se despierta hasta que se acuesta. “Nos completa, nos da una felicidad indescriptible”, la define su madre. Y continúa: “El primer tiempo que pasó con nosotros era una especie de prueba, algo así como un período de preadopción. Pero jamás sentí la más mínima duda de lo que pudiera pasar. Supe internamente que era nuestra hija y que ya nadie podría llevársela”, sentencia Mariana.
Ella sentía la misma paz y serenidad que siente hoy, mientras repite que esa sensación de andar por la vida sintiéndose plena la tenía bien merecida. “Le di a ella todo el amor acumulado en años y el proyecto de vida que armé desde muy chica se hizo realidad”, reflexiona.
A excepción de no descansar en las noches, -”porque algo tenía que tener esta historia”, bromea- Mariana asegura que la experiencia de ser mamá superó ampliamente sus expectativas.
“Todo fluye, todo es alegría. Tengo 40 años y siento que Alba llegó en el mejor momento, cuando ya no teníamos nada pendiente. Disfrutamos, viajamos, nos consolidamos y ahora ella es el premio”, grafica.
Y concluye, mientras se sigue emocionando: “Ojalá nuestra historia sirva para ayudar a otros y para dar esperanza a quienes, como nosotros, deciden recorrer este camino”.