Fueron varios los factores que impulsaron a Fernando Funes, un mendocino de San Martín, a pensar en buscar nuevos horizontes fuera del país, aunque uno de los principales, sin dudas, fue la crisis económica que se desató en la Argentina en 2001.
Era un joven bohemio, amiguero y “familiero”, que solía ayudar al prójimo de distintas maneras, por ejemplo, ofreciendo obras de teatro ambulantes y gratuitas en escuelas carenciadas para reunir útiles escolares, ropa y alimentos.
No lo hacía solo, sino con un grupo de amigos incondicionales que había cosechado en la entonces llamada ENET N°1 –hoy, Técnica Gral. San Martín—. Un grupo de amigos de la adolescencia que aún hoy conserva.
En realidad, en Mendoza a Fernando no le faltaba trabajo. Atendía una pizzería (la famosa Nano Pizzas) y fue pionero en los deliverys. Tenía, además, una inclinación especial hacia el Evangelio y siempre deseaba conocer más sobre la misión de Jesús. Leía con devoción a San Juan, San Mateo y San Lucas.
Claro que muy lejos estuvo de imaginar que gran parte de su vida, finalmente, iba a transcurrir como pastor evangélico –o reverendo, tal como suele decirse– en Nueva Jersey, uno de los estados de los Estados Unidos con mejor calidad de vida, además bellísimos paisajes naturales y playas paradisíacas.
“Sin embargo, lo que menos me imaginé es que en el país del Norte iba a conocer a una mendocina que, además, iba a convertirse en mi esposa y madre de mis hijas Angelina y Milena”, confiesa Fernando, en diálogo con Los Andes.
Habían transcurrido dos años desde que había emigrado cuando, casualidad o causalidad, se topó con una hermosa maipucina en un restaurante cercano a Nueva York donde él trabajaba como mánager.
Se trataba de Carolina Robotti, que era asistente dental y, durante los fines de semana se desempeñaba como moza en un bar. Ella, como otros tantos jóvenes argentinos, también había llegado sola a probar suerte lejos de casa. “La conquista fue de terror, repleta de papelones. Todavía no entiendo cómo pudo haberse fijado en mí”, relata él, para recordar una anécdota tras otra en la que siempre quedaba mal.
“Viviendo en San Martín jamás veía el agua, salvo la de la pileta Pelopincho. De pronto aparecimos en Long Branch, una playa espectacular de Nueva Jersey y empecé a hacer trucos de magia para ella y su amiga colombiana. Jamás esbozó una sonrisa”, repasa.
Intentó, poco después, meterse al mar con su traje de baño colorado. “Me quise hacer el sexy y una ola aplastante me dejó sin aliento y hasta me sacó la malla, que logré recuperar porque la vi flotar. Todo fue muy bizarro y la gente se reía, pero al menos me abrió las puertas de una amistad”, evoca.
La amistad se consolidó y así comenzaron a viajar para verse los fines de semana. Un día, en 2003, se pusieron de novios. El casamiento llegó en 2007, en Nueva Jersey. Son padres de dos hijas de 15 y 14 años.
“Tenemos un restaurante y dulcería que manejamos los dos. Carolina hace la decoración de los pasteles. Fuera de esa actividad, soy pastor misionero y ella me acompaña muchísimo”, señala.
Como cristiano evangelista y licenciado en Teología, Fernando brinda conferencias y realiza misiones en distintos puntos. Una de las experiencias más conmovedoras de su vida fue en Guatemala, cuando entró un volcán en erupción y nuestra acción formó parte de una gran campaña de ayuda. “La gente estaba tapada de lava y seguía aferrada a sus viviendas. Fue muy triste. Me ofrecí para oficiar el casamiento de algunas pocas personas y, cuando fuimos a mirar la lista, se habían inscripto nada menos que 56 parejas de novios. Algunos llegaban en bicicleta. Fue multitudinario, emocionante, inolvidable”, recuerda.
Allí también protagonizó varios shows de payasos para chicos carenciados, muchos de ellos hijos de “pandilleros” y en situación extrema de vulnerabilidad que venían de sufrir ese desastre natural. “En ese caso siempre guardo fresca en la memoria mis primeros pasos como artista ambulante en San Martín. Junto a mis compañeros visitábamos escuelas rurales en nuestras propias bicicletas, llegábamos, nos disfrazábamos y llevábamos alegría a los chicos. Siempre dejábamos muchísimas donaciones”, rememora.
Y agrega: “En una oportunidad habíamos recaudado tanto para llevar a los domicilios de los chicos que un aula de la escuela estaba repleta de donaciones. La maestra nos pidió que acercáramos la camioneta para cargar las cosas y distribuirlas. Nos dio mucha vergüenza confesar que andábamos en bicicleta”.
De su vida actual, Fernando confiesa que su obra misionera está intacta y que su vida en Nueva Jersey es “hermosa”, aunque, como ahora (que está de visita en Mendoza), valora su tierra natal. “Nueva Jersey es húmedo, llueve seguido. Es muy distinto a nuestra provincia, donde termino quedándome ronco, sin voz, por tanta sequedad del ambiente. Igual, eso no cambia nada, por supuesto, mi sentimiento por el lugar donde nacía. Hace unos pocos días anduve caminando por unas viñas ubicadas en Montecaseros, en mi San Martín natal, y me puse a hablar con mi esposa de este tema, y ambos coincidimos en que nuestras raíces están precisamente acá, en Mendoza”, dice.
Fernando y su familia han aprovechado un tiempo de descanso y permanecerán en la Argentina hasta principios de septiembre. Pero no todo es vacaciones. En estos días, junto a misioneros de Centroamérica y de Miami, además de tres de sus amigos de la juventud, se instalaron en Agua Escondida, Malargüe, para realizar una tarea solidaria.
Gran parte de la colaboración que llevaron se reunió a través del Rotary Club de Nueva Jersey. Además, se adquirieron medicamentos para la sala médica, víveres, ropa y calzado para toda la comunidad. Para las escuelas de esa localidad recóndita del departamento más extenso de Mendoza, el grupo ensayó la obra The Fabulous International Clowns.
“Es algo que solemos hacer cada vez que vuelvo a Mendoza a visitar a mis afectos, por eso agradezco a los amigos que se suman y a las muchas iglesias que brindan su apoyo. Creo que la clave es llegar a lugares donde el acceso a este tipo de ayuda es difícil”, dice.
La actividad que realizan hasta el domingo en Agua Escondida requiere logística y colaboración, ya que hubo que trasladar una gran cantidad de elementos. Uno de los obstáculos a la hora de organizar la cruzada implicaba sortear caminos intransitables.
“Vamos a permanecer aquí para hacer tareas relacionadas con el hecho de compartir y de ayudar, no para estar de vacaciones. Costó mucho poder reunirnos en Mendoza, conseguir ayuda y organizar una movida grande. Vamos a reparar un baño y un comedor de una escuela que se encontraban en un mal estado. Y a dejar una gran cantidad de ayuda para la comunidad, que sabemos que está necesitada”, amplía.
También llevarán a cabo un fogón con la participación de todos los chicos del pueblo y se convocará a las comunidades educativas de la primaria y secundaria con una gran cantidad de juegos, premios y entretenimientos.