Ana Mercedes Signorelli nació en Luján de Cuyo el 8 de septiembre de 1924 y ayer, con su mejor vestido, sus uñas pintadas y la sonrisa de siempre celebró “la fiesta del siglo”. Así, efectivamente, indicaba el enorme pasacalle que le fabricaron sus nietos y que colocaron en el jardín de la casa de su hija Dora, en Guaymallén, donde se reunieron casi 100 personas, muchas ellas llegadas de sorpresa, para agasajarla.
Hubo de todo: desde la clásica torta hasta música para divertirse y miles, sí, ¡miles! de anécdotas recordando cada episodio de su vida. Y, para coronar, no se privó de bailar el vals “Desde el alma” con la dulce melodía de un acordeón a piano.
Hija menor de una familia de inmigrantes sicilianos que llegaron a América en busca de la tierra prometida, Anita pasó su infancia en una finca de Luján de Cuyo, donde solía ayudar a sus padres y hermanos en épocas de cosecha.
Eran tiempos de bailes y tertulias organizadas por los mismos jóvenes cuando finalizaban la jornada laboral o, incluso, la cosecha. Y así, como quien quiere la cosa, un apuesto vecino de la finca de al lado, Pascual De Viró, la terminó conquistando. Poco después se casaron y tuvieron una hija, Dora, que le dio cuatro maravillosos nietos (Lorena, Mariela, Pablo y Viviana) y nueve bisnietos.
Anita fue una modista de excelencia y no había quién en la familia no luciera sus costuras. También supo confeccionar uniformes para el Ejército cuando, por razones laborales, acompañó a su marido a Bariloche por un tiempo.
“Es una luchadora, una agradecida a la vida y una mujer muy trabajadora que le hizo la mayoría de los trajes de comunión y de boda a todas sus sobrinas”, la define su nieta Mariela, la más parecida a su abuela.
“Elaboraba todo casero y siempre proveía a la familia durante todo el año de conservas, dulces y salsas. Los 29 eran sagrados para los ñoquis, jamás faltaban. Y hacía unas masas dulces italianas con arrope llamadas cururieri. Así le decíamos, no sabemos el nombre verdadero, pero eran exquisitas”, señala.
El aroma a crema y loción de la abuela Anita es otra de sus particularidades. Para el rostro, la marca de siempre. Para el cuerpo, otra diferente. Y, a la luz de su belleza que persiste, le dieron resultado, aunque su familia asegura que es la genética.
“Jamás salía sin pintarse los labios y las uñas. Incluso para su fiesta sus manos estuvieron impecables. Nunca dejó de ser coqueta”, resalta Mariela.
En 1994 sufrió un profundo golpe en su vida cuando quedó viuda. Pero se levantó con gran entereza y siguió adelante con el temple de siempre y haciendo honor a la familia que supo construir.
Y hubo más: en el 2000 estuvo durante un mes en Europa junto a toda la familia de su hija y pudo conocer muchos de los lugares de Italia donde vivieron sus antepasados. Una viaje emotivo e inolvidable.
Cuatro años después todos partieron a Disney, donde se subió a todas las montañas rusas que encontró a su paso.
Lo cierto es que, ayer, Anita celebró nada menos que un siglo de vida y asegura, convencida, que se siente una persona jovial. Que no existe ninguna receta pero, eso sí, la actitud jamás debe perderse.