El hombre está de pie, en silencio, sosteniendo una cámara Súper 8. Por delante de la baranda, un grupo de niños patina detrás de una bocha y él filma ese movimiento. El carpintero tiene una pequeña colección de imágenes, de acciones que después trasladará a un juego elegante. En el salón de Casa de Italia, frente a la plaza de Rivadavia, en 1977, se ha improvisado una pequeña cancha de hockey; un lugar que es un inicio para muchos.
Han pasado más de cuatro décadas desde ese instante. Hoy Armando Beningazza, de 94 años, en el taller de juguetes que ha instalado en el fondo de su garaje, en el barrio Jardín de San Martín, está pintando algunas piezas que, luego de un viaje en taxi, venderá en la esquina del Banco Nación. “Por las tardes sigo haciendo juguetes; me entretengo. Antes iba a vender al Parque, me habían dado un puesto y estaba muy bien, pero ahora no tengo más auto y, por la edad, no me van a dar el carnet de conducir”, le cuenta Don Armando a Los Andes.
En el pequeño lugar, que guarda el rústico encanto de una juguetería de artesano, se mezclan autitos de madera, aviones (como el del Barón Rojo y otros más modernos), trenes y una variedad de juguetes que evocan una época pasada y siguen despertando la curiosidad de los adultos nostálgicos, sobretodo. “Tengo un oficio para el que ya casi no hay mercado”, reconoce con una sonrisa. En 2021, el senador Fernando Alín impulsó el proyecto para que el 18 de diciembre se establezca el Día del Juguete Artesanal, en honor a la trayectoria de Armando Beningazza.
Sus patines en un museo
“Hasta hace poco en el taller tenía los patines y el palo de hockey, pero se los regalé al museo del Club San Martín”, cuenta con un sesgo de picardía aquel chico que nació el 18 de diciembre de 1930. “Yo empecé mirando jugar en las tardecitas a los más grandes, hasta que pude comprarme los patines. Eran entusiastas… Julio Pronoto, que tenía una tienda, y Mario Rubio, el papá del campeón del mundo, ellos fueron los fundadores del Patín Club San Martín en 1942″, evoca Armando.
Y continúa: “La vieja cancha estaba en la Plaza Italia, allí vinieron a jugar en la década del ‘40 River Plate, Estudiantes y también Huracán. Después nosotros fuimos con el Patín Club San Martín a jugar a Huracán, en Buenos Aires. Empecé a jugar al hockey porque no había otra cosa que hacer. Comprábamos en la ferretería las manceras de madera del arado o salíamos, porque no alcanzaba la plata, con el serrucho a buscar ramas de árboles que tuvieran una forma curva para fabricar nuestros palos. De canilleras nos poníamos revistas gruesas”.
“Mi papá fue un gran laburante y tenía un aserradero. Cuando estaba en cuarto grado le dije que quería dejar la escuela, él me miró serio y me contestó que no quería vagos en la casa. Así fue que con 10 años empecé a trabajar en un taller metalúrgico, al principio pasando la escoba, que era como se empezaba a aprender un oficio en aquellos años. Después me hice carpintero”, completa el juguetero.
El hombre del banco
“A mí me vinieron a buscar el doctor Acevedo y Dángelo, un hombre que tenía un brazo cortado, a Casa de Italia para que empezara a enseñar hockey sobre patines en Rivadavia. Empezamos con chicos frente a la plaza, en un salón de baile. Llevé un par de jugadores que patinaban muy bien, para que fueran viendo como era. Así, con muy poco, comenzamos a formar buenos jugadores como los hermanos Adis, el ‘Negro’ Domínguez, que eran tan buenos como los que hice en Casa de Italia”, cuenta Beningazza como deteniendo el tiempo.
“Armando Beningazza nos llevaba frente de la plaza de Rivadavia para que entrenáramos y le mostráramos a los chicos que se reunían allí cómo jugábamos”, comentaría entre otras tantas anécdotas Pablo Cairo, un jugador de la cantera de Beningazza que el 7 de agosto de 1992 capitanearía a la Selección Argentina que derrotó a España (8 a 6) en la final por la medalla de oro de los Juegos Olímpicos de Barcelona ‘92.
“A mí me gusta un hockey elegante, de oficio, de pases... Hoy no hay un jugador que sobresalga por su habilidad. Hoy el hockey se juega a Fórmula 1. Cairo hizo una buena carrera por el mundo, él de chico hacía línea con Distéfano, que también era otro gran jugador”, comenta Armando.
“Empecé como entrenador para acompañar a mis hijos, en Casa de Italia en 1970, para que no anduvieran por la calle, porque el deporte es una buena escuela para educar a un chico. Les enseñaba respeto. Después era patinar bien, no había muchos eventos y organizábamos carreras sobre patines para que se divirtieran. No habían pelotas, habíamos empezado desde la nada y cuidábamos las pelotas para que cada uno de los chicos pudiera hacer su entrenamiento”, agrega con un aire de nostalgia.
Un cumpleaños feliz
“El ‘Negro’ Beningazza en su carpintería familiar también se animó en algún momento a fabricar palos de hockey, a crear una marca, como una empresita más artesanal. Por ahí no tuvo el éxito que sí tuvieron otros emprendimientos porque en su momento no había con qué competir con la marca Berafe, de Benito Ramos Fernández”, relata Ariel Santaolaya, otro de los chicos destacados de la cantera de la Casa de Italia de Beningazza y también cultor como técnico de un hockey elegante y apasionado.
“Él llevaba a todos lados su filmadora Súper 8, de hecho tiene muchas películas filmadas. Cuando nosotros éramos chiquitos jugando en Casa de Italia, en Giol, en un viajecito que tuvimos a la cancha YPF, cuando la cancha estaba afuera, donde hoy está la canchita de básquet al aire libre”, agrega Santaolaya.
“Tengo películas de cuando era técnico, de Casa de Italia, de Rivadavia, de San Martín y de la Selección mendocina que ganó el titulo infantil en Andes Talleres. Le ganamos a San Juan 5 a 2 con unos pibes que eran más chiquitos”, recuerda Beningazza.
El 18 de diciembre de 1977, el día de su cumpleaños 47, en las páginas de deportes de Los Andes podía leerse la formación de aquel equipo que estaba formado por Guillermo González (arquero y capitán), Pedro Zambrana, Carlos Morán, José Luis Lombardo, Sergio Lucero, Pablo Cairo, Carlos Mari y Andrés Chiapini.
El hombre de la máquina
“En agosto de 1994 casi que no la cuento”, explica Armando. “Resulta que me pusieron cuatro by pass y el médico me dijo clarito: ‘Beningazza, con el corazón no se jode más y si de verdad quiere seguir viviendo, olvídese de los esfuerzos’. Era domingo y Día del Niño, una premonición la fecha. Ahí fue que me decidí a fabricar juguetes de madera para vender”, rememora.
Entre el oficio y las pasiones, para muchos chicos del Este, como una imagen de respeto, recuerdan un hombre en silencio, sosteniendo una cámara Súper 8. Por delante de la baranda, un grupo de niños patina detrás de una bocha y él filma ese movimiento. El inicio de una gran historia.