Invierno de 1930 en el Hemisferio Sur. El aviador francés Antoine Saint-Exupéry, de 30 años por entonces, se encontraba de misión en Argentina, en Río Gallegos (Santa Cruz) y trabajando para la aerolínea francesa Latécoère. Más precisamente, se desempeñaba en Aeropostale; una línea de correo aéreo que se había creado entre Europa y América del Sur. Aún faltaban 13 años para la publicación de su obra más conocida, “El Principito”, uno de los tres libros más leídos en todo el mundo. Y, por supuesto, ni él mismo ni el mundo lo sabían todavía. Recién en abril de 1943 se publicaría por primera vez la recordada obra, mientras que poco más de un año más tarde -el 31 de julio de 1944-, Saint-Exupéry pasaría a la inmortalidad en circunstancias por demás extrañas y que se resolvieron recién 60 años más tarde.
Pero de ello no había indicios todavía en 1930. Por entonces, el apasionado aviador y aventurero francés llegó a Mendoza como parte de una misión improvisada y de emergencia, la misma que le permitió enamorarse de y fascinarse con la Cordillera de los Andes. Fue durante la búsqueda de Henri Guillaumet, otro aviador francés, amigo y compañero de aventuras de Saint-Exupéry y quien estuvo una casi semana perdido en las inmediaciones de la Laguna del Diamante (en los Andes sancarlinos) y quien, inesperadamente, reapareció con vida. Guillaumet logró sobrevivir gracias a la providencial ayuda de un puestero sancarlino y de su madre.
La historia del accidente y posterior supervivencia de Guillaument es digna de una novela literaria, y fue el evento que -además- trajo a su amigo y compañero Saint-Exupéry a Mendoza de manera improvisada. “¡Qué extraordinaria es la Cordillera de los Andes!”, definió hace ya 93 años el autor de “El Principito” en su diario de viaje y mientras buscaba, a contrarreloj, a su amigo.
La aventura de Guillaumet y el milagro inesperado
El francés Henri Guillaumet fue uno de los pioneros de la aviación en este lado del mundo. El viernes 13 de junio de 1930, en lo que -se suponía- debería ser un vuelo de rutina, Guillaumet, de 28 años por entonces, despegó del aeropuerto de Santiago de Chile en su avión Potez 25, con destino a Mendoza.
Aunque el Servicio Meteorológico había pronosticado un fuerte temporal en la Cordillera de los Andes, el piloto francés -temerario y aventurero por naturaleza- despegó igual y pese a las advertencias. En medio del viaje, la tormenta sorprendió a Guillaumet en las alturas, por lo que el experimentado aviador se vio obligado a desviar su ruta con dirección al sur, siempre con el objetivo de cruzar el cordón montañoso. No obstante, y por más instinto aventurero que lo incentivara, se vio obligado a improvisar un aterrizaje forzoso en las inmediaciones de Laguna del Diamante (enclavada en la cordillera, a la altura de San Carlos).
Nadie sabía nada de Guillaumet y las esperanzas eran por demás escasas -por no decir nulas-. Lo primero que hizo la compañía francesa Latécoère fue declarar al experimentado aviador (quien había completado su primer vuelo con 14 años, y 3 años antes de la desaparición había obtenido su licencia profesional) como desaparecido.
Ello permitió que se iniciara de inmediato un operativo de búsqueda. Por esto mismo enviaron algunos otros aviones con sus respectivos pilotos a rastrillar y recorrer la zona. Y entre ellos se destacaba Saint-Exupéry, compañero y gran amigo de Guillaumet.
La búsqueda aérea del aviador Guillaumet se extendió durante casi una semana en los Andes mendocinos. De buscarlo con vida -objetivo inicial-, el objetivo había mutado, indefectiblemente, hasta convertirse en la premisa de, por lo menos, encontrar el cuerpo sin vida del afamado aviador europeo.
Pero la esperanza es lo último que se pierde. Y el jueves 19 de junio de 1930, Juan Gualberto García -un puestero adolescente de 14 años, por entonces- encontró al aviador en las inmediaciones del arroyo Yaucha. Juan Gualberto y su madre, María, resguardaron a Guillaumet en el puesto Cerro Negro de San Carlos, donde vivían.
De acuerdo a lo reconstruido en una crónica histórica publicada por Los Andes en 2016, cuando Guillaumet encontró un espacio más tranquilo -o menos enfurecido- en medio del temporal y en la amplia extensión de la cordillera, intentó forzar el aterrizaje de su avión. Sin embargo, en ese momento el avión de Guillaumet impactó contra el suelo y se dio vuelta. Tras el aterrizaje, el aviador francés se refugió en la carlinga -cabina de vuelo del avión-, ya que todavía era viernes 13 de junio de 1930 -el mismo día en que había partido de Chile- y le esperaba una difícil y fría noche por delante, coronada por un temporal de nieve y viento. “Por suerte, entre sus provisiones tenía algo de licor que ingirió para soportar las bajas temperaturas”, detalla aquel artículo periodístico de Los Andes.
Pasó la primera noche, Guillaumet -como pudo- sobrevivió y, a la mañana siguiente, lo alertó el ruido de los motores de las aeronaves que sobrevolaban la cordillera. Eran las mismas que habían salido a su encuentro. Sin perder el tiempo, Guillaumet encendió bengalas. Pero nadie se percató de su presencia.
Para no morir congelado en el lugar, Henri emprendió una caminata -sin destino exacto- con una bolsa de provisiones hacia el este. Y, en una de las alas del estrellado avión, escribió justamente: ”Je pars vers l’Est” (”Voy para el este”, en francés).
Como no podía ser de otra manera, la caminata también fue accidentada y Guillaumet se desbarrancó desde un cerro, imprevisto que derivó en la pérdida de las pocas provisiones que le quedaban, y del botiquín. Pero rendirse no estaba en los planes del experimentado aviador, por lo que continuó su marcha “para el este”.
Seis días después, y cuando Guillaumet ya estaba prácticamente desvanecido tras días de extensa caminata y descansos esporádicos, García encontró al aviador francés tendido en el suelo montañés. Tras una primera asistencia básica, el puestero y su madre trasladaron y pusieron al resguardo al hombre, y luego dieron aviso a las autoridades.
En diciembre de 2011, con 95 años ya cumplidos, el puestero García falleció en Las Heras. Diez años antes, en 2001, Juan Gualberto García fue homenajeado en Francia por el entonces presidente Jacques Chirac con la Legión de Honor.
Las sensaciones de Saint-Exupéry sobre Mendoza y el reencuentro con su amigo
Entre el 13 y el 19 de junio de 1930, lapso comprendido entre el día del aterrizaje forzoso y el hallazgo de Guillaumet, la búsqueda del aviador francés no dio tregua. Aviadores franceses, compañeros del por entonces desaparecido piloto, sobrevolaron la Cordillera de los Andes en Mendoza intentando dar con el hombre que, pese a las advertencias, había partido de Santiago de Chile el viernes 13 de junio y con destino a Mendoza.
Uno de los participantes de este operativo fue Antoine Saint-Exupéry. Y en su diario de viaje, el hombre -que 13 años después publicaría “El Principito”- describió sus sensaciones sobre Mendoza y el cordón montañoso.
“¡Qué extraordinaria es la Cordillera de los Andes! Me encontré a 6.500 metros de altura en el instante en que nacía una tempestad de nieve”, escribió luego de la travesía Saint-Exupéry.
El reencuentro entre Saint-Exupéry y Guillaumet en Mendoza
El 20 de junio de 1930, exactamente una semana después del accidente y cuando el aviador francés logró recuperarse, los puesteros sancarlinos avisaron a las autoridades del hallazgo. El europeo fue trasladado a la Ciudad de Mendoza, y allí se encontró con su gran amigo y compañero Saint-Exupéry. El esperado y emotivo abrazo de reencuentro tuvo lugar en el Plaza Hotel, y el autor de “El Principito” lo llevó en avión hasta Buenos Aires en su L-28.
En cuanto a Saint-Exúpery, la aventura sobrevolando los Andes mendocinos marcó para siempre su vida, así como también los paisajes (mendocinos y argentinos). El icónico aviador y escritor permaneció más de un año en Argentina y conoció la selva, la Patagonia y la montaña. Se declaró a sí mismo “enamorado” de Argentina y esta tierra lo impulsó a concebir una de sus mayores novelas: ‘Vuelo nocturno’.
La muerte misteriosa y trágica de Saint-Exupéry
Un 31 de julio como hoy, pero de 1944, se reportaba la desaparición en el aire del escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry. Un año antes había publicado “El Principito” y, en el momento de su desaparición, se encontraba piloteando un avión Lightning P-38, como parte de una misión de reconocimiento en la Isla de Córcega (Francia), durante la Segunda Guerra Mundial.
Lo llamativo es que, según reportaron oportunamente, la aeronave del francés contaba con combustible para volar durante una hora. No obstante, de un momento para el otro, desapareció misteriosamente del radar y sin dejar rastros.
A la desaparición le siguió el posterior relato de una mujer que, un día después de aquel 31 de julio de 1944, dijo haber visto a un avión estrellarse cerca de Toulón. Días después se encontró un cuerpo sin vida en Marsella y, aunque su estado impidió que se reconociera, sobresalían las insignias francesas en la ropa, por lo que estaba prácticamente confirmado que se trataba de Saint-Exupéry.
No obstante, no había nada que pudiera confirmar fehacientemente que se trataba del querido aviador y escritor, por lo que el manto de dudas cubría esta versión. En 1998, 54 años después de la desaparición, un pescador francés halló en Marsella una pulsera de plata con los nombres grabados de Antoine de Saint-Exupéry y de Consuelo Suncín (su esposa), además de documentación sobre la primera edición publicada de “El Principito” en abril de 1943. También un buzo francés, Luc Vanrell, había hallado -en las inmediaciones del lugar donde se halló la pulsera- los restos de un avión Lightning P-38. No obstante, la familia y los descendientes de Saint-Exupéry negaron y rechazaron la posibilidad y la versión de que pertenecieran a Antoine.
Hasta que en 2004, 60 años después de la desaparición, el Departamento de Arqueología Subacuática de Francia confirmó que los restos del avión encontrados correspondían a la nave que piloteaba Saint-Exupéry.