Ya sea en cartelería de las rutas nacionales, provinciales o caminos internos que vinculan a los distintos puntos de Mendoza, no hay automovilista o viajante que no haya leído alguna vez una advertencia sobre la “Mosca del Mediterráneo”. De hecho, en toda la provincia hay 9 barreras sanitarias y puestos de control –incluido el Aeropuerto El Plumerillo- donde se realizan estas inspecciones que en su cartelería suelen incluir la tajante imagen de una mosca tachada dentro del círculo que suele connotar que algo está prohibido. “¿Trae frutas o verduras?”, suelen preguntar en estos controles ruteros o cuando un pasajero llega a Mendoza en avión, al tiempo que revisan baúles, bolsos o valijas. Y la respuesta debe ser, indefectiblemente, “No”.
Esta revisión no viene sola, sino que es acompañada por otras dos acciones principales: el rocío de una sustancia química en la parte baja de los vehículos que ingresan por vía terrestre y la distribución de bolsas con moscas macho estériles que se dejan caer diariamente del aire y en vuelos que programa el Instituto de Sanidad y Calidad Agropecuaria de Mendoza (Iscamen).
“Cuando una persona encuentre una bolsa de papel entreabierta, con moscas o pupas de mosca en su interior, no tiene que tirarla ni deshacerse de ella. Lo recomendable es que la levanten, la abran un poco más si es muy chica la rotura y la dejen en la horqueta que se forma en los troncos de los árboles para que las pupas terminen de convertirse en moscas. Porque de allí salen las moscas estériles que permiten erradicar a la Mosca del Mediterráneo silvestre. Y es clave para el control de esta plaga en Mendoza”, explica Alejandro Asfennato, coordinador de producción y empaque de la bioplanta del Iscamen.
En este impactante predio, ubicado en medio del campo en Santa Rosa, las escenas parecen sacadas de una película o serie de ciencia ficción. Y es allí donde se lleva adelante todo el proceso de reproducción asistida de las moscas, se hace el seguimiento de la evolución (desde que son huevos hasta que terminan de formarse como insectos) y -por medio de radiación- se esteriliza a los machos para intentar reducir su población.
Ceratitis Capitata es el nombre científico del tipo de mosca que se conoce popularmente como “Mosca del Mediterráneo”. No solo en Mendoza, sino en todo el país y en todas las regiones del mundo donde hay presencia en forma de plaga de este insecto, el perjuicio que trae a las frutas y hortalizas es que atacan a esta producción. Porque la hembra pone los huevos en el centro de los frutos, las larvas la comen por dentro y llevan a que la fruta se pudra antes de que caiga. Las pérdidas suelen ser incalculables.
“Lo que hacemos es liberar machos estériles para que busquen a las moscas silvestres, copulen a las hembras y no dejen descendencia. Así es como funciona esta estrategia de control”, agrega Asfennato.
Mendoza cuenta con una bioplanta modelo para “crear” moscas estériles, las mismas que son liberadas en Mendoza, pero también exportadas a otras provincias y otros países, como Bolivia y Chile. En el lugar se generan las condiciones para que se reproduzcan las moscas, mientras que a los machos que se producen se los esteriliza con radiación y una estrategia por demás cuidada para infiltrarlos en la población silvestre y, de este modo, reducir la presencia de moscas silvestres y fértiles que facilitan la reproducción sin control.
En Mendoza se producen 15.000 millones de pupas (el estadío posterior a la larva de las moscas) al año, de las cuales 2.000 millones se exportan a la Patagonia, Chile y Bolivia –la idea es llegar a 3.000 en los próximos años-.
La liberación y distribución de las moscas, en tanto, se hace vía aérea y por medio de 8 aviones contratados por el Iscamen y que, diariamente, parten de la sede de Aerotec en Rivadavia y lanzan 2,8 millones de bolsas con pupas o moscas recién nacidas por vuelo. Por día se realizan entre 10 y 20 vuelos, mientras que cada semana se liberan 400 millones de pupas y moscas del mediterráneo estériles.
“Es importante que la gente entienda que cuando pasa en su vehículo por una barrera sanitaria y se le cobra una tarifa, no es que está pagando solamente ‘por el liquidito’ que le echan en el auto, sino que lo recaudado se utiliza y destina para hacer funcionar a todo este sistema”, aclara Asfennato sobre una recurrente queja, tanto de mendocinos como de visitantes que no están al tanto de todo el trabajo.
La realidad supera a la ficción: así se “crean” las moscas alteradas que permiten controlar la plaga
La Ceratitis Capitata es originaria de África –de allí su denominación como “Mosca del Mediterráneo”- y se propagó como plaga por todo el mundo. En América se reconoció su presencia a comienzos de 1900, mientras que en Argentina se la visibilizó por primera vez a principios de la década de 1930. Dentro de la categorización de plagas, se identifica a este insecto como “plaga cuarentenaria”, puesto que genera importantes pérdidas económicas y su combate debe hacerse por medio de todo un proceso.
En Argentina y en Mendoza, la presencia de la Mosca del Mediterráneo se divide en 3 partes: área libre, área de baja prevalencia y área bajo control. Dentro del territorio mendocino, desde Tupungato y Tunuyán hacia el Sur se ha declarado como “zona libre de mosca”. De esa línea imaginaria hacia el norte, se considera como “área de escasa prevalencia”, mientras que todo lo que es ya San Juan y el Noreste Argentino (por fuera de los límites provinciales) ya está tipificado como “zona bajo control”.
En Mendoza, el control de la plaga está a cargo del Iscamen y todo el proceso se divide en 3 grandes etapas: producción (Santa Rosa), embolsado y mantenimiento (Kilómetro 8, Guaymallén) y liberación (Rivadavia).
Del huevo a la larva, de la larva a la pupa y de la pupa a la mosca
Cronológicamente hablando, todo comienza en la bioplanta, ubicada en una zona remota de Santa Rosa, prácticamente en medio de la nada y a donde muchos de los empleados llegan por medio de un servicio de transporte contratado. El predio cuenta con 16.000 m2 cubiertos y en su momento demandó la inversión de 70 millones de dólares.
Para los fanáticos de series de ciencia ficción o de películas de terror y suspenso, las instalaciones de la bioplanta tranquilamente podrían ser la locación de alguna de estas producciones. Y es que cada uno de los bloques está separado por esos pasillos interminables, con luces blancas y frías, mientras que cada sector tiene su propia gradualidad de iluminación y de temperatura, precisamente dependiendo de las condiciones que se necesiten para la producción de la mosca en cada etapa. Por medio de la humedad y la temperatura se estabilizan y manejan los distintos ciclos.
El primero de los sectores es la “Zona de reproducción”. Aquí se encierran en jaulas a pupas de hembras y machos (ambos fértiles y silvestres) para que se terminen de formar y reproduzcan entre sí. Cada día se preparan 140 jaulas con agua y comida con este fin. “Al no haber una fruta para que la hembra deposite allí los huevos, los dejan sobre una tela y caen sobre un paño húmedo. Esos paños luego son recolectados (por día se colectan 10 litros de huevos en trapos) y, cuando pasa un día, los huevos se separan del trapo por medio de la dilución con agua y se siembran en una dieta que se prepara especialmente y que es de la que –a falta de la fruta- se alimentan las larvas en la medida en que se van desarrollando”, explica el coordinador de todo el proceso. Y aclara que de entrada, por el color de la pupa, se puede saber si el insecto que se está formando es macho (su coloración es marrón o castaña) o hembra (la pupa es blanca).
Con respecto a la dieta que reemplaza a la fruta es preparada especialmente por cocineros que se desempeñan en el lugar, quienes cocinan a diario 8 toneladas de este preparado. La mezcla donde se depositan –o siembran- los huevos consta de levadura inactiva, alfalfa molida, harina de soja, azúcar, choclo molido, ácido clorhídrico y benzoato de sodio. Allí se siembran a los huevos y nace la larva, que comienza a alimentarse.
“Otra manera de diferenciar a los machos de las hembras, en su etapa de larva y previo a que se conviertan en pupa, tiene que ver con que los machos saltan antes desde donde está la dieta”, explica Asfennato. Y es que cuando las larvas ya están lo suficientemente desarrolladas, “saltan” de las bandejas donde están mezcladas con el alimento y caen sobre otros cajones con aserrín depositados en la parte baja de estos estantes.
Desde que se siembran en el alimento hasta que saltan todas las larvas transcurren 5 días, mientras que 24 horas después de saltar, cada una de ellas se convierte en pupa. Para esto existe otra sala, que es la sala de empupado y donde hay frío y oscuridad. “En la bioplanta se tienen las luces prendidas de 7 a 21, mientras que de 21 a 7 están apagadas, para intentar emular la iluminación de la naturaleza”, destaca el coordinador de todo el proceso. Aunque hay salas que están permanentemente a oscuras.
En la sala de maduración pupal se identifican los colores, y los machos son separados para ir a la zona de esterilización, mientras que las hembras vuelven al comienzo del ciclo (la zona de reproducción) para volver a ser insertadas y sin esterilizarse. Esto garantiza que la producción de moscas sea permanente.
Esterilización por radiación
Ya separadas las pupas de machos, llega el momento de determinar la madurez de cada una de ellas por la coloración del ojo. Aquellas que están listas para ser irradiadas se pigmentan de un color naranja de tipo fluorescente y se envían a este proceso final (al menos en la bioplanta).
Separadas en bandejas, cada lote de pupas de macho pintadas se coloca en una cinta automática y pasan por la zona de radiación (no es de acceso para las personas), para luego salir esterilizadas y listas para ser distribuidas.
El armado de bolsas con moscas estériles
Ya completado todo el proceso de producción y esterilización, las pupas infértiles que se convertirán en Moscas del Mediterráneo macho son derivadas a la planta de Kilómetro 8. Allí llega el momento de preparar las bolsas, esas que periódicamente encontramos distribuidas y tiradas en la vía pública o en los patios de nuestros hogares.
En esta dependencia se realiza el embolsado de las pupas de machos. Pero no consiste simplemente en guardar un puñado de pupas para que, como por arte de magia, terminen de convertirse en insectos. “Cada noche llegan las pupas, por lo que se colocan en las cámaras de frío. Por la mañana se colocan en las bolsas, especialmente preparadas, y estando embolsadas nacen las moscas”, explica Alejandro Asfennato, coordinador de producción y empaque del Iscamen, ya en la sede guaymallina.
Antes de depositar las pupas, dentro de las bolsas se coloca una medida de entre 12 y 14 gramos de una preparación especial de azúcar y proteínas para que completen su alimentación. Y luego llega el momento de depositar entre 50 y 75 centímetros de pupas de mosca macho por cada bolsa. Aproximadamente en cada paquete entran 4.500 pupas. Acto seguido se coloca un papel suelto para darle un mayor soporte a la bolsa y luego se la cierra con broches metálicos.
Cada bolsa tiene un código de trazabilidad impreso, lo que permite hacer un seguimiento antes y después de su liberación. Cuando la bolsa esté preparada, será el momento de liberarla en los aviones. Pero, antes, debe mantenerse almacenada en un depósito donde –al igual que en todo el proceso- por medio del agua el ambiente se mantiene húmedo.
¡Libre soy! Así se introduce a las Moscas del Mediterráneo esterilizadas en el ecosistema
El recorrido llega a su fin con la liberación de las bolsas con pupas de Mosca del Mediterráneo macho esterilizadas en su interior por todo el territorio mendocino. En cada uno de los, al menos, 10 vuelos diarios que se realizan por los oasis productivos se liberan 700 bolsas, y en cada nave va un piloto y un liberador.
Los aviones parten de la pista de la firma Aerotec (Rivadavia), vuelan a cerca de 400 pies de altura y realizan la tarea en un tiempo estimado de 90 minutos.
Según el tipo de pupa que se libera, es la técnica que se utiliza. En el caso de la liberación de bolsas con pupas, en el interior de la cabina hay un tubo que permite deslizar cada bolsa para que caiga al exterior. Este habitáculo cuenta, además, con un clavo que permite que se raje la bolsa de papel en el momento en que se suelta, para que caiga ya abierta y así llegue a la tierra, facilitando el escape de las moscas.
Existe, además, otra técnica de liberación y que tiene que ver con aquellas moscas macho esterilizadas y que no se liberan en bolsas ni en su estadío de pupa. También producidas en la bioplanta, estos insectos se sueltan ya en forma de moscas adultas (la técnica se llama “adulto en frío”) y por medio de una caja metálica en la que van almacenadas durante el vuelo. Se las suelta como insectos y salen volando por sus medios.
En las áreas urbanas, la liberación y distribución está dividida en bloques de entre 3.000 y 5.000 hectáreas. Y en cada uno de ellos se hacen dos liberaciones por semana.
“Produce tu propia mosca eserilizada”
Por medio de un convenio con la DGE, estudiantes de sexto grado de la primaria realizan visitas guiadas a las sedes del Iscamen. Además de aprender y repasar cada etapa, se les entrega un biocontenedor con pupas de moscas que se preparan especialmente para la ocasión. “Se trata de pupas que tienen menos tiempo de maduración, para que en la escuela los chicos trabajen con ellas. Todo el año van aprendiendo sobre distintos temas como reproducción sexual, medio ambiente, temas de economía y hasta insectos. Y esta es una manera de abordar todo eso de forma integral” destaca Alejandro Asfennato, coordinador de producción y empaque del Iscamen.
Con la asistencia de los docentes, los chicos acompañan la etapa final de la gestación de las moscas estériles y luego las liberan. El programa comenzó en 2014 y este año ya se entregaron 40.000 biocontenedores.