Podría decirse que cuando inventaron la frase “la curiosidad abre una puerta tras otra”, tal vez lo hicieron pensando Beatriz Bragoni, al menos por que ella misma cuenta. Con un puñado de preguntas sin respuestas y la atracción natural por el vínculo entre el pasado y el presente, aquella alumna que ingresó un día a la Universidad Nacional de Cuyo para estudiar Historia, terminó siendo luego directamente una de las historiadoras más destacadas del país.
Con el paso de los años se fue abriendo puertas que la llevaron a ser biógrafa de San Martín y José Miguel Carrera, investigadora de Conicet, doctora en Historia en la UBA, docente en la UNCuyo y, ahora, miembro de número de la Academia Nacional de la Historia, reconocimiento que recibirá el próximo 21 de junio como corolario de su gran trayectoria. Para semejante cita eligió su especialidad, la historia política y social del siglo XIX, como tema de disertación en el acto académico de su incorporación a la Academia, trabajo al que tituló “Cartas de mujeres en tiempos de la Revolución”.
“Es muy atractivo por varios motivos, entre ellos que no hay mucha documentación sobre la participación en el espacio público de las mujeres, entonces las correspondencias se convierten en testimonios muy ricos y valiosos para exhumar las expectativas, los pesares y las operaciones políticas que hacían las mujeres en el contexto de la Revolución de 1810″, explicó la historiadora.
Así, Beatriz Bragoni recibirá el reconocimiento a toda su trayectoria con el mismo tema con el que empezó y abrió su primera puerta, camino que recuerda en esta charla con Los Andes. Además, la doctora se expresó respecto a los desafíos y riesgos de la disciplina que, como fue siempre, no se desentienden ni del pasado, ni del presente, ni del futuro.
–¿Es un cierre perfecto haber empezado la carrera e ingresar a la Academia con el mismo tema?
–Sí, en parte porque cuando escribí Biografías de carrera me había encontrado con esas cartas de las mujeres, y las fui guardando mientras pensaba: “Qué importante es esto, alguna vez lo retomaré”. Era material que yo había trabajado y guardado para otra oportunidad, y me pareció muy rico poder ofrecerlo en ese marco donde se unía el comienzo de mi vida académica hace 25 años, y el ingreso como miembro de número a la Academia Nacional de la Historia, con un tema que cruza mi trayectoria intelectual y académica, pero una mirada más olímpica de la Revolución y de las mujeres.
–¿Es este el tema que más le fascina de la historia de Mendoza?
–La historia de Mendoza es muy importante, y el interés no sólo surge porque trabajo y vivo en la provincia, sino porque Mendoza conforma una ciudad fundada desde la época colonial, que experimenta una poderosa transformación en el siglo XIX. Lo fascinante es ver la gran transformación política de ese tiempo, que es el colapso de un imperio y la formación de una nueva nación, que adquiere una estructura de poder federal, y cómo esas partes conforman un todo que hasta ahora nos distingue.
–¿Qué significa para usted ser parte de la Academia Nacional de la Historia?
–Es una alegría muy grande porque es un honor, por supuesto. En 2014 había sido incorporada como miembro correspondiente por Mendoza, y también había sido un honor por quienes me habían propuesto, que eran mis maestros y todos personajes muy importantes de la renovación del campo historiográfico, desde la recuperación de la democracia.
–¿Cómo se decantó su vocación por la historia?
–Empecé a estudiar Historia en la UNCuyo sin saber que quería ser historiadora, pero con una fuerte curiosidad y avidez en el conocimiento y las novedades bibliográficas, como de autores y problemas. Había un estímulo muy fuerte, que tenía que ver con la producción de libros, y al mismo tiempo grandes profesores que volvieron al país, entonces se abrió una ventana de atractivos, temas, enfoques y metodologías, en donde la historia argentina empezó a ser un campo de verificación de hipótesis, y no tanto del interés de decir cuál es la verdad del pasado nacional. Yo egresé justo en el momento en que se produce esa recuperación democrática, que fue lo que diversificó el pluralismo y la libertad de expresión, y eso favoreció el crecimiento de estos foros, reuniones y encuentros de historiadores por los que el campo disciplinario empezó a moverse. En esa actividad y con los estímulos que había, yo decidí inscribirme para hacer el doctorado en la Universidad de Buenos Aires (UBA), y ahí empecé a caminar un mundo que era diferente y me terminé doctorando.
–Habló de curiosidad, buenos maestros y novedades bibliográficas: ¿Cómo está actualmente la comunidad historicista en ese sentido?
–La principal diferencia es que cuando mi generación empezó a transitar el camino para ser historiadores o historiadoras, la renovación historiográfica estaba en marcha. Hoy por hoy, después de 40 años, la historiografía profesional ganó varios combates en la mayoría de las instituciones académicas argentinas. La Academia en general, hasta los años 90, había sido una institución puertas hacia adentro, y a partir de ahí tuvo un proceso de apertura de dar lugar no sólo a la historia del derecho e institucional, sino de diversificar las líneas de investigación en función de sus historiadores, y también en la incorporación de mujeres, que estamos teniendo una mayor participación.
–En un presente donde todo se digitaliza, ¿qué opinión le merece la historia en formato audiovisual?
–La historia es una de las disciplinas más viejas y ha sobrevivido a mil combates, y se lleva bien con diferentes formatos y lenguajes. Como diría un gran historiador francés, a la gente le gusta que le cuenten historias. Todas las películas cuentan una historia y narran algo, y más de una vez los motivos históricos han sido objeto de producciones grandes, incluso cinematográficas. Yo no veo a los nuevos lenguajes como una amenaza, sino como un desafío y una enorme ventaja, quizás, para mejorar las formas de comunicación de los contenidos históricos. Yo no soy pesimista ni creo que es desprestigiar la disciplina, para mí la clave es que haya buenos guiones y producciones. Creo que puede ser una herramienta muy importante para la difusión del conocimiento histórico, asique yo no me llevo mal con la modernización y tecnologización de los contenidos.
–¿Cuál es el desafío para los historiadores y la comunidad en general en vistas al futuro?
–En relación a los historiadores, los desafíos más inminentes no son que la disciplina corra riesgos, el tema es la concurrencia de discursos que se presentan como de historiadores cuando en realidad tienen muy poco sustento profesional para serlo. Sobre la comunidad, ahí ya la cosa es diferente, porque lo que en la actualidad vivimos es una crisis de futuro, como dirían algunos historiadores muy renombrados. Y eso es lo que explica que vivimos en un presentismo permanente, es decir, la noción que tenían nuestros antepasados de pasado, presente y futuro, se ha roto. Eso obedece a diferentes traumas históricos, como la Primera Guerra Mundial, donde se produce esa primera crisis de noción de tiempo, sobre todo de que el futuro iba a ser mejor que el presente y el pasado. Y para los argentinos, te diría que la cuestión es un poco más agravada, porque en los últimos 40 años esa idea progresiva del tiempo y que en el futuro podrías tener expectativas mejores frente al pasado, está en reflujo, porque evidentemente las proyecciones de las nuevas generaciones sobre cómo se proyecta el país, son cada vez menos creíbles.