A esta altura, para Claudia Carrasco, de 57 años, es frecuente salir a la calle vestida como Blancanieves; por eso, ni siquiera siente un ápice de vergüenza. Como fundadora y referente de la asociación Corazones Solidarios, entidad que funciona en Guaymallén brindando apoyo a adultos mayores y personas con discapacidad, suele encarnarse en la piel de este personaje tan amado por las niñas para salir a repartir donaciones, dar apoyo escolar o entregar ayuda a los abuelos más desprotegidos.
Tal vez por eso, asegura, en diálogo con Los Andes, no le afectaron las miradas que se posaron en ella cuando ingresó, el pasado miércoles, al Concejo Deliberante de Guaymallén para hacer uso de la denominada banca ciudadana durante la sesión ordinaria número 19. Se trata de un instrumento que permite la participación de los vecinos y puede solicitarse de forma presencial presentando una nota en el área de Gobierno Abierto.
Hacía tiempo que Claudia deseaba hacer uso del micrófono frente a las autoridades de Guaymallén y la banca ciudadana era la oportunidad. Necesitaba, sobre todo, agradecer la ayuda que siempre le brindan para poder llevar a cabo su misión, pero también pedir, como siempre. No pedir por ella, sino por los demás. Pedir apoyo, respaldo y acompañamiento para lograr la personería jurídica tan ansiada y poder inaugurar pronto lo que llamará centro integral para el adulto mayor y persona con discapacidad.
Ingresó al recinto sin nervios, relajada, sonriente. Y, aunque ella lo niega, los ojos asombrados de los concejales y otros presentes en el deliberativo hablaron a las claras de la sorpresa.
“Creo que a esta altura mucha gente me conoce y sabe lo que hago desde hace cinco años. Empecé ayudando a la gente como una herencia de mis padres, que eran muy solidarios. Luego nacieron mis hijos, que sufren una discapacidad, y eso me impulsó aún más. Todo se hizo cada vez más grande”, relató Claudia a Los Andes.
Por algún motivo, un día decidió acercarse a un grupo de niños para llevarles donaciones, siempre en Guaymallén, aunque a veces cruza a otros departamentos, interpretando a Blancanieves. Desde entonces comenzaron a llamarla “Blancarrasco”. Ella se ríe y sigue adelante como una topadora.
“Lo más increíble fue cuando finalizaron esos 10 minutos que otorga la banca ciudadana y me despedí saludando con lenguaje de señas, algo que creo que todos debemos aprender. No hubo quien no me felicitara, se acercara a saludarme, a darme un abrazo. Fue un día de mucha emoción porque siento que mi trabajo llega a la gente y también a las autoridades, que jamás me dejaron sola”, repasa.
Tanto éxito tuvo aquella alocución, que la personería jurídica que tanto anhela está muy cerca de llegar. “Se me abrirán otras puertas”, dice, emocionada y expectante.
“Creo que toqué el corazón a muchas personas y aunque no era el objetivo, cualquier cosa viene bien a la hora de pensar en el futuro de nuestra asociación, cuyo trabajo, como siempre digo, es integral”, sostiene.
“Visitamos hogares vulnerables, hacemos colectas para fechas especiales, llevamos medicación y elementos de ortopedia a abuelos que viven solos, desprotegidos. A mí no me sobra nada, pero la vida me golpeó y entendí que soy feliz haciendo lo que hago”, agrega.
Claudia se ríe cuando confiesa que tiene más proyectos que tiempo para concretarlos. “Hay muchísimos casos extremos en todos lados, no solo en Guaymallén. Hay mucha gente analfabeta y para eso brindamos apoyo escolar, además de repartir viandas, meriendas, juegos y enseñar oficios”, advierte. Todo se hace en su propio domicilio del barrio San Cayetano, ex Alimentación.
De todos modos, cuando la requieren en otros lugares, Claudia, siempre junto a sus hijos, se trasladan donde sea. Por eso, ella asegura que su historia es la de pobres que ayudan a pobres. Ella misma debe trabajar y hacer distintas changas para poder sobrevivir.
Elabora pizzetas caseras y comida de todo tipo, además de tejidos artesanales. También plancha para algunas clientas, algo que aprendió de muy chica. Nació en el seno de una familia humilde pero con la generosidad intacta. Su casa es todo un emprendimiento porque su hijo José la ayuda en la cocina y Claudia confecciona artesanías para vender.
En el barrio es “Doña Claudia” y todos la conocen por su entrega. “Mis hijos crecieron viéndome ayudar a la gente. Para ellos es común ver cómo organizamos diariamente el apoyo escolar, la merienda, la contención. Es fundamental brindar herramientas, enseñar oficios para que los niños de hoy puedan tener una salida laboral el día de mañana”, indica.
En noviembre se celebrarán cinco años desde el día en que la asociación, que por entonces no era tal, abrió sus puertas para los más necesitados. Fue así que su casa se transformó, especialmente desde la pandemia, cuando comenzaron a hacer malabares.
Una madre todoterreno
Claudia es mamá de José y Claudio, que nacieron el 23 de noviembre de 1989. El diagnóstico fue una hipoacusia severa, que originó en ambos cierto retraso y dificultades en el habla. Además, los dos tienen otras patologías, como epilepsia en el caso de José y un tumor en la vesícula en el caso de Claudio, que fue operado.
“Son mi motor, son hijos excepcionales a los que crié sola y hoy siento que son el resultado de mi esfuerzo. Si bien hoy pueden hablar y hacerse entender, su lenguaje es limitado. Ambos son hipoacúsicos y cuando comenzaron a escuchar gracias a los audífonos, ya de adultos, fue muy emocionante”, recuerda.