Las juntadas para tomar café y charlar constituyen una de las costumbres mendocinas más arraigadas, tanto para quienes están en el servicio activo como para los que ya accedieron al retiro jubilatorio. Los cafés del centro y los departamentos son “templos” de diálogo, entendimiento, discusiones políticas, económicas y deportivas, entre otros tópicos. No faltan reencuentros, charlas acaloradas, se hacen nuevas amistades y hasta algunos romances se han gestado entre sorbos de la humeante bebida. Por esa razón, la frase “tenemos que juntarnos a tomar un café” se repite a diario. En muchos casos no es necesario plantear la invitación: para ciertos mendocinos es un rito ir a tomar algo con amigos o conocidos. En ocasiones, la convocatoria es pura rutina y se ejecuta cotidianamente.
Para poner en acción esa práctica discursiva, de ida y vuelta, que intenta arreglar la provincia, el país y el mundo, hacen falta los escenarios donde sentarse y desmenuzar los temas que mueven la aguja en cada jornada. Son los cafés, también descriptos como bares, que se reparten por el microcentro, los barrios y los distritos.
Vamos a decir de entrada que estos negocios suelen tener más concurrencia de hombres que de mujeres. Las mesas en las veredas y en los interiores lo demuestran, pero, de inmediato, tenemos que hacer excepciones que, además de ser honrosas, son muy simpáticas. La curadora de arte, Pupi Agüero, pronuncia: “Para mí el cafecito es un paréntesis entre mi trabajo o en medio de una jornada de trámites. Todos los sábados nos encontramos los mismos integrantes. Nos une la pasión por la política, los libros y el arte en general”.
De recorrida
Recorrimos algunos de estos lugares, que la licenciada en Turismo Mariana Gómez Rus llama “submundos urbanos de gran identidad”. A todos los castigó la pandemia y ahora van por la revancha.
Al primero que vamos, está cerrado por reformas: el Jockey Club (España y Espejo, punto que el municipio capitalino bautizó como Esquina Pedro Alonso, quien fue su fundador). Es uno de los más antiguos y tradicionales. Abrirá en unos 15 días con modificaciones que, según sus propietarios, los Alonso, mantendrán la mística del lugar. Ahora está en manos de un integrante de la cuarta generación del grupo iniciador del comercio, Ramiro Alonso (33) y sus tres hermanos. Habría que recorrer el historial gastronómico nacional y ver si hay otro antecedente en el país de una continuidad familiar. El fundador fue Pedro Alonso, en 1942. La casa ya tiene una sucursal, en Colón esquina Perú, que conduce Macarena Alonso (27). Cuando está en actividad, con el salón lleno o semipleno, las conversaciones tienen de fondo el ruido característico de la máquina elaboradora de café a pleno.
Caminamos varias cuadras al Norte y, donde comienza la Alameda, en calle Córdoba 27, sienta reales el Tostadero Puerto Rico. Vende café molido y también hay un salón para degustar. Tiene clientes que vienen de lejos, fieles a la calidad del producto, como Francisco Ovejero (69), que reside en Luján de Cuyo, pero que se pronuncia a favor del cortado que le sirve el encargado, Julio Suárez o el mozo de turno.
Retrocediendo hasta calle Necochea, en la primera cuadra, entre San Martín y 9 de Julio, tenemos tres comercios del ramo. El Cafetal es uno de los más concurridos, vereda Sur. En la fachada luce la leyenda “El café del pueblo” desde 1971. Básicamente está compuesto por tres salones, una barra en U, de estilo cafetín porteño, y las mesas en la vereda. “Tenemos capacidad para atender a más de cincuenta clientes y servimos más de mil pocillos al día”, asegura su dueño, Gabriel Bucca (32), quien asegura conocer por su nombre al 60% de los concurrentes. Uno de estos es Carlos Fernández (67), conocido como “Coco Liso”, por su testa calva, quien exagera y dice: “Vengo por aquí casi desde mi nacimiento”. En otra ubicación Susana Monteleone (80), exdocente, reivindica la presencia femenina en estos sitios, donde se reúne frecuentemente con colegas. Juan Bautista Rivas (69), jubilado de la Policía, justifica porque concurre: “Buena atención, buen producto y precio adecuado”.
A la vuelta, por San Martín, costado Oeste, está el café Kolton, en la galería del mismo nombre (por el empresario inmobiliario Samuel), con atención en el interior del complejo y en la vereda, todo un desafío porque hay varios metros hasta la cocina. Cafetería clásica, medialunas de manteca, jugos exprimidos al natural y tostado de jamón y queso, son algunas de las ofertas de la carta, cuenta el encargado Juan Matías Arnulphi (35), quien anuncia que pronto volverá el piano y la ejecución de música instrumental para deleite de comensales y los que pasean por la galería y salen por calle Buenos Aires.
“Sede” deportiva
Otro clásico del centro es Vía Véneto, en la vereda Norte de calle Amigorena, ahora en manos de la tercera generación de los Conte. En sus inicios (con otros propietarios) estuvo en la galería Tonsa. En la mañana que lo visitamos nos atendió Paolo Conte. “Es un lugar que ‘respira’ mucho deporte”, dice el exjugador y hoy contador, Jorge Cattáneo (67). “En ocasiones éramos 10 o 15 a la mesa, entre jugadores, técnicos, árbitros de fútbol y periodistas. Miguel Falcioni llegaba primero para reservar el lugar; pagábamos haciendo una ‘vaquita’”. La lista de contertulios era muy extensa: Víctor Legrotaglie, Juan Hilario Fernández, Eduardo Miguel “Tucho” Méndez, Alfredo “Polaco” Torres, Eduardo José “Caña” Alvaro, Carlos S. Benítez, los periodistas José Félix Suárez, Hugo “Cacho” Cortez y Ángel Diego Acosta, el DT Jorge Julio…
En los mundiales de fútbol las instalaciones se llenan y se recrea un ambiente de tribuna de cancha de fútbol. Pero el público es variado y también se sientan allí políticos, legisladores y gente del espectáculo y la cultura. En la década del ‘90, el notable pintor y grabador mendocino, Carlos Alonso, no se iba de Mendoza sin cumplir con una ceremonia: comprar las afamadas tortitas de los Conte y llevárselas hacia Córdoba, donde residía.
Del centro, nos trasladamos a Villa Hipódromo, a la calle Pellegrini 1353, donde hay otro refugio cafetero, Sportman, que inicialmente estuvo ubicado en calle Paso de los Andes, pegado a un cine que llevaba el mismo nombre. Nació en 1938 por iniciativa de Alberto Zamora (murió en 2013), y hoy lo atiende su nieta, Jorgelina. En el medio hay un extenso período de gestión de Jorge Zamora, el papá de la actual dueña, quien le introdujo el estilo y el mobiliario que atrae a los visitantes: barra y banquetas tapizadas en cuero, un viejo molinillo de café y espirituosas botellas; paredes espejadas y la exhibición de fotos sepia en marcos ovalados.
El local es Patrimonio Histórico del municipio de Godoy Cruz.
Los que ya no están
Resulta llamativa la cantidad de cafés que hubo en el centro y que bajaron la persiana. El hoy Liverpool fue alguna vez Gargantúa y, entre sus paredes, se reunía la intelectualidad mendocina: Fernando Lorenzo, Cristóbal Arnold, Carlos Levy, Julio “Negro” Castillo, el editor Osvaldo Rodríguez y varios más. El lugar tenía un hermoso mural de Ricardo Embrioni.
Otro destacado era Sorocabana, en San Martín al 1240, junto al Sao Paulo. De este último se acordó Luis “Lucho” Rinaldi (87). “Lo abrimos en 1964 con mis socios Felipo A. Occhipintti y Víctor Marino, y se cerró en 1994″. Era tradicional el mostrador en herradura, con la oportunidad de tomar un café al paso. Hoy se llama San Pablo.
En Luján de Cuyo fue célebre La Porteña, el negocio de los Juan, que dejó de atender en los ochenta. Si había que juntarse con alguien, se fijaba a la confitería como lugar de la cita, al lado de la Municipalidad.