“A veces me pregunto por qué la vida nos puede golpear tanto y entendí con el tiempo que suele ser bonita pero sólo son momentos”.
Recién hoy, cuando pasaron 16 años de una tragedia que marcó para siempre su vida, Valentín Rasjido por fin puede hablar de aceptación.
Repasa el tiempo transcurrido, las secuelas emocionales de su lesión en la médula y el doloroso camino que desandó desde la noche del 4 de febrero de 2004, cuando delincuentes ingresaron a su casa del barrio SUPE, en Godoy Cruz, lo hirieron a él y mataron a su hermano, y asegura, sin rencor, que se siente intérprete de su propia vida.
“Porque una vez que pude ser verdaderamente consciente de lo sucedido entendí que nadie más que yo vivirá mi vida; que soy el único que puede trabajar para sobrellevarla”, confiesa. En un diálogo sincero, Valentín, que es papá; bailarín de tres Vendimias y está en pareja con Débora -enfermera y bailarina-, abrió su corazón por primera vez desde entonces.
-¿Con quién te enojaste?
- Atravesé muchos procesos internos, durísimos. Me crié en el seno de una familia cristiana, dictaba Catequesis, Confirmación y, claro, en cierto punto me enojé con lo que creía que era Divino o justo. Pero entendí que la vida a veces no lo es.
-¿Cómo se intenta ver la mitad del vaso lleno?
-No siempre puedo. De un día para el otro mi vida dio un vuelco, pasé a depender y a estudiar la secundaria desde mi casa, que nunca es lo mismo.
-¿Te quejás?
- Trato de no hacerlo. Si bien me enojé con Dios, pedí una explicación y encontré un sentido.
-¿Cómo afrontaste las salidas, la rutina y la discriminación cuando retomaste tu rutina?
-La discapacidad no es fácil y difícil de comprender. Dejé muchas cosas y también las salidas, hasta que después volví. Si no podía entrar a un boliche nos íbamos a otro. Pero nunca estaba solo, era mi silla y yo. Para los demás tampoco es simple.
-¿Qué sentís al ver a tu hijo con la misma edad que tenías cuando sucedió la tragedia?
-Me duele verlo patear la pelota y no poder devolvérsela.
-¿Qué sentís cuando recordás a los delincuentes?
-Fueron presos, pero su vida continuó, mientras que las de mi hermano y la mía quedaron truncas. Hace poco fui a una audiencia porque uno de ellos, que tiene perpetua, pedía salidas transitorias para ver a sus hijos pero ni sus nombres conocía. Es un insulto.
-¿Cómo resume un discapacitado desplazarse en la ciudad?
-Hasta que uno no lo vive no se da cuenta. Escalones, accesos complicados, veredas en mal estado, escasos ascensores. La ciudad no está adaptada.
-¿Cómo sobrellevó la familia semejante trauma?
-Nunca pudo superarlo. Mi mamá perdió un hijo y otro quedó en silla de ruedas. Ella sufrió una diabetes por estrés y está prácticamente ciega.
-¿Te enamoraste?
-Cuando me anoté para bailar en Vendimia, conocí a Débora en los ensayos. Empezamos a hablar y así nos fuimos conociendo. Hoy vivimos juntos y tenemos una relación hermosa pero ojo, sin proyectar demasiado a largo plazo.
-¿Qué sentís cuando te das cuenta que pudiste rehacer tu vida?
-(Ríe) No lo sé, porque fue a los tropezones.
-¿Cómo es la vida laboral de una persona con discapacidad?
-Difícil. Si bien estudié diseño web y me dedico a reparar computadoras, estoy anotado en todos los programas del gobierno pero sigo en lista de espera. Hay trabas gigantes y si no tenés un contacto es casi imposible.
Aquella pesadilla que aún hoy recuerda con claridad
Aquel día Valentín había llegado de un campamento y la familia, compuesta por sus padres y dos hermanos más, esperaban que su papá llegara de trabajar para compartir la cena. Para ahorrar tiempo decidieron entrar el auto a la cochera y dejar el portón abierto para que ingresara la camioneta más tarde. En ese interín irrumpieron delincuentes y comenzó un forcejeo y tiroteos. Cuando “Valen” se asomó y vio el espanto, buscó un hacha e intentó defender a su hermano colocándose adelante.
La bala que atravesó su columna también le pegó en la axila, pulmón, hígado y diafragma. La otra rozó su labio. Durante un tiempo estuvo internado en el Hospital Central y más tarde rehabilitó en la Fundación San Andrés. Integró luego grupos de inclusión y de empleo para personas en su condición. Pero lo más gratificante fue quedar seleccionado para bailar en tres Vendimias.
Se despide, agradecido. Y pide dejar una última reflexión: “En esto también se hace camino al andar”.
Es que, durante todo su proceso, Valentín se encontró con vivencias tanto o más dolorosas que la suya, como compartir un cuarto de hospital con pacientes sin brazos ni piernas.
“Uno piensa que no existen, pero están, y entonces pienso por qué no puede sucederme a mí”, concluye.