Pese a que sus orígenes datan de hace más de 50 años, en Mendoza y en el país todavía quedan resabios de los famosísimos y concurridos clubes de caballeros, aquellos lugares de encuentro al que sólo asistían varones para hacer sociales, ya sea por simpatía o negocios, y divertirse en torno a una mesa con ajedrez, cartas, billar, algunos tragos y apuestas clandestinas. El tiempo y la idiosincrasia social fue cambiando tanto como ellos, que se amoldaron hasta convertirse en emblemáticos clubes deportivos y centros culturales, o desaparecieron en el intento.
Algunos eran sólo clubes sociales, otros solamente deportivos y otros combinaban ambas facetas, pero todos compartían la característica de ser el punto de encuentro de la comunidad masculina. Sí, sólo de hombres, porque como contó la escritora mendocina Norma Acordinaro (84), en aquellos tiempos “eran lugares totalmente varoniles”. “No había una participación femenina en absoluto”, sentenció a su vez Raúl Sánchez (74), sociólogo oriundo de San Martín, sobre estos “submundos” que “eran lo que podríamos reemplazar en el imaginario colectivo como casinos”.
“En esas épocas era todo de varones porque la mujer no tenía acceso a los clubes”, añadió la escritora. Además de ajedrez, cartas, billar, bochas y posteriormente deportes como patín y pelota paleta, los había hasta con bibliotecas y teatros, por lo que los clubes “eran primordiales porque eran los únicos lugares de encuentro social, de diversión y de deporte”.
“En todos se podía tomar algo, no eran restaurantes sino minutas”, recuerda Acordinaro, por lo que “los hombres de mejor posición económica, como los dueños de fincas, iban todos los días”, al contrario de bancarios y comerciantes, que “no podían porque trabajaban muchas horas”.
Desde sus 13 años Sánchez fue empleado de comercio y testigo de lo que la escritoria afirmó. “Ahí se estaba durante toda la noche así que, si tenías alguna actividad o trabajo, no se podía”, comentó el sociólogo. Y agregó: “Los grupos que asistían respondían a ciertos sectores empoderados de la comunidad, como representantes de las clases sociales media-alta”.
Pese a ello, el sociólogo recuerda a los clubes sociales como “submundos” en los que “la excusa era el truco, la bocha, el chinchón, lo visible”, resumió, donde “surgían encuentros y a partir de ahí charlas, negocios; había de todo”. “Eran verdaderamente antros de perdición, ‘timba’, ‘chupe’, cigarrillo, ¿para qué te voy a contar más?”, dijo entre risas.
Puertas adentro, “en algunas oportunidades también eran clandestinos esos ámbitos y contaban con la complicidad o la mirada distraída de las autoridades”, agregó Sánchez. “Se jugaba mucho a las cartas y en algunos se apostaba muy fuerte, nada más que actuaban con mucho disimulo”, ratificó Acordinaro.
Origen y época de oro
Más allá de la clandestinidad de cada ámbito, los clubes de caballeros surgieron como un espacio “donde los asociados cultivan la amistad en torno a una mesa de cartas, acertando carambolas en el billar o simplemente reuniéndose en cenas donde se conversa de todo”, describió Miguel Títiro, periodista de Los Andes que vivió parte de aquellas épocas.
Para él, los clubes sociales “no deben ser vistos sólo en función del juego, el esparcimiento y la charla, sin desconocer que esas fueron y son sus cometidos principales pero, además, las amplias instalaciones han servido en ocasiones para la realización de expresiones culturales o sociales del medio”, apuntó.
La época de oro de los clubes de varones fue a partir de 1940, “que fue el momento de mayor cantidad”, detalló Acordinaro. “Surgieron cerca de 1920, pero llegaron a estar en cantidad y sumamente organizados en la década del ‘40. Se extendió también durante todo la del ‘50, incluso llegando a los ‘60, donde empezaron a decaer levemente. Finalmente, en los ‘70 empezaron a morir por el cambio de vida”, resumió la escritora.
En ese tiempo nacieron míticas entidades que hasta el día de hoy tienen vigencia, como el Club Social -presente aún en Luján-, Pacífico, Jockey Club, Godoy Cruz Antonio Tomba, Independiente Rivadavia, Patín Club, Villa Gaviola, el Cristófolo Colombo, y tantos más.
Otro aporte muy importante fue el de las comunidades de inmigrantes que llegaron al país y fundaron sus propios clubes sociales, y que hoy en día son referentes de la historia mendocina: Casa España, Casa Italia, Club Libanés, Club Inglés, Alemán, Chileno, Suizo y más. “En la década del ‘40, sólo en Capital había no menos de 25 clubes, entre sociales y deportivos”, destacó la investigadora, y añadió que muchas de las entidades tenían sedes en varios departamentos y “todos nacían con biblioteca, hasta los más humildes”.
Con el tiempo, “la mayoría fue perdiendo las personerías jurídicas o las comisiones directivas, y al final más del 50 por ciento desapareció ya que no había gente decidida a seguir ese estilo de vida”, explicó la escritora.
El cambio a la inclusión
Estas comunidades y sus sedes sociales fueron, tal vez, las impulsoras del cambio social que tanto costó y todavía cuesta. De hecho, hace pocos días el Jockey Club de Buenos Aires fue noticia porque, aún en 2022, todavía su masa societaria está compuesta solo por hombres, 6.000 en total. Por tal motivo, la Inspección General de Justicia (IGJ) intimó a la asociación civil a “respetar la diversidad de género”, por lo que le ordenó que a partir de ahora deberá recibir socias mujeres y sumar integrantes femeninas a la comisión directiva.
Aunque “en la noche eran lugares netamente varoniles, no había ni un lugar de esos en los que las mujeres hayan tenido participación”. Con el tiempo se generaron espacios para la inclusión femenina. “La mujer empezó a entrar si se hacía teatro y a las fiestas de cada comunidad”, expresó Norma Acordinaro.
Por su parte, Raúl Sánchez explicó que “desde el punto de vista sociológico, esos lugares respondían a una premisa de aquellos tiempos de que el hombre era el que salía y trasnochaba”, pero que hubo entidades “más familiares” que empezaron a hacer eventos para toda la familia y, de a poco, las esposas de los socios empezaron a participar, “como en Casa España”.
Títiro puso sobre la mesa un ejemplo claro de este proceso, con el testimonio de Jorgelina, nieta de Alberto Zamora, fundador del reconocido Café Sportman en 1938. Lo que alguna vez fue un club social para hombres hoy es una cafetería a la que asisten mujeres y familias. “Cambió mucho. Cuando yo tomé el café empezaron a venir más mujeres, se animaron a entrar al verme a mí. Y los hombres comenzaron a traer a las esposas y a la familia”, relató la mujer.
Como este, para bien o para mal, decenas de aquellos viejos clubes de caballeros han dejado sus huellas en la provincia. En la actualidad, algunos son emblemáticos clubes deportivos que surgieron de allí, como el Club Alemán, Pacífico o el mismo Jockey. Otros dejaron sus elegantes estructuras para darle paso a centros culturales, teatros u otro tipo de locales.
Incluso, todavía hay pequeños resabios de cartas y ajedrez, como hasta hace muy poco en Casa Italia, de San Martín, o en el Club Social Villa Nueva, de Guaymallén, donde “el espíritu del comienzo se mantiene y el club es una gran familia”, según Edgar Rodas, actual referente de la entidad.
Y como una mezcla de lo esencial de las reuniones sociales entre amigos y los cambios de la nueva época, aparece el Club Social de Luján, donde “se mantienen inalterables las comidas entre varones de los viernes, que no se suspenden por nada y a fin de diciembre se repite, toda vez que se puede, la velada para despedir el año que se va, ocasión en que entonces las damas aportan su cordial presencia”.