Los niños y niñas son científicos nato. Tienen curiosidad por la naturaleza y hacen ciencia desde el momento en que nacen. Observan y juegan con sus manos y pies, con las mantas y los juguetes y con cualquier cosa que tengan cerca. Miran, manipulan, mueven cosas de un lado a otro, lanzan y persiguen.
Sin embargo, se ha descrito que, a medida que avanzan de la educación primaria a la secundaria, los estudiantes pierden su interés por la ciencia, en especial las niñas.
En un contexto educativo, la habilidad científica se puede entender como el proceso donde se plantean preguntas sobre el mundo natural, se generan hipótesis, se planifica una estrategia y se recogen y analizan datos para dar respuesta a la pregunta.
¿Estamos ante un futuro científico?
Si tuviéramos que describir un niño o niña científica, entre otras, presentaría las siguientes características:
- Tiene curiosidad por descubrir su entorno e interés por conocerlo.
- Es observador.
- Sus juegos incluyen ordenar y clasificar objetos según criterios como color, forma, tamaño…
- Busca relaciones causales a fenómenos de su entorno.
- Le interesan los datos científicos como el tamaño de los dinosaurios o la velocidad de los aviones.
- Le interesan la manipulación y la experimentación.
- Es capaz de extraer patrones a partir de unos datos.
- Le preocupan los desafíos a los que se enfrenta la sociedad.
- Argumenta sus explicaciones.
- Tiene creatividad y es capaz de innovar.
El papel de los adultos
Richard Feynman, uno de los físicos más relevantes del siglo XX, recuerda tener charlas y discusiones interesantes con su padre sobre el porqué de determinados comportamientos de los pájaros, la inercia en vagones de juguete, la altura de los dinosaurios, etc.
Él explicaba: “en aquel momento pensaba que todos los padres eran así. Me motivó para toda la vida. Hoy sigo buscando como un niño las maravillas que sé que voy a encontrar en la ciencia”.
Cuando a Isidore Rabí, premio Nobel de Física, le preguntaron qué le había ayudado a ser científico, respondió: “Al salir de la escuela, todas las otras madres judías de Brooklyn preguntaban a sus hijos qué habían aprendido ese día en la escuela. En cambio, mi madre me decía: ‘Izzy, ¿te has planteado hoy alguna buena pregunta?’”.
Consejos para ayudar y animar
- Promover la curiosidad. Acercarles a descubrir de qué están hechas y cómo funcionan las cosas que nos rodean manipulando diferentes materiales.
- Formular preguntas. Para fijar su atención en detalles del mundo que les rodea y animarles a buscar explicaciones. En ocasiones se considera que es suficiente con enfrentar al alumnado infantil a experiencias sorprendentes, que con ellas se les despierte la curiosidad, pero en las que no se profundiza puesto que su capacidad cognitiva no les permitiría llegar a comprender los fenómenos implicados. Si se acepta que esto no es así, sino que no es más que un punto de partida, nos encontraremos con que el interés de los niños y niñas por las cuestiones de la naturaleza es inmenso.
- Dejar que lo intenten. Fomentar su autonomía al buscar soluciones a los problemas no es tarea fácil puesto que exige mucha paciencia, pero es un punto clave para darles la oportunidad de construir su propio conocimiento que les sirva para entender y desenvolverse en el mundo real. Las preguntas constructivas durante el proceso por parte de los adultos pueden ayudar y servir de andamiaje a los niños y niñas en esa construcción de su propio conocimiento. No hace falta dar las respuestas correctas, los niños no las esperan.
- No pretender que memoricen conceptos y teorías científicas. Se trata de hacer más que de adquirir. Observar, formular hipótesis, encontrar relaciones entre los hechos, las ideas o las causas y los efectos, argumentar… En definitiva, comprender es más interesante que memorizar.
- Utilizar el juego y la imaginación. Es bueno proponer retos o problemas cotidianos para que intenten resolverlos.
- Visitar museos de ciencia. Desde hace años, los museos de ciencia han incorporado instalaciones, actividades y nuevos recursos interactivos que animan de forma activa a los niños a explorar y comprender mejor su contenido.
- Visitar espacios naturales. Jugar en y con la naturaleza, manipular elementos naturales, observar fenómenos naturales, experimentar con todo ello.
- Crear contextos de ciencia en casa. Plantar una semilla, observar cómo crece la planta y qué necesita. Construir un helicóptero de papel y modificar su diseño para que vuele más lejos. Observar los pájaros que se acercan al jardín y recoger su comportamiento en un diario. Hacer un bizcocho y pensar por qué aparecen burbujas en el interior…
¿Clases extraescolares?
A nivel institucional existen iniciativas interesantes como la para impulsar la educación y formación científico–técnica, que además presta especial atención a las alumnas con el fin de reducir la brecha de género que existe en este área.
Respecto a las actividades extraescolares, las opciones que más éxito tienen en el ámbito de las ciencias son la robótica y la programación, relacionadas con la tecnología y la ingeniería. Pero, aunque menos exitosos, cada vez se ofrecen más talleres de ciencia que plantean actividades prácticas de experimentación, investigación y observación.
Además, existen varias escuelas que apuestan por la metodología Escuela Bosqu, de origen nórdico, basada en el aprendizaje al aire libre usando recursos de la naturaleza. Sería deseable que se ofertaran extraescolares basadas en esta metodología.
Disfrutar la naturaleza
No solo alimentan el espíritu científico las clases o actividades dirigidas. Las que se desarrollan en la naturaleza, aunque no estén enfocadas a la práctica científica, permiten despertar la curiosidad y el interés por la ciencia.
Nos referimos a excursiones con grupos de tiempo libre o deportes de contacto con la naturaleza como surf, snorkel, montañismo, senderismo, paseos a caballo, escalada…
Con un poco de atención a la curiosidad e interés que muestren, es posible percibir si esa actitud innata puede convertirse en una vocación para toda la vida.
La autora Teresa Zamalloa Echevarría es profesora agregada en el área de Didáctica de las Ciencias Experimentales, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea.
La autora Ainara Achurra es profesora adjunta en Educación, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.