El aislamiento obligatorio impidió celebraciones y eventos y generó incertidumbre entre quienes ya los habían organizado y, en muchos casos, cancelado. Reprogramar fechas y contratos con los salones fue parte de la dura tarea que tuvieron quienes habían planeado casarse antes de que el coronavirus invadiera nuestras vidas.
Por fin, después de una logística de varios meses, Andrés Philippens y Mariel Martín Tempestti, que llevan juntos 12 años y están radicados en Sydney (Australia), iban a cumplir el sueño de dar el “sí” el próximo 7 de noviembre en Mendoza, su tierra natal.
La boda iba a tener un condimento especial porque Andrés y Mariel se casarían en forma simultánea con otra pareja: la hermana gemela de ella, Sol Martín Tempestti, y su novio Lucas Guiñazú. Sería una celebración y un festejo de a cuatro, como ellas siempre habían soñado y, además, optimizaban gastos e invitados.
Todo estaba perfectamente organizado: amigos que vendrían de otros países, vuelos de los novios confirmados, salón señado, fecha de unión civil. Nada había quedado librado al azar. Pero en marzo irrumpió la pandemia y, de buenas a primeras, el sueño quedó postergado.
Los cuatro deberán esperar más. Si todo marcha sin problemas, volverán a intentar suerte también en noviembre, aunque de otro año, para al menos respetar el mes elegido.
Hace ocho años que Andrés -chef y jugador de fútbol- y Mariel –profesora de Educación Física- viajan por el mundo. Se habían conocido en la iglesia San Agustín, cuando él transitaba la confirmación y ella integraba grupos de ayuda social.
Estuvieron en algunos países de Europa, Nueva Zelanda y Australia hasta recalar en Sydney, donde siguen proyectando su futuro.
“En nuestra última visita a Argentina organizamos la fiesta, que la pensamos relajada, sin los ritos tradicionales pero con toda nuestra gente querida”, relata Andrés.
El salón elegido fue Doña Elvira, al aire libre. “Los dueños fueron flexibles y logramos pasarlo para el 27 de noviembre de 2021. Pero, claro, quién sabe cómo estaremos por entonces”, señala Mariel y agrega: “No nos victimizamos. Lo más importante es que nos elegimos y los cuatro estamos decididos a casarnos cuando tenga que ser”.
“No estoy desilusionada –alerta ella- son cosas que suceden, hay que tomarlas con calma”.
Mientras tanto, los novios viven la pandemia en la otra parte del mundo y más relajados que en esta Argentina tumultosa. “En Sydney la vida es casi normal. No todos usan barbijo y la gente se amontona como si nada, se ve muchísima concurrencia en los shoppings y en las playas, pero cada Estado tiene sus reglas y las fronteras están cerradas”, cuenta Mariel. Y remata: “Dadas las circunstancias mundiales, aquí somos privilegiados”.
Festejo contenido
Mariángeles y Juan, que tienen una historia juntos de 17 años y tres hermosos hijos, habían encontrado por fin el momento justo para casarse: el 21 de marzo de 2020.
Pero todo se derrumbó horas antes. Con salón, vestido, anillos y hasta una coreografía que los chicos iban a presentar cuando comenzara el baile. “Por una cosa u otra, siempre la idea quedaba postergada. Por eso estaba tan entusiasmada con la boda, que iba a ser bien tradicional”, cuenta Mariángeles y confiesa que la pandemia, a horas de casarse, la “bajoneó” muchísimo.
“Mis niños, de cinco, ocho y diez años, iban a caminar hacia el altar delante de mi papá y mío. Estábamos todos fascinados, ilusionados y, claro, con todo listo, hasta los últimos detalles”, recuerda.
Tras el caos y el bajón de avisarles a los invitados que no habría casamiento, más allá de posponer fechas sin certezas, esta novia-mamá decidió tranquilizarse y pensar que por algo suceden las cosas. “Suspendimos hasta nuevo aviso; no quiero programar algo que no sé cuándo sucederá”, reflexiona y se consuela: “Eso sí, después de tantos meses de aislamiento, estamos decididos a redoblar la apuesta y tirar la casa por la ventana apenas se pueda”.