Uno puede imaginar la escena como si de una película se tratara. Vemos una remota granja en el sur de China. Un granjero lleva alimento a sus cerdos o sus ovejas. Está atardeciendo y, cuando oscurece, un murciélago desciende sobre un corral. Come de los restos de frutas que alimentan a los otros animales y respira el mismo aire que ellos en su incursión. Hay un corte en la secuencia y luego vemos a un cazador que atrapa a ese murciélago. Increíblemente, son varios los que están buscando esos animales y cargan sus presas en el camión que los repartirá por sitios alejados. Uno llega a Wuhan desde la granja de la primera escena. Hay un corte más en esa película imaginaria y un grupo de trabajadores del Mercado Mayorista de Mariscos compran y prueban un menú muy particular: sopa de murciélago. A los pocos días, hospitales de esa ciudad de la provincia de Hubei reportan la aparición de varios pacientes con una neumonía particularmente fuerte y no identificada hasta entonces. Es diciembre de 2019.
Como el “efecto mariposa” que alguna otra película ha retratado, las consecuencias de ese contagio harán temblar al planeta, provocando millones de muertes, colapsos económicos y una carrera farmacológica que intentará detener, a través de la vacuna, la enfermedad Covid-19 que ese coronavirus, bautizado SARS-CoV-2, provoca.
Ese relato, propio de una fantasía pero crudamente verosímil, es el origen más plausible para la pandemia de coronavirus que llegó a Mendoza, tras hacer varias escalas, con una rapidez que aún impresiona. Lo que parecía, a principios de 2020, una lejana dolencia más parecida a un “contagio zombie” que a otra cosa, de pronto saltó a Europa. En estado de alarma, la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia cuando el virus comenzó a cobrarse miles de vidas en el viejo continente. Italia, en esos inicios, sufrió particularmente el virus y durante meses vivió el colapso de sus sistema sanitario.
El día tan temido
Fue justo en medio del colapso italiano que una turista argentina, que acababa de pasar unas vacaciones en ese país, regresó a su lugar de origen: Mendoza. La mujer era Alicia Devoto, de 62 años, y había regresado en una semana que ya empezaba a convulsionarse por las noticias mundiales sobre el coronavirus.
La mendocina comenzó a sentirse mal, fue internada y los médicos decidieron hacer el análisis bioquímico correspondiente justo en la jornada en que comenzaba, en todo el país, una medida nacional anunciada por el presidente Alberto Fernández llamada Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio.
La decisión se traducía en una cuarentena que obligaba a reducir la circulación y cerraba fronteras nacionales e incluso interprovinciales. Además, las clases en todos los niveles educativos quedaban suspendidas y chicos y grandes se preguntaban cómo tratar con el desafío de la educación a distancia.
Los análisis de Alicia ya habían dado su resultado y el sábado 21 de marzo de 2020 se convirtió para Mendoza en el día tan temido. El gobernador, Rodolfo Suárez, debió emitir un comunicado: la mujer se había convertido en el “caso N° 1” de Covid-19 en la provincia. No habían pasado ni tres meses de aquel aleteo de mariposa en China y sin embargo Mendoza, tan lejos y tan cerca de aquel lugar, empezaba a vivir su propia historia con el coronavirus.
Una vida distinta y la primera muerte
Junto con el virus, llegaron los temores. Cada información generaba un miedo que mezclaba las pocas certezas con el gran desconocimiento generalizado, incluso de la ciencia.
El alcohol en gel apareció como insumo fundamental en las casas, el lavado de manos se hizo más frecuente y la gente permaneció en esos días expectante y preocupada. La situación de cuarentena (con salidas reguladas luego por el número de DNI y restringidas a situaciones especiales, con permiso y multas en caso de incumplimiento), además, estimulaba el temor. La película se estaba haciendo demasiado real.
El temor y la preocupación tuvieron un combustible dramático pocos días más tarde, ya que el 25 de marzo, durante la tarde, la ministra de Salud de la provincia, Ana María Nadal, anunció la primera muerte por Covid-19 en la provincia: un hombre de 81 años que venía de un crucero por el Caribe y había vuelto a Mendoza el 17.
Calles desoladas
Los casos, muy de a poco, comenzaron a aparecer mediante un reporte diario que comenzó a emitir el Gobierno. Pero, también, cambió de manera brutal la fisonomía de las ciudades y los paisajes (otra vez) comenzaron a parecerse a los de una película distópica. Esto se acentuó cuando, desde el 15 de abril, en nuestra provincia comenzó a ser obligatorio el uso del barbijo o tapabocas para toda salida a la vía pública. Ese adminículo, que sigue acompañando a todos, se sumó a otros que también proliferaron, como las máscaras transparentes y los guantes.
La provincia puso en marcha por entonces una reorganización de su sistema de salud. Los hospitales pusieron al tratamiento de Covid-19 como prioridad, los médicos se aprestaron a tratar esa dolencia antes que otras, se postergaron cirugías y se prepararon sanatorios y hospitales. Incluso, los municipios acondicionaron algunos espacios con camas ante un eventual estallido de casos.
Ese estallido no vendría hasta mucho después, pero cada nuevo contagio informado era tomado con preocupación. Es que los casos comenzaron a aparecer con mayor frecuencia así como las muertes, con ciertas pausas iniciales que traían algo de tranquilidad y la sensación (vista la realidad de otros países) de que un aislamiento tan estricto como el que vivíamos era eficaz para evitar el tan temido colapso.
El caso 98
Más allá de preocupaciones puntuales, durante mayo en Mendoza pareció haberse controlado el virus. En el afán de liberar algunas restricciones, el Gobierno había anunciado que permitía las reuniones familiares los fines de semana. También, a mediados de ese mes, había autorizado la apertura de bares y restaurantes.
Hasta ese entonces, la mayoría de los contagios eran “importados”, es decir, de personas que contraían el virus en otros países o provincias (como Buenos Aires) o bien de familiares y amigos suyos que se contagiaban por el contacto estrecho.
Pero el 31 de mayo la situación local empezó a cambiar con la aparición súbita de ocho nuevos contagios informados. Fue un momento de preocupación, pero ninguno se comparaba al que iba a venir.
Mendoza podía contar e identificar en sus informes a cada caso con un número y el 12 de junio se registró el tristemente célebre “caso 98”. Ese número hacía referencia a un hombre de Luzuriaga (Maipú) que hizo una reunión clandestina con unas 20 personas. Su contagio -al parecer por contacto, debido a su trabajo, con camioneros chilenos- derivó en una red extensísima que difundió el virus por esa zona.
La incidencia de ese caso, de gran actividad y virulencia, obligó al Gobierno a dejar de esperar la aparición de síntomas y salió a hacer testeos a barrios y zonas sospechosas de estar afectada por “clústers” (término que comenzó a usarse frecuentemente) con contagiados.
Vuelta atrás y sin clases normales
La situación nacional cambiaba también y los decretos de cuarentena seguían renovándose. Para el 18 de junio, Mendoza, que había relajado algunas medidas, volvió a endurecer las restricciones a la circulación por salida según el DNI y prohibió las reuniones sociales, liberando sólo las familiares para los fines de semana.
Mientras la vida había cambiado radicalmente en los hogares, las dudas sobre la calidad de la educación en esos momentos -sin clases presenciales- era motivo de debate.
El titular de la DGE, José Thomas, dio a Los Andes por ese entonces una de las certezas: la situación sanitaria obligaba a confirmar que durante todo el ciclo lectivo 2020 no habría clases normales en la provincia.
Circulación comunitaria
El incremento de casos, por cierto, no paró desde entonces y el contacto estrecho comenzó a ser el más común de los contagios. Lo que el Gobierno, con las restricciones, buscó evitar sucedió finalmente cuando, el 22 de julio, la ministra de Salud Ana María Nadal anunció que Mendoza tenía transmisión comunitaria del virus.
La escalada siguió durante todo el invierno. Por entonces, había novedades médicas con nuevos tratamientos, como la donación de plasma de recuperados y el uso de ibuprofeno, pero a la vez la certeza de que el freno recién se daría con una vacuna.
El pico de casos
Llegó, entonces, el momento más dramático: tras el invierno, setiembre seguía mostrando una elevada cantidad de casos y muertes. El por entonces ministro de Salud de la Nación, Ginés González García, ofreció una entrevista a Los Andes y anticipó que octubre sería especialmente complicado. Así fue: en la provincia, durante un par de semanas, hubo días en los que se reportaron casi 1.000 contagios.
Si setiembre había terminado con más de 17.000 nuevos casos, octubre superó los 21.000. La ocupación de camas de terapia intensiva se elevó de manera alarmante (hasta el 98%), pero el sistema no alcanzó a colapsar y no fue necesaria la internación en otros espacios que no fueran hospitales.
Fue en octubre cuando Mendoza también tomó una decisión crucial en cuanto a una actividad emblemática y clave para el turismo: la Fiesta de la Vendimia no sería suspendida, pero tampoco sería presencial, sino que se filmaría una película.
Octubre fue, como estaba anticipado por epidemiólogos locales, el pico de la pandemia en la provincia. Al menos hasta ahora, porque en noviembre la cantidad de casos bajó a poco más de 8.000 y si bien se superó la barrera de los 50.000 contagios a fines de ese mes, tanto el fin de año como el verano mostraron un apaciguamiento notable.
Junto con la caída de casos, Mendoza comenzó a liberar las actividades: dejó de exigir la salida por número de DNI, permitió reuniones familiares y sociales, autorizó el ingreso de turistas del resto del país y durante los meses estivales en muchos casos la vida pareció cercana a la normalidad, con claras excepciones como la imposibilidad de cruzar a Chile, la obligatoriedad del barbijo y, claro, la persistencia de los casos, aunque en menor escala. Las reuniones de fin de año fueron posibles y hasta algunas fiestas al aire libre, con baile incluido, que a su vez abonaron el camino para algunos excesos y operativos policiales para desactivar las que estuvieran “desmadradas”.
Llegan las vacunas
La noticia más importante, sin embargo, apareció en la última semana de 2020, cuando llegaron al país las primeras tandas de dosis de la vacuna Sputnik V. Era el horizonte más deseado por epidemiólogos, con la posibilidad de comenzar a inmunizar a las personas de riesgo.
Ese capítulo, de lamentables episodios en todo el país (que derivaron en la renuncia del ministro de Salud de la Nación) es un proceso aún abierto, y la vacunación sigue lenta, pero activa, aunque con baches por la escasez de dosis debido a los demorados embarques.
En los primeros días de 2021, la preocupación se volcó definitivamente a la vuelta a las aulas. El Gobierno local, finalmente, anunció que las clases podrían ser presenciales desde el 1 de marzo, con ciertas exigencias de distanciamiento y protocolos varios, aunque cada escuela se adecuaría a su realidad y su infraestructura. Esto llevó a la convivencia entre lo virtual y presencial, pero permitió que, tras un año de reclusión, los alumnos de primaria y secundaria pudieran volver a estar con sus compañeros, aunque fuera en burbujas y una semana al mes.
Amesetamiento
Desde mediados de febrero del nuevo año, el aumento leve pero sostenido de nuevos contagios ha mostrado rasgos que encienden las alertas. La penúltima semana de marzo mostró la mayor acumulación de nuevos contagios (más de 1.000) en Mendoza, un número que hacía rato no se registraba. A la par, el Gobierno nacional empezó las nuevas estrategias para anticiparse a la llamada “segunda ola” o rebrote de casos, que en otros países ha sido grave.
Sin final a la vista
La pandemia trastrocó las vidas del planeta y Mendoza no ha sido ajena: a un año del primer caso en la provincia, el Covid-19 se ha cobrado la vida de 1.497 personas. Los contagios acumulados hasta ayer eran 67.189. Al mismo tiempo hay 63.461 recuperados. Aquella película, lamentablemente nada ficcional, que arrancó en China y protagonizamos también en Mendoza, por ahora tiene un desarrollo abierto. El deseo de todos, sin dudas, es que culmine con esos cierres típicos de Hollywood: a pesar de las lágrimas, del dolor y de la muerte, con un final feliz.