A esta altura de su vida, cuando transita sus 72 años, Cristina Giménez ya no piensa en ser maestra, como anhelaba en sus épocas de juventud, aunque su amor propio y actitud frente a la vida la guiaron nuevamente hacia las aulas para cumplir con una cuenta pendiente: finalizar sus estudios secundarios.
Claro que corrió mucha agua debajo del puente desde aquel día en que decidió abandonar el colegio y anotarse en un curso de corte y confección. Hoy, si bien lamenta no haber continuado estudiando en su momento -el principal motivo fue haber repetido de año-asegura con conocimiento de causa que nunca es tarde para cristalizar los sueños.
“Estudiaba y era buena alumna, pero sufría ataques de pánico, temblaba como una hoja cuando pasaba a dar lección y así terminé repitiendo, de manera que ya en la escuela a la que concurría, la Normal Mixta Tomás Godoy Cruz, no me aceptaban. Mi papá me ofreció pagarme una privada, pero yo sentía no iba a poder, era pintor de obra, no nos faltaba nada pero tampoco sobraba”, justifica.
Sin embargo, muchos años después, esta madre y abuela que nació en Guaymallén y hoy vive en el barrio Chacabuco de Maipú se inscribió en el Cens 3-500 Dr. Anselmo Morales de ese mismo departamento.
“Fue después de la pandemia y ya estoy en segundo año, contentísima de poder demostrarme a mí misma que tengo la suficiente capacidad para finalizar la secundaria”, se convence, en diálogo con Los Andes.
Cristina, que está casada con Horacio Almada y es madre de tres hijos y abuela de ocho nietos, es la mayor de su curso: “Un dinosaurio, pero no me importa”, bromea, mientras confiesa que, por primera vez en su vida, al fin pudo entender Matemática.
Fue gracias a su profesor Damián Ortiz, que en estos días “saltó a la fama” tras haber sido seleccionado como docente inspirador del año en un concurso nacional y aplicar una gran didáctica en sus explicaciones.
“Tiene un ángel especial, aunque, en realidad, todo el plantel de docentes es fantástico, tiene gran vocación y, sobre todo, paciencia. En Matemática, un signo mal ubicado cambia un resultado más allá de que el procedimiento sea el correcto”, advierte con seriedad.
El aula le abrió un mundo nuevo no solo por los aprendizajes que cada día incorpora sino por la interacción con compañeros de todas las generaciones.
“Soy la más longeva –se define y ríe—, luego me siguen otros estudiantes de 45 para abajo y también hay adolescentes. En definitiva, tengo compañeros de las edades de mis hijos y nietos… y me encanta”.
Agrega que aunque sigue poniéndose nerviosa frente a las lecciones orales, jamás eso le impidió presentarse a la clase, como le sucedía de joven. “Soy como Sarmiento, solo que hace poco me vi obligada a faltar dos semanas debido a una neumonía, pero me repuse y volví”, aclara.
Mientras fueron naciendo sus chicos y cumplió el rol de madre, Cristina trabajó mucho tiempo como modista, “que no es lo mismo que costurera”, aclara.
Sus hijos Mónica (51), Viviana (49) y Horacio (43) le dieron los mejores regalos de su vida, sus nietos Alberto, Andrés, Dulce, Santiago, Priscila, Giovanno, Thiago y Tiziano.
“Todos me apoyan en esto de haber iniciado la escuela a la vuelta de la vida y, aunque me queda cerca de casa, mi esposo es el encargado de llevarme, no puedo ir caminando, me duele la cadera y las piernas”, relata la estudiante.
Eso sí, Cristina se toma el estudio con gran responsabilidad y, salvo razones de fuerza mayor, no hay excusas para faltar, define, para agregar que, de todos modos, tiene otra gran pasión, el canto.
Cuenta que integra el Maipú Coral, agrupación coral mixta de carácter vocacional dependiente de la Dirección de Cultura y Patrimonio de la Municipalidad de Maipú. Forma parte del grupo de sopranos y se siente “orgullosa”, según dice, de pertenecer a esa comunidad.
Aún resta un tiempo para que por fin pueda obtener el diploma de la escuela secundaria, aunque advierte que “en el mientras tanto” disfruta ese trayecto que le da tantas satisfacciones. Ya de adulta, dice, se toma la vida de manera diferente.
“Ojo, que sea una persona mayor no quiere decir que me tire a chanta. Jamás”. Y concluye: “Cumplo con la tarea religiosamente y no voy a clases sin haber estudiado”.