Domingo 17 de enero de 2016. Como ocurre con la edición impresa de los diarios, y en especial si es domingo, en la parte inferior de una página par de Los Andes, un aviso llama poderosamente la atención. No se ofrece un auto a la venta, no son las ofertas del supermercado ni tampoco es la promoción de una obra realizada por el Gobierno de Mendoza, la Nación o de alguno de los municipios. Es un mensaje de amor sincero, una declaración de amor pública en momentos en los que esto ya parece haber pasado de moda y todo se limita a mensajes privados y conversaciones de WhatsApp o redes sociales. Y es que, si bien ya pasaron más de 7 años de este llamativo aviso, incluso en 2016 ya todo estaba focalizado en las redes y la virtualidad.
“Luciana Brenda. Estuve 7 días buscándote en Mendoza. Ojalá veas este mensaje porque me fui con la ilusión de poder casarme y llevarte a Comodoro”, se lee en el mensaje. En aquel momento, el mensaje salió firmado con el apodo del romántico autor del mensaje, un diminutivo de su primer nombre. Sin embargo, a raíz de las repercusiones de este anuncio, para esta nueva nota -7 años después-, el hombre pide que se lo identifique como “Alejandro”. Al final del memorable aviso, se leía la ciudad donde el hombre vivía. Y donde lo hace en la actualidad: Comodoro Rivadavia.
Esto último no era casual, sino que el autor del mensaje había incluido datos claves para que Luciana Brenda -o “Luly”, como él la llamaba- supiera que el mensaje estaba destinado especialmente a ella. Y, además, no quedaran dudas de quién era su autor.
A poco menos de 7 años y 5 meses de ese primer aviso en el diario -al que le siguieron otras tantas publicaciones más, también en la edición impresa de Los Andes-, Alejandro logró rehacer su vida. Jamás pudo conocer en persona a Luciana Brenda -o Luly-, nunca siquiera pudo tenerla cara a cara. Y eso que viajó en reiteradas oportunidades a Mendoza para verla (ante la falta de datos y respuesta a los mensajes, Ale hasta se encomendó al destino para ver si el azar lo llevaba, incluso, a topársela por accidente en las calles céntricas mendocinas). Nunca supo si era Luciana Brenda, Luly o vaya uno a saber quién la persona con la que tanto tiempo habló a la distancia.
“Me llevó mucho tiempo superarlo, no voy a mentirte. Pero eso me sirvió como una gran experiencia para el futuro. Me metí muchísimo en esa historia, y me dejé llevar”, reflexiona Alejandro, mirando hacia atrás en el tiempo y repasando aquella relación que lo obsesionó allá por comienzos de 2016.
Alejandro y Luly se conocieron por un programa de radio, uno de esos de trasnoche que suelen pulular en el éter. Ambos escuchaban la misma sintonía, quien conducía el espacio leyó un mensaje donde Alejandro pasaba su número para conocer a alguien. Y Luly le escribió.
Desde entonces, las comunicaciones entre ambos se fueron haciendo cada vez más duraderas. Primero, por mensajes; luego, por llamadas telefónicas. Conversaciones nocturnas que se extendían por horas y horas. Pero el vínculo entre ellos nunca salió de los teléfonos celulares. Y no porque Alejandro no lo hubiese intentado.
“Fue todo mentira, todo un invento para que yo nunca supiera quién era realmente esa persona. Lo único que me quedó de eso es la voz. Siempre me intrigó saber quién fue la persona que me metió en esto, nunca lo pude averiguar a pesar de haber hecho muchos esfuerzos”, reflexiona el hombre, quien hoy ya tiene 63 años.
“Me costó sobrepasarlo. Me la creí toda, hasta que un día empecé a sacar conclusiones de cosas que no eran y recién ahí me cayó la ficha”, agrega, ya mucho más tranquilo.
Una historia de amor que no fue
Para comprender desde el comienzo la historia entre Luciana Brenda y Alejandro –porque hubo una historia, por más que no sea de amor-, hay que remontarse al 1 de febrero de 2007. Fue en ese año, en una de esas interminables madrugadas de soledad, que él y Luly (o quien se cree, es Luly, ya que así se presentó) coincidieron entre la anónima audiencia de un programa de radio de una emisora porteña.
Él vivía en Comodoro Rivadavia (donde tiene su domicilio actualmente), mientras que ella era de Mendoza. Alejandro, de 47 años en 2007, dejó su número de teléfono al aire durante el programa, en plena madrugada, con la idea de conocer gente –por entonces venía saliendo de una separación-. Y la joven mendocina (supuestamente de 28 años hace ya 17) oyó el mensaje y le escribió.
A partir de ese momento, comenzó la relación. Primero con mensajes, luego con llamados y hasta llegaron a enviarse fotos, por lo que –aunque no se conocían en persona- él tenía la imagen mental de quién y cómo era ella y, a la vez, ella, la de él.
El detalle es que, mientras Alejandro realmente enviaba fotos de él, la mayoría de las imágenes que Luciana Brenda (o Luly) le envió al hombre correspondían, en realidad, a la actriz Emilia Attias. Pero de este detalle, el hombre se percató tiempo después.
La decisión de verse cara a cara
En la medida en que avanzaba la relación virtual, Alejandro se entusiasmaba más y más. Mientras que ella -en apariencia- también se mostraba cada vez más enamorada. El hombre, quien trabajaba como transportista de combustible, inició los trámites de divorcio con su mujer –de quien ya estaba separado-, y cada vez asomaba como más inminente el viaje para conocerse entre sí y sellar en persona esta cinematográfica historia de amor. Incluso, la joven le había dado ya hasta su nombre y apellido completos (supuestamente): Luciana Brenda Müller, y le había contado que trabajaba como periodista.
En ese momento, la relación virtual y a la distancia –con interminables charlas telefónicas todas las noches, religiosamente- incluyó un detalle más: envío de regalos (por lo general, era él quien le enviaba obsequios a la mendocina).
Pero en 2010, cuando la visita de él a Mendoza era casi un hecho, Luly le contó a Alejandro que su madre había enfermado de gravedad. Dos años después, además, la mujer le contó que, incluso, su madre había necesitado un trasplante de corazón. Este nuevo obstáculo, por pedido expreso de Luly, postergaba un poco más el encuentro cara a cara, ya que Luciana debía congeniar sus horarios laborales con los del cuidado de su progenitora.
Pero de esa dificultad, surgió una nueva promesa (que también quedaría trunca a la larga): cuando la madre de su enamorada mejorara, la joven y Ale contraerían matrimonio e iniciarían una nueva vida juntos.
El hombre vino a buscar a su enamorada a Mendoza
Las charlas interminables y en tono de embobamiento continuaron, hasta que en diciembre de 2015, el día del cumpleaños de Alejandro, él no pudo atender varios llamados que hizo Luly, ya que el camionero venía en pleno viaje de trabajo y en una zona perdió la señal. Este detalle, sumado a que habían tenido algunos cortocircuitos a la distancia, terminaría por marcar el destino de la relación virtual: el 17 de diciembre de 2015 fue la última vez en que Alejandro volvió a recibir una llamada de Luly, y también la última vez en que volvió a tener rastros de ella.
Desde entonces, la desesperación y angustia de Alejandro fue in crescendo. Porque él no sabía qué había ocurrido, si su enamorada misteriosa se había enojado por algo o si le había ocurrido algo. Fue entonces cuando, a la distancia, coordinó el envío de rosas y una caja de bombones. Ale tenía la dirección de una casa en el barrio privado Dalvian, y hacia ese punto comandó el envío.
Pero, cuando el cadete se presentó en la guardia, el empleado de seguridad le dijo que no existía nadie con el nombre Luciana Brenda Müller. Ello le llamó poderosamente la atención al hombre, que ya había mandado otros presentes a esa misma dirección y alguien los había recibido, aun estando a nombre de Luciana Brenda.
Desvelado por el inesperado rumbo que había tomado la supuesta relación, Alejandro programó todo para viajar a Mendoza, aun sin haber podido consensuar la visita con Luly (quien seguía sin reportarse). Así las cosas, el 4 de enero de 2016, Alejandro preparó su mochila y se tomó un avión con destino a Mendoza con una sola cosa en mente: conocer al amor de su vida.
Hace 7 años, luego de que el primer aviso saliera publicado, el propio Alejandro reconstruyó -en diálogo con Los Andes- el minucioso itinerario que armó para su improvisada visita en Mendoza. “El sábado 8 (NdA: de enero de 2017) me vestí elegante y salí con las rosas y el anillo a buscarla. Caminé buscando la clínica en la que pudiera llegar a estar internada su mamá (ella me había pasado algunos datos, pero no tenía muchas precisiones) y terminé con los dedos ampollados de caminar y buscar, pero sin noticias”, contó Alejandro en enero de 2017.
Durante casi una semana, el comodorense recorrió todos los puntos del centro mendocino, aunque sin encontrarla. “A veces salía del hotel y me sentaba a esperar, o iba a caminar cerca del Kilómetro Cero para ver si la reconocía por las fotos o la encontraba. Caminé por San Martín desde la calle General Paz hasta pasando el Casino de Mendoza buscándola, para que vea que de mi parte hay amor y que sepa que la amo y no me interesa nada más”, relató en aquel momento.
El martes 8 de enero de 2017, ya con dejos de resignación, Alejandro pasó por el edificio de Los Andes y pagó por los primeros tres avisos dirigidos a Luciana Brenda para luego seguir hacia el aeropuerto y abandonar nuestra provincia. “Ella me había dicho que le gustaba mucho leer la sección de Política, por lo que si, no la encuentro, volveré a publicar el aviso, aunque en la página 4 tal vez”, agregó en aquel momento.
El primer aviso salió publicado 3 veces a comienzos de enero de 2017 en la edición impresa de Los Andes. Un mes después, el 14 de febrero de 2017 (en sintonía con San Valentín), Ale jugó la primera de sus últimas cartas con un nuevo aviso.
“Luli: la distancia y el tiempo no harán que me olvide de cuánto te amo. Moriré amándote con todo mi corazón”, se podía leer en aquel último aviso de Alejandro –quien firmaba con su apodo por aquel entonces-. Y donde, al final, sobresalía el infaltable “Comodoro Rivadavia”.
Días después, el 17 de febrero 2016, salió el último aviso de él hacia ella. “Luly: fuiste, sos y serás la historia más bonita que el destino escribió en mi vida y te habré olvidado el día que no me cueste apretar el botón y borrar tus mensajes. Lucha por lo que amas, no importa lo que tengas que enfrentar. Valdrá la pena. Te quedaste con mi sonrisa. Siempre te amare con todo mi corazón y respeto”, se podía leer en la despedida.
Pero tampoco esos últimos mensajes ayudaron a Ale a encontrarse cara a cara con la joven.
El enamorado, hoy: “Después de esto, tomé más recaudos. Quizás por eso estoy solo”
A 7 años y 5 meses del capítulo final –y más dramático- de esta historia de amor que nunca se concretó en la realidad, Alejandro está realmente más tranquilo. Continúa trabajando como transportista, aunque cambió el rubro, y está a la espera de jubilarse en los próximos 4 meses.
“Me mintió con su nombre, con su domicilio, con que era periodista; me mintió sobre todo. Pero bueno, ¿qué va a ser amigo? Yo lo único que agradezco a Dios es haber salido adelante de dos situaciones feas que tuve: la primera, haberme recuperado de cuando me divorcié de mi matrimonio, y después de esta historia”, recapitula el transportista en la actualidad, en diálogo con Los Andes. “Después de esto, tomé más recaudos. Quizás por eso aún estoy solo”, agrega, entre risas.
El proyecto de construir una casa para irse a vivir con quien fue su enamorada en aquel momento, sigue en pie. Aunque ahora es un espacio pensado para él solo, en medio de las sierras de Córdoba.
“Mi idea es hacer un complejito de cabañas y tener, al menos, una lista para fin de año. Por eso aprovecho mis francos para meterle a eso. Lo de irnos a vivir a las sierras fue un proyecto de vida pensado por los dos. Ese proyecto quedó, pero lo seguí yo solo”, acota, y aclara que está soltero y que es algo que ni siquiera le preocupa. “Solo me importa poder retirarme y empezar a ver qué puedo hacer de mi vida después”, sigue.
Aunque hace más de 7 años no tuvo inconvenientes en dar su nombre y apellido completos, así como tampoco en mostrarse con fotografías propias, para esta oportunidad pide encarecidamente que se lo identifique con otro nombre, sin apellido y que no salgan sus fotografías.
“La pasé muy mal después, quedé muy expuesto. No sé quién fue ni por qué hizo todo esto, pero alguien había. Yo hablé por años con una mujer, y alguien recibió los regalos que yo envié”, concluye.