“¿Qué significa?”. “¿Tenés otros?”. “¿Por qué te tatuás?”. “¿¡Duele!?”. Esas y otras preguntas que las personas que llevan tatuajes ya están cansadas de escuchar y de responder –si es que aún no decidieron dejar de responderlas directamente- son el punto de partida de este reportaje. Pero son también las primeras preguntas que a cualquier persona se le vienen a la cabeza, incluso personas que tienen sus propios tatuajes.
Entre tantas cosas y costumbres que cambiaron en los últimos años, el hecho de que los tatuajes hayan dejado de ser un tabú o de estar identificados con una connotación negativa es una de las más evidentes. De la idea de “no tengás tatuajes” o “usá manga larga para taparlos en el trabajo” se pasó a lo que realmente es y fue siempre: la apreciación de ellos como una expresión artística.
En esta nota, cuatro mendocinos y mendocinas que llevan esa pasión marcada en la piel –de manera literal- y que, aseguran, no pararán hasta que no les quede lugar en el cuerpo para tatuarse comparten sus experiencias, las circunstancias que los lleva a elegir un tatuaje y cómo y cuál fue el primero que arrancó esta cadena casi infinita.
Franco y su “del cuello hacia abajo”
Franco Monsalvo tiene 27 años, trabaja en un local de comidas rápidas y también practica Jiu Jitsu, un deporte de combate y defensa personal. Hace 12 años se hizo su primer tatuaje. “Tenía 15 años y me hice un Pacman persiguiendo a los fantasmitas en el brazo izquierdo. Ese fue el comienzo de esta locura”, repasa Franco.
A esa edad, el joven se integró a un grupo de amigos en el que había muchos tatuadores y personas que trabajaban en locales de este rubro. “Siempre me llamó mucho la atención todo lo que tenía que ver con la modificación corporal. Y ni bien mi mamá me dio el ‘Ok’, empecé con los tatuajes yo”, rememora Franco, quien vive en Las Heras y quien ya ha perdido la cuenta de todos los tatuajes que tiene. “Hace rato perdí la cuenta, pero seguro son más de 70. Para que te des una idea, en solamente un año –en 2018- me tatué 27 veces”, se sincera.
Como cualquier persona que se ha hecho algún tatuaje –aunque sea un único-, Franco tiene en su valoración aquel que tiene un significado especial. “Dice ‘Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece’. Es un pasaje bíblico, Filipenses 4:13. Y me hice ese tatuaje para cumplir una promesa que había hecho referida a algo que esperaba mucho hace mucho tiempo y lo pude conseguir en 2019. Es uno de los tatuajes más significativos que tengo”, describe el joven. Y también se refiere al tatuaje más “llamativo” que tiene. “Todos los tatuajes que tengo son grandes y llaman la atención. Pero hay uno negro, que ocupa casi todo el pecho, y que tiene a un búho. Me lo he hecho en varias sesiones y voy haciéndolo de a poco”, agrega Franco.
Desde su lugar, Franco Monsalvo ha percibido la manera en que, durante los últimos años, se fue “naturalizando” el tener tatuajes luego de años cuasi inquisidores en los que eran hasta mal vistos. “A mí, en el trabajo, jamás se me juzgó por tener tatuajes ni se me discriminó o pidió que los oculte. Por suerte hay una apertura de mente que permiten entender que la capacidad se demuestra trabajando y no mostrando o escondiendo los tatuajes. Todo fue cambiando de tal forma que va a llegar el día en que va a ser extraño ver a una persona que no tenga tatuajes”, sigue entre risas el joven. Y ejemplifica con el hecho de que cada vez es más común encontrar a gente adulta que elige tatuarse.
“Queda un poco de lugar todavía en el cuerpo para nuevos tatuajes y espero pronto completarlo. Mi idea es completar del cuello para abajo completo, aunque la cara no”, concluye.
Melisa, de la fobia a las agujas a más de 15 tatuajes
Melisa Correa tiene 37 años, es estilista y maquilladora y vive en Maipú. Y aunque también luce una gran cantidad de tatuajes en su cuerpo, empezó “tarde” como ella misma se sincera. “A los 30 años me hice el primero. Fue un brazalete en la muñeca izquierda y yo siempre le había tenido fobia a las agujas, pero hacía rato me quería tatuar. El tema es que no me animaba, imaginate que –aún hoy- me voy a sacar sangre y me dan impresión las agujas”, cuenta la maipucina entre risas.
La principal diferencia que Melisa encuentra entre las agujas que se usan para hacerse un tatuaje y aquellas con que se saca sangre es básica: el tatuaje es algo que ella elige. “Además me gusta decorarlos. Empecé con uno que era una mandala, las amo por su significado de liberación. Todos mis tatuajes están vinculados, van de la mano y hay una continuidad entre las diferentes mandalas”, explica Meli.
Así, por ejemplo, resultan llamativas la flor de loto con un par de alas que nace en su espalda y que, en su trayecto, se engancha con otras mandalas. “Tiene mucho que ver la confianza con el tatuador y que él entienda lo que le pido y logre plasmarlo. Esa conexión es parte de todo este arte”, se explaya.
Melisa cuenta “como 15″ tatuajes en todo su ser, aquellos que se van enlazando entre sí. “Son como un rompecabezas que va armando la decoración de mi cuerpo”, describe. Y agrega que los que más suelen impactar en los demás es una especie de “V” tatuada debajo de sus pechos y otro que recorre casi toda su espalda. “La gente queda impactada, le gusta mucho y me piden el contacto del tatuador cuando los ven”, cuenta.
De hecho, también tiene aquel que tiene un significado y simbolismo especial. “Se trata de la silueta de un niño elevándose con un globo y la frase de una canción de Abel Pintos. Representa a mi ahijado, que falleció hace 3 años y cuando tenía un añito. A ese tatuaje me lo hice en el brazo en que siempre lo cargaba a él. Es el único tatuaje con significado, tiene mucha motivación y me mueve mucho. Y al verlo allí, siento que lo llevo conmigo y siempre lo llevo cargado en mis brazos”, destaca la estilista y maquilladora maipucina. Y se emociona.
Melisa Correa está tan acostumbrada a llevar tatuajes que jamás la condicionaron para nada ni sintió que se la discriminaba por ello. “Mientras más veo a mis tatuajes, más los amo. ¡Si hasta compro ropa para combinarlos! Todavía me queda cuerpo, así que nunca se sabe cuál ni cuándo será el último tatuaje”, concluye.
Antonella, la “Suicide Girl” y su debilidad por Tim Burton
Antonella Videla tiene 26 años, trabaja de manera independiente y vive en la Ciudad de Mendoza. Cuando tenía 14 años se hizo su primer tatuaje –con autorización de su madre- y en ese momento comenzó su pasión, aunque después del primero debió esperar a cumplir 18 años.
“A los 14 años descubrí la comunidad de ‘Suicide Girls’, que son chicas que usan pelos de colores y muchos tatuajes. Mi mamá me dio autorización a los 14 para que me hiciera el primer tatuaje y fueron dos mariposas en la cadera y un tribal abajo. Después de eso, mi mamá me dijo que hasta que cumpliera 18 no me iba a volver a tatuar. Y cumplí: el mismo día que cumplí 18 años me hice un nuevo tatuaje”, cuenta Antonella.
El segundo tatuaje que se hizo Anto fue la imagen de una rosa, en homenaje a su abuela que, precisamente, se llamaba Rosa. “Ahora ya tengo 15 tatuajes, y proyectos de hacerme más antes de fin de año. Mi director de cine preferido es Tim Burton, por lo que la idea es que todos estén orientado a personajes creados por él. ‘El cadáver de la novia’, ‘El extraño mundo de Jack’, por ejemplo. O de ‘Beetlejuice’, que ya tengo”, ejemplifica.
Serpientes, arañas, animales raros o “bichitos” –como les llama Antonella- son los motivos que más atraen a la joven al momento de elegir los motivos de sus tattoos. “Probablemente me termine tatuando en todo el cuerpo. En el cuello me da un poco de miedo, pero no lo descarto. También he pensado en las manos para el futuro. Pero por ahora, si me visto y me tapo el cuerpo entero, no se notan mis tatuajes. Y la verdad es que es algo que me gusta”, cuenta la joven.
Para Antonella Videla, el tatuaje se empezó a ver como lo que realmente es y fue siempre: un arte. “Definitivamente cada vez se acepta más en la sociedad. Hoy hay gente con tatuajes en puestos laborales que antes no se hubiesen aceptado, por ejemplo. Cuando era más chica, mi miedo era no conseguir trabajo si me tatuaba. Pero creo que eso cambió”, resume Anto.
Pepe y el quiebre del tabú del tatuaje en su familia
José “Pepe” Tiviroli tiene 28 años y se desempeña como jefe de Administración de Personal en el Departamento General de Irrigación. “Hago todo lo que es Recursos Humanos”, simplifica. Hace 10 años, el día después de cumplir 18 años, se hizo su primer tatuaje: un tribal.
“Siempre me gustaron mucho los tatuajes. Cuando tenía 15 o 16 años, les dije a mis viejos que me quería tatuar. Mi casa siempre fue muy conservadora y tradicional, por lo que me dijeron que cuando tuviera mi plata y 18 años podría tatuarme. Y cuando cumplí 18, lo primero que hice fue tatuarme. Nunca nadie de mi familia se había tatuado, por lo que era súper polémico. Al principio no me dejaban usar musculosa para que no se viera, hasta que un 31 de diciembre que festejábamos en mi casa yo no bajé a estar con mi familia hasta la hora de la cena. Salí con una musculosa cuando ya estaban todos y sabía que no me iban a decir nada, porque les importaba mucho el qué dirán y qué pensarán. Cuando la gente lo vio, me empezaron a preguntar si me había dolido y esas cosas. Fue bien recibido y hoy, por ejemplo, mi mamá se quiere tatuar”, recuerda el joven sobre su primer tatuaje.
Los tatuajes más difíciles que se hizo Pepe son aquellos que lleva en el empeine, la rodilla y en la zona de las costillas. “El umbral del dolor ahí es muy pequeño y son siempre zonas muy dolorosas”, explica. Y también aclara cuál fueron los que más tiempo le llevó hacerse. “Los tatuajes más grandes me llevaron entre 3 y 4 sesiones, y cada sesión dura entre 5 y 7 horas. Cuando me lo quiero hacer, lo encaro de lleno y sin darle muchas vueltas”, se sincera.
Tiviroli también coincide en que el tabú de los tatuajes se fue rompiendo y eliminando con el pasar de los años. “Nunca tuve problemas en mi trabajo por los tatuajes, pero sí me han mirado raro. Yo suelo ir muy formal, de traje y camisa a trabajar. Pero en reuniones afuera del trabajo, cuando me arremangaba, se me veían los tatuajes. Con el tiempo me di cuenta de que podía mostrar que el tatuaje, porque es una expresión de arte y la tinta, no afecta mis capacidades. Podés ser capaz con tatuajes, piercing o lo que sea”, destaca.
Como todos, Pepe Tiviroli tiene un tatuaje que tiene un significado especial desde lo emotivo. “Es un homenaje a mis abuelos. Hay toda una parte que representa a la muerte (sería la tierra) y otra donde se ve el cielo. Tengo una Catrina (NdA: la representación de la muerte popularizada en México por medio de una calavera), un reloj que marca las 8 -a esa hora me despertaron para avisarme que habían internado a mi abuelo-. En ese momento me cambió la vida”, describe el mendocino.
Un fonógrafo que representa a la música es otro elemento que acompaña a esa composición. “Mi abuelo y mis viejos son fanáticos de la música, sobre todo del rock. Hay un ojo que simboliza que hay algo que todo lo ve, aunque soy agnóstico. Me hice además un ángel, porque mi familia es súper católica. Y me gustó que tuviera las alas en la corona y no atrás, en la espalda. La boina de mi abuelo y los lentes de mi abuela también están en ese tatuaje. Básicamente es una parte del cielo, con su costado religioso por mis abuelos y una parte simbólica de la muerte por el cambio que tuve en mi vida”, concluye.
Pepe no tiene ninguna duda al asegurar que se seguirá tatuando hasta que no quede espacio en su cuerpo. “Cuando empecé, me ponía límites. Primero fueron los bíceps, para que tapara la camisa. Después fui rompiendo esos límites y dije que llegaría hasta las muñecas, pero no las manos. Ya tengo tatuados los dedos y el cuello. Incluso, no descarto tatuarme la cara o algo por el estilo ahora”, cierra.
Emiliano, el artista y su sello de autor
Emiliano Coria (43) estudió Licenciatura en Arte en la UNCuyo y se especializó y dedicó a lo que es tatuaje. Vive en Godoy Cruz y sus primeros pasos –o trazos- como tatuador los dio en 2003, de una manera más artesanal y casera.
“Me animaba con algunas amigas que me invitaban para que les hiciera algo chiquito, y así fui aprendiendo y ejercitándome. Después trabajé junto a Mauricio –de Kraken Tattoo y quien fue mi gran maestro-, y hace 3 años abrí mi propio estudio que se llama ‘Mendoza Tattoo’ en el Pasaje San Martín, junto a Matías y Jonathan”, repasa rápidamente su carrera, que comenzó hace 20 años casi, aunque son 15 los que lleva trabajando de manera profesional.
“No sé cuántos tatuajes habré hecho ya en toda mi vida, pero sí te puedo decir que, por semana, hago más de 20 entre cosas chiquitas y cosas grandes. Fluctúa mucho también según la temporada. Es como en el gimnasio: septiembre, octubre, noviembre, diciembre y enero es la temporada alta y la gente quiere tatuarse para lucirlo durante el verano”, explica
Emi tiene tatuajes en todo su cuerpo –brazos, piernas, pecho y espalda-, aunque aclara que no tiene tantos tatuajes como él quisiera y le gustaría. “En casa de herrero, cuchillo de palo”, justifica entre risas.
Entre tantos tatuajes y durante tantos años, casi que no hay imposibles para Emi, ni tampoco tabúes. Sin embargo, eso no quita que –de vez en cuando- lo sorprendan con algún pedido atípico. “He tatuado caras, nalgas, pechos de mujeres y de hombres. Pero una vez vino una mujer madura a pedirme que le hiciera un tatuaje en la zona del clítoris. Fue bastante incómodo y raro”, reconoce.
Los motivos más complicados para Emi Coria, según sus palabras, son los tatuajes del estilo maorí. “Son tribales, con mucha línea y mucha geometría. Allí queda muy visible y en evidencia lo que es la prolijidad. También me ha pasado de tatuarles a mujeres los nombres de sus hijos y que después vienen a pedirme que los borre porque se pelearon con ellos. ¿Te soy sincero? He tatuado a curas, a policías, a bomberos, a strippers. ¡De todo!”, confiesa.
La tarifa mínima para un tatuaje, el más pequeño y simple, parte de los 5.000 pesos. Mientras que las sesiones, tatuajes de mangas y de espalda rondan los 20.000 pesos y duran entre 3 y 4 horas. “Lo máximo que he tatuado ha sido durante 5 o 6 horas, pero ya no hago sesiones tan extensas. Primero, porque me canso. Pero además porque, pasadas las 3 horas, la piel se hincha, se pone impermeable y aparece el dolor”, aclara Emiliano Coria.
El cambio de paradigma y de postura ante los tatuajes es algo que ha cambiado y evolucionado con el paso de los años. “Cuando empezamos nosotros, en Mendoza no tenías el acceso al equipamiento, máquina, punteras y agujas que hay ahora. Ahora te metés a una página y conseguís lo que sea, pero somos de la época en que la puntera (lápiz) era de acero quirúrgico y había que esterilizar cada vez que se usaba. Hoy todo es descartable”, cuenta.
“La aceptación de la gente también es cada vez mayor. El hecho de que gente famosa se empiece a mostrar cada vez con más tatuajes nos ayudó como sociedad a aceptarlos mucho más. Antes tenía tatuajes alguien muy rockero, que había estado en la Marina o en el Ejército o que era asociado a la delincuencia. Ahora es totalmente aceptable, y aunque en algunos lugares se mantiene esa idea de no tener tatuajes visibles, por suerte son cada vez menos”, sostiene Emiliano Coria, de “Mendoza Tattoo”.
En ese sentido, el tatuador se refirió a cómo la irrupción del trap y otros artistas urbanos llevaron a que, incluso, cada vez haya menos tabúes a los tatuajes en el rostro. “La cara suele ser el último espacio, el límite para tatuar. Pero eso empezó a romperse con el trap. Es algo bastante complicado, ya que hay que pensar en el futuro siempre. Quieras o no, tenemos muchos tabúes o prejuicios todavía”, concluye.