Carina vive en San Juan, es docente, nació el 26 de febrero de 1973 y este año cumplió 51 años. De ello no tiene ninguna duda. Tampoco la tiene de su presente ni de su pasado más inmediato, aunque todo se torna más difuso y oscuro en la medida en que se remonta a sus orígenes (o intenta hacerlo).
“Cuando tenía 15 años empecé, a hacerme muchas preguntas a mí misma. Me llamaba la atención que, para gestionar mi certificado de nacida viva, tenía que viajar siempre a Mendoza. A ello se suma que me hacía mucho ruido ser hija única, y que -por ejemplo- no me encontrara en nada parecida ni a mi mamá ni a mi papá”, cuenta la mujer a Los Andes y desde San Juan.
Las constantes visitas a unos tíos de su madre, quienes vivían en Maipú, siempre le hicieron ruido. Hasta que un día, por sus propios medios e intentando completar su vida como si se tratara de un rompecabezas, descubrió aquello que siempre había sospechado: sus padres de crianza no eran sus padres biológicos.
“Muchas veces le pregunté a mis ‘padres’ si era adoptada, y mi mamá negaba rotundamente. Pero yo veía que mi papá se quedaba callado y miraba con algo de miedo a mi mamá”, rememora Carina Ochoa Ríos (en su documento figuran los apellidos de quienes la criaron y adoptaron como su propia hija).
“Recién una vez que se murió mi papá, en 2019, mi mamá me dijo que era adoptada. Pero me dijo, y es algo que al día de hoy sostiene, que no sabe nada de mis orígenes y quienes son mis padres. Solo me dijo que ella y mi ‘papá' había viajado a Mendoza para que me entregara la familia Ríos”, detalla.
Si bien en ese momento Carina descubrió que en el rompecabezas de su vida faltaban las dos piezas fundamentales -la identidad de sus padres biológicos y la explicación de por qué la dieron en adopción y qué había sido de su vida-, hace 5 años inició la búsqueda formal, con denuncia judicial y análisis de ADN de por medio.
“Mi infancia fue muy difícil. Quienes me criaron no querían que nadie me dijera la verdad, y me mantuvieron en una burbuja, aislada de todo. No íbamos a juntadas familiares, y si alguien de la familia iba a mi casa, siempre era una visita rápida. Y nunca me dejaban sola con alguien que me pudiera decir algo”, rememora Carina.
A partir de 2019 -y tras la muerte de su padre de crianza-, Carina Ochoa Ríos decidió ir más allá. Si bien, inmersa en un mar de dudas, ya había comenzado con sus propias averiguaciones, en 2020 se contactó con referentes del programa de Búsqueda de Identidad Biológica de la Defensoría del Pueblo de la Nación para intentar rastrear sus raíces.
Sin embargo, al estar fuera del período de desapariciones en dictaduras militares, esa primera búsqueda fue infructuosa. Luego radicó la denuncia en la Justicia de Mendoza y hasta su registro de huellas genéticas fue incluido en el laboratorio del Ministerio Público Fiscal de la provincia.
“Sería mucho más cómodo dejarlo así, y es lo que me dice la mayoría de la gente. Pero yo quiero conocer mis orígenes, cerrar el ciclo. Yo sospecho que mis padres son de Mendoza, que me tuvieron allá. Y quiero conocer la cara de quien me tuvo en su panza 9 meses y saber qué le pasó. Quizás le dijeron que yo morí y ella ha estado toda la vida esperándome, o tal vez no. Pero es parte de cerrar un círculo en la vida”, describe Carina.
EN BÚSQUEDA DE SU ORIGEN
“Hola, si tuviste una hija a fines de febrero de 1973 en Mendoza (posiblemente en una clínica de la calle Perú), te atendió el doctor Aldo Vicente Pérez Arra, te están buscando. Comunicate”.
Ese es el mensaje que, una y otra vez -y ya habiendo perdido la cuenta- Carina Ochoa ha dejado en infinidad de publicaciones en las redes sociales. Por lo general, lo hace en páginas y perfiles de búsqueda de personas o de cientos de personas que, como ella, buscan conocer su verdadera identidad. Y lo hacen recurriendo a estas plataformas, populares en el mundo entero por vincular y cruzar a seres que, de otra manera, jamás se hubiesen cruzado.
Así fue como conoció el Colectivo Mendoza por la Verdad, coordinado por Patricia Giménez, y que trabaja para intentar vincular y acercar a la gente que tiene dudas sobre su identidad.
Dentro de esa infancia de encierro y aislamiento, Carina vivió y creció como hija biológica de una familia en San Juan. En su partida de nacimiento figuran los datos de quienes -ella creía- eran su mamá, su papá y sus abuelos.
Pero fue a los 15 años, momento en que cualquier otra chica suele estar pensando en su festejo soñado, cuando en la cabeza de Carina no había otra cosa que no fueran dudas e interrogantes. Y decidió dejar de guardar silencio para empezar a averiguar, a hacerse y hacer a sus padres de crianza esas preguntas tan incómodas (para la pareja de adultos) como necesarias (para ella).
“La partida de nacimiento dice 26 de febrero de 1973, por lo que probablemente sea mi fecha de nacimiento. Pero mi primer DNI, y que encontré cuando surgieron todas las dudas, decía 21 de marzo. Y he llegado a deducir que la familia de Mendoza, mis tíos, me tuvieron un mes como un ‘paquetito’ hasta que mi mamá y mi papá de crianza pudieron viajar de San Juan a Mendoza”, sigue Carina.
Según describe la mujer, justamente a los 15 años se activó esa especie de “sexto sentido”, ese presentimiento que la llevó a dudar de su identidad y sus orígenes reales. A las dudas más puntuales como el no encontrarse parecido a sus progenitores, se sumaron otras más subjetivas y que hacían a lo afectivo.
“Yo tengo un hijo, y tengo la necesidad de abrazarlo, de darle un beso. Pero nunca sentí ese amor de parte de mi mamá”, acota.
Con su padre de crianza, el vínculo fue siempre más estrecho. De hecho, cuando al hombre le diagnosticaron la enfermedad que desencadenaría en su muerte, Carina estuvo presente y lo cuidó en todo momento. Pero con su “madre” (ella la identifica así, entre comillas) la relación fue siempre más distante.
Tras la muerte de su “padre”, Carina Ochoa habló con una de sus primas, con quien -de chica- había mantenido un efímero contacto, pero que luego se distanciaron.
“¿Desde cuando sabés que no soy hija de ellos?”, le preguntó, sin rodeos, Carina a su prima .Y, según reconstruye la maestra que vive en San Juan, su “prima” rompió en llanto y le confesó: “De toda la vida”.
ENFRENTAR LA VERDAD
Decidida a conocer la historia completa, Carina Ochoa comenzó a viajar a Mendoza cada vez más seguido. Logró encontrarse cara a cara con el doctor que había firmado su partida de nacimiento y le preguntó si tenía información que le permitiera rastrear a sus padres biológicos. Pero, según cuenta, el profesional le aseguró y juró que no podía ayudarla.
Incluso, Carina recuerda que el médico -mendocino- se comprometió a intentar rastrear los datos de nacimiento, pero que en la oficina del Registro Civil le contestaron que no contaban con la documentación que datara de hacía más de 40 años.
Para entonces, los tíos mendocinos (familiares de su madre de crianza y a quien Carina vistaba a menudo viajando desde San Juan) ya habían fallecido. Pero la mujer decidió retomar el contacto con los hijos de ese matrimonio y con la intención de destapar la verdad.
“Yo estoy convencida de que mis padrinos hicieron de mediadores con la familia de San Juan”, describe Ochoa.
El contacto con los hijos de sus padrinos no fue simple tampoco, ni mucho menos ameno. Una de las hijas -y con quien de niñas habían tenido un vínculo estrecho- directamente le cortó el teléfono. En tanto, otro de sus “primos” y a quien le blanqueó sus dudas le dijo: “deberías estar agradecida por todo lo que te dieron y dejar de preguntar”.
Solo uno de ellos le brindó información que, en el contexto en que estaba Carina, le brindó algo de claridad.
“Te aseguro que, si mis papás hubiesen estado vivos, tampoco te hubiesen dicho nada”, reconstruye Carina las palabras del único primo que accedió a acompañarla en su búsqueda.
“Me dijo que recordaba que sus padres habían ido a una clínica. Y que mis padrinos llamaron a mi papá y mi mama de San Juan para contarles que había nacido una nena. Intuyo que lo hicieron para que me vengan a buscar”, acota Carina.
Esta decisión de seguir indagando en el tema no cayó muy simpático a la madre de crianza de Carina, y a quien los hijos de los padrinos de la docente le avisaron de la misión que se había propuesto su hija y la pusieron al corriente de que habían sido contactados.
Actualmente, la madre de crianza de Carina Ochoa vive en San Juan, tiene 84 años y, aunque el vínculo entre ambas es tenso, se mantienen en contacto.
“Mi mamá está muy bien de la cabeza y de salud. Yo siento la responsabilidad de ir a cuidarla, pero prefiero no verla, no hablar. Porque todo es discusión. Y si bien puede darse por cualquier motivo, en el fondo es porque sabe que yo empecé a hacer todo esto para conocer la verdad”, reconoce Ochoa.
“Yo le he sido sincera, y le he dicho que estoy tratando de averiguar algo que ella quizás sabe y no me lo puede decir”, argumenta.
LAS DENUNCIAS
Si de teorías se trata, Carina Ochoa no descarta ninguna. Desde la posibilidad de que sus padres biológicos hayan decidido entregarla en adopción por algún impedimento para criarla hasta una posible apropiación. Pero lo que no hay son certezas, y es lo que la mujer busca.
“A través del Colectivo Mendoza por la Verdad, en 2022 hice la primera denuncia virtual en el Ministerio Público Fiscal de Mendoza. No fue una denuncia en la Justicia Federal, sino en el marco de la Ley de Identidad de Origen”, detalla.
“En septiembre del año pasado hice la otra denuncia, y directamente fui al laboratorio del Registro de Huellas Genéticas, por lo que mi ADN quedó en el banco de Mendoza. Si alguien con mi ADN se llega a presentar, va a saltar la coincidencia”, explica Carina.
Por su cuenta también dejó su registro en un banco genético de Estados Unidos y con implicancia y alcance mundial.
“La mayoría de la gente me ha dicho que ya deje la búsqueda, que ellos (NdA: los padres de crianza) son gente mayor y que hay que entenderlo. Pero no lo justifico yo, son muchos años de mentiras. Y ahora quiero saber quiénes son mis padres y buscar mis orígenes”, concluye.