Detrás del éxito: el legado de las madres en la vida de cuatro figuras mendocinas

Hoy exitosos en sus carreras, Susana Balbo, Roberto Zaldívar, Pablo Chacón y “El Flaco” Suárez recuerdan y agradecen a esas mujeres que los acompañaron y contuvieron en su camino al éxito.

Detrás del éxito: el legado de las madres en la vida de cuatro figuras mendocinas
La bodeguera y ex legisladora Susana Balbo junto a su mamá Delfina (93) y a su nieta, llamada igual. | Foto: gentileza

Podríamos empezar esta nota citando las reflexiones ventrales de Juan Gelman en su “Carta a mi madre”; o el exquisito elogio que hace Borges de la suya. Incluso recordar a esa mamá que huele a dulce de frutas, de María Elena Walsh. Pero no. Esta vez hablarán de sus madres cuatro mendocinos destacados, que no son poetas, pero que cuando hablan de ellas se les “escapa” toda la poesía de la boca. Es que detrás de sus mentes creativas y carreras exitosas, hubo un abrazo invisible que siempre les sostuvo el vuelo (y las caídas).

Pablo Chacón, Susana Balbo, Roberto Zaldívar y Ernesto “Flaco” Suárez tienen historias muy distintas, pero comparten el aplauso y el reconocimiento adentro y afuera de Mendoza. En el Día de la Madre, también comparten con Los Andes el recuerdo y la gratitud hacia esas mujeres que forjaron, en gran medida, su carácter, su vocación y sus ideas.

“Mi viejita nunca me vio pelear; no quería verme lastimado”

Pablo Chacón fue campeón mundial de la Organización Mundial de Boxeo (OMB) en la categoría peso pluma, y ganador de la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Atlanta, en 1996. La disciplina, la pasión y el apoyo familiar le dieron la posibilidad de salir de la pobreza, cuenta.

Nació en Las Heras, en el seno de una familia muy humilde. Hijo de un papá “orgulloso” de sus logros (también boxeador) y de una mamá “con mucho miedo” a que lo lastimaran en el ring. Tanto fue así, que Elsa Villaverde nunca vio a su hijo boxear en el cuadrilátero.

“Mi viejita nunca me vio pelear; no quería verme lastimado. No me vio en vivo, ni siquiera por televisión. Dicen que a veces, cuando yo tenía una pelea y se transmitía por TV, en el minuto de descanso, ella se arrimaba desde un rincón para ver si yo tenía alguna herida. Ella se ponía nerviosa y lloraba. De deportes no entendía nada”, cuenta el ex boxeador de 49 años.

Pablo Chacón, el gran referente olímpico.
Pablo Chacón, el gran referente olímpico.

Elsa nació en la localidad de Lobos, provincia de Buenos Aires, y llegó a Mendoza a sus 10 años con una familia de escasos recursos. Tuvo seis hijos, limpiaba su casa y las ajenas, y demostraba el amor con la comida que preparaba en su hogar de El Borbollón. “Ella era feliz viéndonos comer. Era fanática del lechón y del fiambre. Ese era el mejor regalo de cumpleaños que le podíamos hacer. Mi papá cazaba y mi mamá cocinaba”, relata Pablo.

Su “viejita” murió en 2017, rodeada de sus hijos y nietos. “Era hermosa, tierna y un personaje porque, cuando se enojaba, revoleaba los ojos de una forma… Le agradezco todo. Se la extraña mucho”, completa.

“Le critiqué a mi madre lo que hoy le agradezco”

Exigente, incansable, disruptiva y muy trabajadora. Así describe -y elogia- la bodeguera Susana Balbo a su mamá Delfina o “Quiqui”, quien acaba de cumplir 93 años y sigue siendo su gran referente.

El legado de su madre aún es clave para Susana: “Me enseñó que las cosas se hacen trabajando, con creatividad y sin medir el esfuerzo que se pone. Ella ha sido un gran ejemplo a la hora de sobreponerme a situaciones muy duras. No hay otro camino que la resiliencia. Yo la admiro por lo mucho que pudo hacer”, agradece.

“Quiqui”, cofundadora de la empresa familiar (ya vendida) Viñas de Balbo, fue de esas madres muy exigentes porque ella fue igual de exigente consigo misma. “Nació en Córdoba. Trabajó desde muy pequeña porque se quedó sin su familia. Sólo tuvo educación primaria y montó una fábrica exitosa de manteles y sábanas finas con mi padre. Todos los diseños y la combinación de colores los dibujaba ella. Era una mujer tremendamente perfeccionista y tenía un profundo sentido de la estética”, señala la mendocina.

Balbo, quien este año se convirtió en la primera argentina en ingresar al salón de la fama mundial del vino, aclara que también tuvo momentos de fricción con su mamá. “Le critiqué a mi madre lo que hoy le agradezco. Le critiqué lo dura que era con mi hermano y conmigo. Pero, como todo es relativo, hoy se lo agradezco porque esa disciplina me forjó para transitar mi propia vida”, afirma.

Hasta no hace mucho, la “incansable”, laboriosa y creativa Quiqui tomó clases de teatro, hizo vitrales y pintó numerosas acuarelas, muchas de ellas, hoy lucen en la casa de la empresaria vitivinícola. “Si se hubiese dedicado al arte habría sido famosa”, arriesga, amorosa, su hija.

“Mi mamá era muy especial, nunca se enojaba”

El oftalmólogo mendocino Roberto Zaldívar abraza la ternura ante el recuerdo de su madre, María Riviére, hija de inmigrantes franceses, nacida en Buenos Aires y radicada en Mendoza, donde vivió hasta 2004, cuando falleció.

“Mi mamá era muy especial. Nunca se enojaba. Ella era la moderada de la familia, la que hacía las relaciones públicas, la que invitaba a casa, era la tierna, porque mi papá era seco. Para ella todas las personas eran buenas. Daba explicaciones y conciliaba en todo. Evitaba las fricciones. Siempre estaba contenta y de buen humor”, rescata el cirujano ocular multipremiado.

El oftalmólogo mendocino Roberto Zaldívar abraza la ternura ante el recuerdo de su madre, María Riviére. | Foto: gentileza
El oftalmólogo mendocino Roberto Zaldívar abraza la ternura ante el recuerdo de su madre, María Riviére. | Foto: gentileza

Cuando piensa en qué actitudes le transmitió su mamá a lo largo de los años, Roberto no duda en señalar la sabiduría de no hacerse malasangre con nimiedades. “No se enroscaba nunca. Eso aprendí de ella: a no enroscarme por cosas que no valen la pena”, afirma.

Zaldívar cuenta que, lejos de ser permisiva, su mamá era más bien exigente con él, a pesar de ser único hijo en la familia. Cuenta el oftalmólogo que María ponía límites con modos muy suaves. “Era muy difícil enojarse con ella porque nunca se enojaba conmigo. Creo que era muy viva porque me persuadía mostrándome las ventajas de hacer tal cosa y no otra”, rememora.

María dio a luz a Roberto en Estados Unidos, y a los años volvieron a la tierra natal de Roger, su padre. Ya en Mendoza, su mamá se ocupó, durante varios años, de trabajar solidariamente para las cooperativas de hospitales. El fin era brindar apoyo y conseguir recursos para los más carenciados. “Le dedicaba todo el día a eso”, cuenta Zaldívar, quien desde hace décadas brinda asistencia oftalmológica primaria y gratuita en la fundación que lleva su nombre. De tal palo…

“Mi vieja nos tapaba la pobreza contando historias”

“Son tantos recuerdos que podría escribir un libro”. Así responde a la propuesta de Los Andes Ernesto “Flaco” Suárez, el actor, guionista y director teatral más popular de Mendoza.

“Mi vieja era un genio, era analfabeta, inteligentísima. Era sirvienta, empleada doméstica. Mantuvo sola a los cuatro hijos. Mi padre era un machista cabrón que tenía tres familias y encima le pegaba”, sintetiza el “Flaco”, sin pudores. Él era el último de los hermanos que conoció bien a la pobreza, pero también a los chistes, las historias y los tangos entonados por su madre lavandera.

Mi mamá cantaba todo el tiempo, a pesar del dolor y el hambre. Dormíamos los cuatro con ella en una sola cama cuando había tormenta fuerte y el techo se llovía. Pero igual ella nos cantaba. Así era ella, gaucha. Nos tapaba la pobreza contando sus historias o haciendo chistes. Yo creo que el humor, la comedia dramática, se lo debo a ella”, agradece el actor.

Ernesto Suárez, "El Flaco", actor mendocino y director de teatro. | Foto: Los Andes
Ernesto Suárez, "El Flaco", actor mendocino y director de teatro. | Foto: Los Andes

En un rancho precario, con techo de barro y pisos de tierra, Josefa, “la Pepa”, vivía junto a sus hijos. En un lote, con casita precaria, en medio de un barrio bautizado como la “Cuarta de Fierro”, con calizos y prostitutas. Allí se crio el humorista, que a los 7 años ya sabía vender verduras para colaborar con la olla familiar.

El apellido de Josefa no se sabe. “Pobrecita, no sabía si llamaba Bustos o Aguilera porque no la habían podido inscribir en el Registro Civil”, lamenta Ernesto.

El regalo más hermoso que recibió “el Flaco” de su madre fue cuando le “cayó de sorpresa” al Ecuador en sus años de exilio, durante la dictadura militar. “Apenas bajó del avión vino corriendo a donde yo estaba con el equipo de mate. Nos sentamos debajo del árbol de mi casa y por cinco horas estuvimos charlando y charlando. Fue hermoso”.

“La Pepa” falleció cuando el actor vivía en Perú. Le llegó una carta anoticiándolo varios días después. El “Flaco”, que por esos tiempos cantaba tangos para ganarse la vida, no quiso hacerlo esa noche. Fue gracias al “indio”-y su sabiduría de indio-, quien lo acompañaba con la guitarra, que Ernesto cambió de opinión. “Él me dijo que si no cantaba mi mamá se moría y si cantaba se pondría muy feliz. Y tenía razón. Ella cantaba tangos y era feliz. Así que cantamos toda la noche”, concluye.

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