Para Jorge Ortíz, quien tiene 68 años y entregó casi toda su vida a la enfermería, la enseñanza que le dejó su profesión es mucho más abarcativa que la de curar o asistir físicamente a un paciente. “Los muchos años de servicio en el hospital Central de Mendoza, de donde me jubilé en 2021, me demuestran que muchos enfermos necesitan más curar el alma que el cuerpo”, sostiene con el convencimiento que le dio la experiencia.
“Un enfermero de vocación debe poner el oído, mirar a los ojos, dar una mano”, reflexiona este jubilado viudo, padre de tres hijos y está en pareja con una mujer que estuvo internada en ese hospital y con quien entabló una relación después de su alta médica.
Su vocación se despertó desde muy joven cuando se había mudado temporalmente a Buenos Aires. Hoy pese a estar jubilado, siempre que puede continúa trabajando. Dice que le encanta atender a los pacientes y que, además, lo necesita porque su jubilación no le deja mucho margen y que “la cosa no está para tirar manteca al techo”.
Corría 1978 cuando este fanático de River Plate partió a Buenos Aires impulsado por el Mundial de Fútbol. Claro que tuvo que salir a buscar trabajo para solventar sus gastos y así fue que comenzó a desempeñarse como bachero en un restaurante.
“Trabajaba todo el día, de 5.30 a 11 de la noche. Estaba cansado, apenas tenía tiempo para buscar algo que realmente me gustara. Pero tenía un amigo enfermero en el hospital Salaberry, de Mataderos, y las pocas veces que iba a visitarlo le pedía que me enseñara algo”, recuerda, desde su casa situada en Las Heras.
En aquel hospital, que más tarde fue demolido, Jorge aprendió lo básico para atender a un paciente: colocar una inyección, tomar la presión, prácticas simples. No había hecho ni siquiera un curso de enfermería, pero sentía que la profesión lo atraía.
El Mundial finalizó, pasó el tiempo y Jorge permaneció en Buenos Aires por varios años más. “Regresé a Mendoza en 1985 y ¡vuelta a buscar empleo! Recién ahí cumplí con el curso correspondiente en el hospital Emilio Civit. Fueron muchos años de trabajar en clínicas privadas y aprender muchísimo hasta, finalmente, ingresar con el nombramiento al hospital Central en 1992″, detalla en diálogo con Los Andes.
“De ahí me jubilé después de 30 años de servicio con el mejor regalo que pudo haberme hecho el personal: la camiseta original de River. Le debo mucho a ese hospital y fueron años de experiencias y aprendizajes”, repasa.
Jorge pasó por varios sectores en el “gigante” de Ciudad, principal centro de derivación de una vasta zona. De hecho, trabajó en Traumatología, Terapía Intensiva, Clínica Médica, Cirugía, Guardia y, finalmente, Odontología, de donde se jubiló. Ese mismo año, en 2021, fue premiado como el enfermero más destacado del año. “Una forma perfecta de cerrar mi carrera”, dice satisfecho.
El riesgo de la pandemia
Si bien a lo largo del tiempo atravesó momentos difíciles dentro del hospital, porque siempre se sintió afectado por el dolor ajeno, Jorge asegura que la pandemia de Covid-19 fue, sin dudas, el período más difícil que debió atravesar. “No me consideré un héroe, sino más bien un laburante más que cumplía con su trabajo de manera responsable y muy lejos de aplicar la ley del menor esfuerzo, como se vio durante todo ese tiempo interminable. Sin embargo, debo confesar que tuve miedo”, se sincera.
“Todos los días muy temprano abría la puerta de mi sala con temor, pero con el deseo de hacer lo mejor en ese contexto tan particular. Yo ya estaba por jubilarme y tampoco era un pibe pero me puse en la cabeza que ese era mi trabajo y que estaba a la altura de las circunstancias”, completa.
Y añade: “Trataba de poner buena cara aunque, insisto, el temor siempre estuvo. Llegaba a casa exhausto después de esas jornadas duras, pero creo que era más por el estrés que por otra cosa, más allá de haber estado siempre separado de mis hijos Erica, Jonathan y Matías”.
Y, en el medio de todo aquello, el susto. “Un día llegué con catarro y terminé haciéndome dos hisopados. Esperé los resultados aislado. Por suerte dieron negativo y me volvió el alma al cuerpo”, recuerda Jorge.
Amigos, anécdotas y una novia
En todos los años que Ortíz trabajó dentro de un hospital cosechó miles de amigos, anécdotas y el reconocimiento de muchos pacientes que pasaron por sus manos.
“En una oportunidad entró una chica muy jovencita que estuvo a punto de perder una pierna. La familia se había puesto firme y luchó hasta el final para evitarlo. Y así fue, no tuvieron amputarla. Los acompañé mucho y quedamos amigos”, rememora.
La guardia, sin dudas, es el área hospitalaria que más anécdotas le ha dejado. Tal vez por la cantidad de gente que acude y las miles de historias que se van tejiendo en torno a ella. “Increíble, pero los miércoles eran días muertos. No sé por qué, pero parecía que ese día nadie se enfermaba. En cambio, los fines de semana eran terribles, apenas teníamos descanso”, evoca.
En 2012, una mujer llamada Silvana, a quien él ya conocía del barrio, resultó ser víctima de un accidente vial que la dejó muy grave. “Estuvo mucho tiempo en Terapia Intensiva, donde yo trabajaba en ese momento. Me acuerdo que solía hablar con toda su familia, que estaba preocupada porque se debatía entre la vida y la muerte. Pasó el tiempo y, finalmente, aunque su recuperación costó y llevó tiempo, le dieron el alta. Al salir del hospital me agradeció muchísimo y quedamos en contacto”, rememora.
Allí comenzó la historia entre Jorge y Silvana, que se siguieron viendo y en 2013, un año después de aquel accidente que los “encontró” en el hospital, formalizaron su relación. “Ella bromea y me dice que tiene a su enfermero en casa”, cuenta él, que se ocupó de atenderla muchos años ya que le quedaron numerosas secuelas.
Pasó toda una vida desde que Jorge era un estudiante rebelde que fue obligado a estudiar en una escuela técnica, algo que no le gustaba en lo más mínimo. “Como forma de demostrarlo, repetí dos veces de año. Yo amaba la Medicina pero en casa no estaban dadas las condiciones económicas”, repasa.
Como sea, y aunque no pudo convertirse en médico, Jorge logró cumplir con creces una profesión altruista como la enfermería, que requiere de vocación de servicio si se desea triunfar.
Lejos de arrepentirse, siente que dio en la tecla, que no podría haberse dedicado a otra cosa. “Mi profesión me hizo muy feliz y siempre estaré agradecido”, reflexiona este 21 de noviembre, fecha en que se celebra el Día de la Enfermería al conmemorarse la fundación de la Federación de Asociaciones de Profesionales Católicas de Enfermería en 1935.