Como cada 10 de junio, se conmemora hoy el Día de la Reafirmación de los Derechos Argentinos sobre las Islas Malvinas, Islas del Atlántico Sur y Sector Antártico. Es que un día como hoy, pero de 1829, la Nación oficializaba la creación de la Comandancia Política y Militar de las Islas Malvinas y las adyacentes al Cabo de Hornos en el Mar Atlántico; por decreto del gobernador interino de la Provincia de Buenos Aires, Martín Rodríguez. Y se designaba en el mismo acto al empresario alemán emigrado al país, Luis Vernet como primer gobernador-comandante de la región.
La conmemoración fue fijada por ley en 1973, y en 1984 se fijó además que el 10 de junio fuese feriado. No obstante, en la actualidad el feriado es el 2 de abril, en conmemoración de la fecha del desembarco de las tropas argentinas en Malvinas en 1982 y que fue la previa a la Guerra de ese mismo año.
Historia
La creación de la Comandancia en 1829 es el hecho histórico que asentó el mayor antecedente legal en relación con los reclamos de Argentina sobre las islas. Es que ese hito fue la afirmación de la soberanía argentina sobre las Islas desde la emancipación, y en condición de heredera de España de este territorio y demás Islas del Atlántico Sur.
Desde ese momento, Argentina dictó normas y fijó estructuras jurídicas y administrativas que consolidaron el ejercicio pleno de la soberanía, y que fomentaron además el desarrollo de actividades comerciales, el asentamiento de población y el establecimiento de una sede de gobierno.
“Este ejercicio efectivo de soberanía se interrumpió el 3 de enero de 1833, cuando el Reino Unido expulsó, mediante un acto de fuerza, a las legítimas autoridades argentinas y la población que allí vivía, quebrantando la integridad territorial de nuestro país”, destaca un comunicado de la Cancillería publicado hoy al conmemorarse la efemérides. Y completa: “Este acto de fuerza no fue consentido por ningún Gobierno argentino a partir de esa fecha, y desde entonces -y hasta la actualidad-, las islas son objeto de una disputa de soberanía con el Reino Unido, lo que es reconocido por las Naciones Unidas mediante la Resolución 2065 (XX) de la Asamblea General”.
Duilio Ramírez (57) es mendocino y fue uno de los soldados que combatió en lo que ellos denominan la “Gesta de Malvinas”, el conflicto bélico de 1982. “Siempre me gustó estudiar mucho todo lo referido a la historia de Malvinas; y a lo que aconteció entre 1820 y la guerra de la que fui partícipe. Hasta la guerra sucedieron tantos hechos que uno cae en la cuenta de lo doloroso que fue el desenlace; y todo para reclamar un pedazo de tierra que la historia y la geografía dicen que es nuestro. El dolor nuestro es haber perdido sin sentido a nuestros compañeros. No era necesario el uso de la fuerza, si las Malvinas siempre fueron argentinas”, reflexiona Duilio.
“También duele ver como, después de 38 años, todavía los dos países no pueden sentarse para intentar llegar a un acuerdo diplomático, no vemos que exista esa intención. Sobre todo por parte del Gobierno inglés. Para ellos, las Malvinas son suyas y nadie se las va a quitar; sin importar todos los países que reconocen la soberanía argentina”, agrega.
Sobre soberanía, guerra y el hundimiento del Belgrano
Héctor “Tachi” Flores vive en San Rafael, tiene 57 años y trabaja como jefe de preceptores de la escuela profesor Jorge de la Reta, en el departamento sureño. También es veterano -o ex combatiente- de Malvinas, por lo que, y al igual que Duilio, vive de una forma particular cada 2 de abril y cada 10 de junio. Pero a esas fechas, Héctor agrega otro círculo especial que dibuja en el calendario de todos los años: el 2 de mayo.
Flores fue uno de los tripulantes del Crucero ARA General Belgrano que fue hundido por dos torpedos ingleses el 2 de mayo de 1982 (un mes después del inicio de la guerra), lo que causó la muerte de 323 argentinos de los 1.093 que iban a bordo del buque. Y si bien el ataque se produjo durante el conflicto bélico, lo más cuestionable -y que aún genera impotencia y fuertes repudios- es que el ataque se produjo en zona de exclusión, fuera del campo de batalla y de las “normas del juego”; como él mismo lo reconstruye.
Sería ingenuo de mi parte decir que alguien está orgulloso de haber participado de una guerra. Pero cada vez que alguien nombra Malvinas, es una emoción. Fue una etapa que nos enseñó muchísimo. Por eso es que actualmente pelear por la soberanía significa pelear por derechos, pelear para que no sea en vano lo que se hizo y por los que no pudieron regresar. Y hoy hay varios pasos previos y sanos para recuperar un territorio antes de llegar a una guerra”, reflexiona quien estuvo 32 horas naufragando en el mar entre el hundimiento del Belgrano y cuando finalmente pudo ser rescatado.
“La Guerra de Malvinas y mi paso por las Fuerzas Armadas me dejaron cosas positivas, como la educación, el respeto, la nobleza y el trabajo en equipo. Pero también otros malos ejemplos que más vale olvidarlos. Disfruto todavía de dar charlas sobre Malvinas, y muchas veces vuelvo llorando a casa. Pero sé que si un día me llego a morir de un ataque al corazón por la emoción de estar en un acto o en una charla, me voy a morir en combate. Y será por los 362 changuitos que no volvieron; y también por mis compañeros del Belgrano que están hundidos a 4.000 metros, y cuyos familiares no pueden llevarles fotos al cementerio de Darwin”, agrega emocionado.
“Pensamos que no iban a venir desde Inglaterra”
Con 15 años, Héctor Flores ingresó a la Marina donde estudió para Meteorólogo. Con ese título egresó en diciembre de 1981, ya con 18 años cumplidos. “A fines de enero y principios de febrero de 1982 me designaron a mi primera navegación en el Belgrano; fue mi bautismo. Pasamos por Puerto Madryn, Ushuaia y Punta del Este; y estando allí se produjo la explosión de una caldera y que dejó como consecuencia daños a algunos compañeros”, rememora Tachi, quien además suele reunirse con sus compañeros ex combatientes para participar de charlas. Y también para encabezar campañas solidarias para ayudar a quienes menos tienen en San Rafael.
Al regreso de aquella navegación, había comenzado a circular el rumor de una posible guerra para recuperar las Malvinas; pero nada oficial ni concreto todavía. “Éramos un país inexperto en guerras, gracias a Dios; y pensábamos que no iban a venir de tan lejos. Éramos jóvenes y todos pensábamos eso, era la charla de pasillos. Pero cuando fueron pasando los días, fue haciéndose más fuerte el rumor. Y muchos voluntarios comenzaron inscribirse”, recuerda uno de los pocos meteorólogos que tenía la Marina por aquel entonces. De hecho, no se estilaba que estos profesionales fueran parte de las tripulaciones -salvo excepciones-.
Pero el 16 de abril de 1982, cuando el ARA General Belgrano se disponía a zarpar por última vez -nadie sabía que sería la última- de Puerto Belgrano (a 30 kilómetros de Bahía Blanca), Héctor “Tachi” Flores era uno de sus tripulantes. “Como ya había tenido mi navegación bautismo, me destinaron para ir. Yo no me sentía muy capacitado para hacer un pronóstico fiable, más teniendo en cuenta que necesitaba al menos 10 años de experiencia”, sigue el sanrafaelino.
El Belgrano no siempre tuvo ese nombre. Había sido fabricado en Filadelfia junto a otros ocho barcos similares, y dos llegaron a Argentina. El ARA Belgrano había estado en Pearl Harbor y había salido ileso a los bombardeos japoneses, por lo que su primer nombre era Fénix (por el ave mitológica que resurgió de las cenizas). Y su primer nombre en Argentina fue “17 de octubre” antes de ser bautizado en homenaje al creador de la bandera.
Averiado, hundido
A bordo del Belgrano, Flores tenía a cargo la confección del pronóstico. Pero, además, recibía las indicaciones cifradas de latitud y longitud, para pasárselas a las autoridades de la embarcación. Mientras estaban en la zona de exclusión -fuera del campo de batalla-, los tripulantes del Belgrano realizaban prácticas de tiros y otras estrategias (lo que en la jerga se conoce como “zafarrancho”), y como parte del adoctrinamiento realizaban simulacros sobre cómo actuar en caso de que sean atacados: tenían dos minutos para formarse y salir antes de que se cierren las puertas y el buque se convierta en estanco (se cierra herméticamente y demora el hundimiento).
“La guerra es meramente una cuestión estratégica. Y de acuerdo a cómo se comporta el adversario y a los recursos, es lo que hay que hacer”, resume.
El domingo 2 de mayo de 1982, el General Belgrano estaba en zona de exclusión cuando recibió el impacto de dos torpedos lanzados por un submarino británico Conqueror. “Tiraron tres torpedos, pero dos dieron en el barco y pegaron fuera de la zona acorazada. Eso llevaba a que el hundimiento fuese inminente. El submarino era fabricado en Estados Unidos, y los estadounidenses le habían dado a los ingleses también el plano del buque para que sepan las zonas débiles”, recuerda Flores, quien agrega que -al estar fuera de la zona bélica- el ataque los sorprendió con la “guardia baja”.
32 horas naufragando
Lejos de la desesperación y más allá de la juventud e inexperiencia de los tripulantes, luego del impacto, los argentinos que iban en el ARA General Belgrano se organizaron en el trabajo y aguardaron la orden oficial para el abandono del buque. “No hubo pánico, nadie se tiró al agua. Es algo que recuerdo y me emociona”, cuenta quien tiene la característica de haber sido el primero y último meteorólogo marino que estuvo a bordo del buque.
Flores estaba en su puesto de trabajo, pero muchos de los tripulantes, no. La mayoría de los 323 caídos en ese ataque estaban en la parte baja del crucero. “A partir de ese momento empezó otra guerra, otra película. Esperábamos cualquier cosa, ya que el submarino inglés había atacado fuera del área de exclusión y temíamos que nos hundieran las balsas”, destaca el sanrafaelino.
El abandono del buque que se estaba hundiendo se hizo en balsas de cinco metros. En mayo, y en ese punto del mundo, el anochecer sorprende de forma temprana; por lo que a las 16:30 prácticamente ya no tenían luz (el hundimiento del Belgrano se produjo a las 16:05).
“Como estrategia, amarramos cuatro balsas entre sí; para estar todos juntos. Las olas tenían entre 7 y 10 metros, por lo que el riesgo de que nos tumben también estaban. De hecho, cuando amaneció el otro día (ya 3 de mayo), quedaban amarradas dos de las balsas”, agrega.
Cuando el reloj marcaba las 10:30 del lunes 3 de mayo; Flores y sus compañeros ya había perdido la cuenta de la cantidad de Rosarios que habían rezado. Y fue en ese momento que vieron cómo un avión sobrevolaba la zona donde estaban naufragando. La misma secuencia se repitió al mediodía, pero no volvieron a tener noticias.
“Recién a las 22:30 del 3 vimos a un buque cerca -luego supimos que era el Bouchard- que nos hizo señales con luces, pero no se detuvo. También después nos enteramos de que no lo hizo porque era muy pequeño para rescatarnos a todos. Y a las 0, ya del 4 de mayo, avistamos que se acercaba el buque Pidrabuena. Allí empezó el rescate, que se extendió hasta las 2. Pasé 32 horas naufragando, que se te hacen interminables. A eso se le suma que has vomitado tantas veces, que apenas sos un pedazo de carne que puede mantenerse en pie”, relata “Tachi”.
De la decepción...
Luego de ser rescatados, se les convidó a los náufragos un vaso con un guiso caliente (“me volvió el alma al cuerpo”, reconstruye Flores) y los llevaron hasta Ushuaia.
“Antes del ataque, el Belgrano navegaba con otros dos buques que los seguían a unos 10 kilómetros -uno de ellos era el Bouchard-. No entendíamos por qué no se los vio más después del ataque; y cuando nos rescataron, nos dijeron que el tercer torpedo había llegado a darle al Bouchard. Por eso es que se retiraron del lugar”, relata Flores.
Desde Ushuaia llevaron a los sobrevivientes en avión hasta Río Grande, luego hasta la base Comandante Espora y de allí hasta Puerto Belgrano.
“Nos subieron a un colectivo verde que llevaba las ventanas tapas con diarios. No entendíamos, pero después nos dimos cuenta de que era para que la gente no nos viera; ya que estábamos lesionados, sucios. Cuando nos hicieron la revisación médica, fue bastante paupérrima y a partir de ahí me di cuenta de que no quería seguir mucho más en las Fuerzas Armadas”, sostiene Flores, quien se retiró efectivamente en diciembre de 1984 junto a la mayoría de los compañeros de su camada.
“Tachi” recuerda incluso lo que fue su primer quiebre emocional. “Al regresar, me mandaron de vuelta a mi destino. Y cuando llegué, estaban mis superiores y compañeros viendo un partido del Mundial de España 82. No esperaba un recibimiento como héroe, pero sí una palmadita en la espalda. Pero me saludaron así, como si nada. Me fui solo a mi oficina y me quebré”.
A la retribución
Esta tarde, en coincidencia con el Día de la Reafirmación de la Soberanía Argentina sobre Malvinas, Héctor “Tachi” Flores y sus compañeros veteranos se trasladarán por sus medios al distrito Cuadro Benegas. Allí servirán y repartirán chocolate a niños de zonas vulnerables; sin otro móvil que la satisfacción personal.
“Con mis compañeros hacemos muchas movidas de acción social (chocolatadas, donaciones en el Hospital Schestakow, entre otras). Es una forma de retribuirle a la sociedad lo que hicieron por nosotros. Más allá de si nos haya llegado o no la bufandita o el chocolatito que nos mandaron cuando estuvimos allá; la gente lo mandó. Y vamos a estar siempre agradecidos”, sintetiza.