Nuestro país celebra hoy, 13 de junio, el día del escritor argentino, fecha inspirada en el nacimiento de Leopoldo Lugones, uno de los autores más influyentes y fascinantes del siglo XX.
Argentina ha dado al mundo grandes obras y autores: de José Hernández, autor del Martín Fierro, a Samantha Schweblin (ganadora del más reciente premio National Book Award), pasando por gigantes como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares y Antonio Di Benedetto, narradores como Liliana Bodoc, Liliana Heker, Abelardo Castillo, Guillermo Martínez, Pablo de Santis, Mariana Herníquez o poetas descomunales como Alejandra Pizarnik, Roberto Juarroz o Juan Gelman.
Sin embargo, la fecha evoca a Lugones, pluma fundamental en el salto de la literatura argentina a su madurez. Leopoldo Lugones dejó un legado imborrable en el ámbito literario. Nacido en Villa María del Río Seco, provincia de Córdoba, el 13 de junio de 1874, pasó su infancia y adolescencia en esa localidad y en Santiago del Estero antes de establecerse en Buenos Aires en 1895. Allí se destacó como periodista en el diario El Tiempo y, en 1897, junto a José Ingenieros, fundó el periódico socialista revolucionario La Montaña.
En años posteriores, Lugones asumió la dirección de la Biblioteca Nacional de Maestros y emprendió varios viajes al viejo continente, viviendo en París de 1911 a 1914. Además, colaboró con el diario La Nación y fundó la Sociedad Argentina de Escritores en 1928, tras haber obtenido el Premio Nacional de Literatura en 1926.
Si bien comenzó su carrera con inclinaciones socialistas, Lugones fue virando hacia una postura más conservadora, llegando a apoyar el golpe de Estado de Uriburu en 1930, que derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen.
La obra literaria de Lugones abarca una amplia variedad de géneros y estilos. Su primer poemario, Los mundos, fue publicado en 1893, y tres años después tuvo un encuentro determinante con el poeta nicaragüense Rubén Darío, cuya influencia se reflejó en su escritura. A este le siguieron obras como Las montañas de oro (1897), Los crepúsculos del jardín (1905) y Lunario sentimental (1909).
A partir de 1910, con la publicación de Odas seculares, se observa un cambio en su estilo, centrándose en la exaltación de la tierra y su gente. Otras obras destacadas incluyen El libro fiel (1912), El libro de los paisajes (1917), Las horas doradas (1922), Romancero (1924), Poemas solariegos (1927) y Romances del Río Seco (publicación póstuma en 1938). Además, escribió La guerra gaucha (1905), un relato histórico sobre la guerra de independencia que fue adaptado al cine en 1942 por Lucas Demare, y una novela teosófica titulada El ángel de la sombra (1926).
Lugones también se destacó como narrador, siendo considerado el gran pionero de la literatura fantástica en Argentina. Sus obras en este género incluyen “Las fuerzas extrañas” (1906), La torre de Casandra (1919), Cuentos fatales (1924) y La patria fuerte (1933), que sentaron las bases para futuros exponentes de la literatura fantástica como Horacio Quiroga, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar.
Para Lugones, el papel del escritor estaba intrínsecamente ligado al destino de su país y, por lo tanto, consideraba que debía ser parte activa de la acción política. Admirador de las bibliotecas populares, ya que su propia formación fue influenciada por la biblioteca de su pueblo natal, Lugones dirigió la Biblioteca Nacional de Maestros hasta su muerte y contribuyó en el diseño de una reforma educativa para la educación secundaria argentina.
A pesar de ser reconocido como un poeta moderno, Lugones fue crítico de las vanguardias literarias que surgieron a principios del siglo XX. Esto lo enfrentó al grupo de escritores que participaba en la revista Martín Fierro, entre ellos Oliverio Girondo, Norah Lange, Leopoldo Marechal y Jorge Luis Borges.
A pesar de sus diferencias, Borges retrataría a Lugones de manera precisa en su texto La muerte de Leopoldo Lugones: “Leopoldo Lugones fue y sigue siendo el máximo escritor argentino. Recabar este título para Sarmiento es olvidar que su obra escrita debe ser juzgada a la luz de su obra total, quiero decir de su vida; recabarlo para Groussac es olvidar que éste fue un crítico europeo que se produjo en español accidentalmente, si bien con maestría singular. El Facundo y el Martín Fierro significan más para los argentinos que cualquier libro de Lugones o que su heterogéneo conjunto, pero Lugones por su Historia de Sarmiento y El payador comprende de algún modo y supera aquellos libros fundamentales. Lugones encarnó en grado heroico las cualidades de nuestra literatura, buenas y malas. Por un lado, el goce verbal, la música instintiva, la facultad de comprender y reproducir cualquier artificio; por otro, cierta indiferencia esencial, la posibilidad de encarar un tema desde diversos ángulos, de usarlo para la exaltación o para la burla. Acaso es lícito ir más lejos. Acaso cabe adivinar o entrever o simplemente imaginar la historia, la historia de un hombre que, sin saberlo, se negó a la pasión y laboriosamente erigió altos e ilustres edificios verbales hasta que el frío y la soledad lo alcanzaron. Entonces, aquel hombre, señor de todas las palabras y de todas las pompas de la palabra, sintió en la entraña que la realidad no es verbal y puede ser incomunicable y atroz, y fue, callado y solo, a buscar, en el crepúsculo de una isla, la muerte”.
El 18 de febrero de 1938, Leopoldo Lugones se suicidó en una pensión llamada El Tropezón, ubicada en el delta del Paraná. Tenía 64 años.