Diego Polittino tiene 45 años, dos hijos de 12 y 15 años y es taxista desde hace casi 9 años. Se dedicaba a la gastronomía y se quedó sin trabajo. “Era viejo para otro laburo y por eso agarré el taxi”. Su padre fue quien le puso a disposición el auto. “En ese momento me dijo que saliera por los menos los fines de semana como para hacer algo para subsistir. Y ya me subí y ya me quedé”.
El pasaje entre un trabajo y el otro fue “rarísimo” para él. “Primero porque no conocía una calle. Uno se cree que conoce y realmente no conocés nada”, dijo entre risas. Cerca de cumplir los nueve años al mando del volante de un taxi por las calles mendocinas, Diego asegura que hasta el día de hoy sigue conociendo calles nuevas. “Al principio era complicado pero de a poco vas conociendo y te vas acomodando”, resaltó, y su afirmación se entiende más si por precisiones cronológicas se cae en la cuenta de que no era tan sencillo el acceso a un GPS como en los tiempos que corren de pantallas táctiles y aplicaciones de geolocalización.
Según contó, pilotear un taxi le permitió a Diego conocer lugares de Mendoza que “ni pensaba que existían”. Con un tono de voz que se percibe orgulloso, el mendocino lanzó un “descubrí lo hermosa que es nuestra provincia”. Para él, los mendocinos deberían querer más a la provincia y regresar a las costumbres locales. “A mí me encanta el folclore mendocino y a veces en el auto voy escuchando una tonada y hay gente que se sube y me pregunta qué es eso”, ejemplificó.
En su rutina laboral, Rivadavia y San Martín es el punto donde Diego “tira anclas” antes de volver a zarpar con nuevo destino. Allí, en la clásica parada de taxis del microcentro, Diego en general espera por los clientes, porque “trabaja sin radio”. Además, de los viajes que surgen tras la tradicional seña lanzado por personas que paran taxis en la calle, Diego también ha generado su propia clientela que le aporta a diario sus “viajes fijos”. “Hay clientes con los que se genera una confianza tal que te llaman para que lleves a sus hijos, por ejemplo”, contó.
“Te reís mucho, conoces muchas historias, te enterás de cosas escuchando a la gente hablar por teléfono que no se podrían escribir en el diario”, con el humor buscó transmitir sus anécdotas y experiencias como conductor de un taxi.
Arranca a trabajar a las 7 de la mañana y llega a hacer hasta doce horas de trabajo trasladando personas, en general, dentro del Gran Mendoza. “Por ahí te tocan algunos de esos viajecitos hacia lugares más lejanos que te salvan el día. Cuando hay turistas es más fácil que te toque algún viaje hasta bodegas alejadas por ejemplo”, comentó el taxista mendocino.
Relacionarse todos los días y a toda hora con gente nueva que se sube al coche es una “caja de pandora” que lo expone a uno a las mejores y también peores anécdotas. “Como todo trabajo en el que se interactúa con un público, están los que suben y te hablan, los que van en su mundo, o los que buscan pelear”, explicó. Si hay algo en lo que coinciden los conductores de los autos “amarillos y negros” es en que ese asiento de alguna manera también los transforma en psicólogos, y Diego lo comprueba. “Uno no puede opinar mucho porque son cosas de la vida del pasajero. Más que de dar consejos, se trata de escuchar. Y lo que se dice en el taxi, queda en el taxi”, aseguró casi como si se tratara de un código profesional.
A través de su trabajo, Diego puede observar de cerca el “termómetro social”, percibir cómo está en términos general la sociedad mendocina. “Hoy por el tema de la pandemia, hay mucho nerviosismo, la gente está bastante malhumorada y con ganas de comerse el mundo, en un mal sentido”, transmitió.
Su lugar de trabajo es la calle y allí suceden y se ven muchas cosas. “Lamentablemente vemos situaciones difíciles todos los días que te quedan en la cabeza dando vuelta. Uno ve muchas realidades que te hacen pensar cómo puede ser que vivamos o estemos así. Es bastante complicado ver cómo viven niños y familias en alguno barrios”, analizó.
“¿Quién es el ciego?”
A los ojos de Diego la sociedad mendocina se caracteriza por ser solidaria en contextos de crisis, sin embargo por momentos también puede pendular hacia un extremo de falta y para ese análisis se valió de una situación que vivió recientemente. “Estaba en el auto parado en el semáforo de Rivadavia y Patricias Mendocinas y había un hombre ciego esperando para cruzar la calle. Le pasaron siete personas por al lado, las conté, y ninguna se ofreció a ayudarlo. Dejé el auto con balizas y me bajé para ayudarlo. Uno se queda pensando en cómo puede ser que pasen en esas cosas”, reflexionó y dejó un claro mensaje sobrevolando.
“Espero que nos ayudemos un poco más entre nosotros, sería lo más positivo que podemos hacer”, finalizó.