Mauricio Zuleta, Don Mauricio, nació en La Paz, provincia de Mendoza, el 22 de septiembre de 1923, y a pesar de que su infancia estuvo signada por momentos dolorosos, supo construir una vida de familia, de trabajo y de gratificaciones.
Por eso, el pasado domingo 24 celebró nada menos que 100 años de vida rodeado del afecto de hijos, nietos y bisnietos en la casa que comparte con uno de sus hijos y su nuera en el barrio Tomás Godoy Cruz, ex barrio Las Ranas, frente a las vías del ferrocarril.
Hijo de Ponciano Zuleta y de Victorina Navarro, fue el menor de tres hermanos, Francisca y Nicolás. Mauricio quedó huérfano de padre y madre cuando era un bebé y, a partir de allí, fue criado por un tío del que guarda los recuerdos más tristes.
A la pobreza de su infancia se sumó una crianza llena de violencia y maltrato. Lo hacían dormir en el piso, en una bolsa de arpillera. Con sus padres no le había ido mejor: su papá era alcohólico y su madre murió tempranamente a raíz de una enfermedad.
Así, deambulaba por las calles y comía de los desechos. Recién cuando cumplió los 18 pudo denunciar aquel maltrato de su familia adoptiva, se independizó, cumplió con el servicio militar y aprendió enfermería.
Más tarde, ingresó al rubro de la construcción, donde comenzó trabajando como albañil a instancias de unos italianos que le enseñaron el oficio. Claro que, más tarde, la actividad que le dio de comer durante toda su vida y que le permitió criar a sus hijos, fue el ferrocarril, de donde se jubiló como fue maquinista del tren “El Zonda”, que hacía el recorrido de La Paz a San Juan.
Don Mauricio se destacó por ser un vecino solidario y comprometido. Así, recuerda con gran precisión sus épocas como presidente de la Unión Vecinal del barrio.
“Conseguí que se hiciera la escuela Ferrocarriles Argentinos. Para eso tuvo que hablar mano a mano con el propio gobernador de aquel entonces, el brigadier Jorge Sixto Fernández, quien me prometió edificarla en apenas dos meses y cumplió”, recuerda, en diálogo con Los Andes. También hizo colocar los demás servicios, agua, luz, telecable y asfaltado de calles.
Viudo, Don Mauricio se casó con Pilar Neira, a quien conoció siendo vecino. Con ella tuvo cinco hijos: Ester; Roberto Nicolás; Carlos; Aldo Andrés y María del Carmen. Es, además, un orgulloso abuelo de 12 nietos y 18 bisnietos.
Mauricio no toma medicación y su salud es de fierro, aunque, claro, el paso de los años se hace nota en su cuerpo y caminar le cuesta bastante, señala su nieta Marlen.
Y acota: “Siempre alentó a sus nietos al progreso, a que se fueran del departamento en busca de nuevos horizontes. Y a los nietos que se iban a estudiar afuera los ayudó económicamente”.
Tal vez por su crianza, repleta de carencias afectivas, don Mauricio es un hombre frío y distante “como los de antes”, aclara su nieta.
“No suele dar besos y abrazos, por eso cada vez que lo saludamos le damos la mano. No es muy cariñoso pero siempre que algo sucede en la familia, está presente. A su manera siempre nos ha demostrado todo su amor”, lo define Marlen.
También confiesa que si bien adora a todos sus descendientes, tiene dos “regalones”, Fernando y Mauro, dos de sus nietos. “Son sus preferidos, siempre lo admite”, aclara. Del mundo moderno, Mauricio solo suele decir que el dinero antes valía y mucho, a diferencia de estos tiempos.
Confiesa, además, que la receta para vivir muchos años es creer en Dios. “Rezo todas las noches”, aclara Mauricio, que vive junto a su hijo y su nuera Ana, quien se encarga de los mandados, la comida y su asistencia.
“Hemos vivido muchos años con mi abuelo y si bien nosotros nos independizamos, mi mamá, que es su nuera, es quien se encarga de atenderlo porque mi papá trabaja en San Luis”, cuenta Marlen.
“Mi mamá siempre dice que tiene un carácter muy fuerte y es verdad, pero la convivencia es muy buena porque él, muchos años atrás, fue como un padre para ella”, evoca. Por eso Mauricio hoy se siente agradecido y no es para menos: Ana también cuidó a su suegra, que padecía Mal de Alzheimer.
“¿Qué es lo que más recuerdo? Sus canciones, cantábamos juntos. También me inculcó tomar té de cedrón desde muy bebé y es una costumbre que me quedó para toda la vida. Con todos sus nietos hizo lo mismo”, recuerda.
Nada resultó fácil en la vida de Mauricio, especialmente durante sus primeros años de vida. También la muerte de dos de sus cinco hijos, Carlos y María del Carmen, lo marcaron para siempre. Sin embargo, esos episodios tristes de su vida no hicieron más que fortalecerlo.
Por eso el domingo 24 se levantó con una sonrisa y se preparó para el festejo de sus cien años de vida. No faltó nadie a la cita. Y aunque es un hombre serio y de pocas palabras, ese día sonrió en cada fotografía y agradeció el largo camino recorrido.