Don Nacho empezó la escuela a los 80 años para poder escribir canciones

Ignacio Lucero no pudo estudiar de pequeño porque debía trabajar. Sufrió burlas por ser analfabeto pero hoy es alumno de un Cebja en Ciudad y asegura que va camino a componer sus propios temas.

Don Nacho empezó la escuela a los 80 años para poder escribir canciones
Entre las canciones melódicas, los boleros son la “especialidad” de don Nacho. Practica cada día para plasmar en papel con su letra las composiciones que tiene en la cabeza. | Foto: José Gutiérrez / Los Andes

A pesar de ser un hombre alegre y extrovertido, Ángel Ignacio Lucero (83), más conocido como “Don Nacho”, sintió vergüenza durante gran parte de su vida. Todavía le parece que fue ayer cuando era sólo un niño y veía pasar a los chicos rumbo a la escuela con sus guardapolvos blancos, inmaculados. Muchos se le burlaban, le decían “bruto” porque Nacho no tenía esa posibilidad. Pero casi 80 años después tuvo revancha: se inscribió en un Cebja en la Ciudad de Mendoza y comenzó a aprender a leer y escribir para poder componer canciones.

Es que él seguía soñando con aprender, con ser un alumno ejemplar y con convertirse en artista. De pequeño amaba cantar y, a pesar de que su entorno no lo acompañaba, deleitaba con sus boleros a propios y extraños mientras cargaba tachos de uva o pegaba ladrillos en sus trabajos temporarios.

“Sentía vergüenza, una vergüenza que todavía no me la olvido. Lloraba porque creía que la escuela no era para mí y recién mucho tiempo después entendí que mi papá estaba equivocado. Yo tenía un afán loco por aprender y me sobraba capacidad y talento para llegar lejos. Cantaba en todas partes, soñaba con subir a un escenario, pero la vida me llevó a trabajar duro para el bolsillo de mis padres”, repasa al borde de las lágrimas.

La vida lo curtió, le dio templanza, un trabajo digno y una hermosa familia. Eso sí: la vergüenza nunca se la quitó de encima. Era una “mochila” que llevaba a todas partes, tan pesada como el don que sentía tener con su voz.

Lo cierto es que debieron transcurrir más de 70 años para que don Nacho se decidiera a escuchar el consejo de sus hijos Diego y Patricia, tomara coraje y se anotara en la escuela 3008 Juan Esteban Pedernera, de Ciudad.

“Soy honrado, respetuoso, un hombre de bien. No soy ni más ni menos que nadie y un día dije basta. Me anoté porque no soportaba más ser una persona analfabeta pero, principalmente, para empezar a componer mis canciones. Es mi sueño más profundo y estoy empezando a lograrlo”, agrega.

Respaldo familiar

Nacido el 2 de agosto de 1940, Nacho es viudo desde hace más de 20 años y abuelo de Yamila, Abigaíl, Matías y Pablo. Todos lo alentaron a que progresara a través del estudio, a que dejara atrás su tabú y se animara a sentarse en un aula frente a una maestra.

Finalmente, se decidió por una escuela de adultos situada en la Capital mendocina, a unas 30 cuadras de su casa, en Godoy Cruz, y a la que acude religiosamente en colectivo. Su asistencia es perfecta.

Foto: José Gutiérrez / Los Andes
Foto: José Gutiérrez / Los Andes

“Leer me resulta más fácil porque practico muchísimo. Pero escribir es más complicado. Me siento en la mesa y mi hija me prepara dictados. Sin ese gran paso no podré entender las partituras ni escribir las letras que tengo pensadas en la cabeza”, advierte, mientras ríe.

“Bendecido y sanito”, tal como se define, Ignacio se considera un hombre cristiano y profundamente sensible. Tal vez por eso sufría tanto cuando los chicos que pasaban por su casa camino a la escuela se burlaban de su supuesta ignorancia. “Claro que ahora el trato que recibí de parte del colegio fue muy importante para que decidiera quedarme. Me tratan con mucho cariño. No sé con exactitud en qué grado estoy y tampoco me importa demasiado. Lo único que me importa es aprender”, confiesa.

El sueño del artista

Las canciones melódicas, principalmente los boleros, son su “especialidad”. En la escuela es “la voz” y también lo fue alguna vez siendo muy chico, cuando un cantante amigo lo llevó a conocida pizzería céntrica y lo presentó como su discípulo. Incluso llegaron a decirle “Gardelito”, en alusión a Carlos Gardel.

“Ojo, nunca me agrandé. Soy más sencillo que moneda de cinco, pero todavía me acuerdo de los aplausos. Me fui lanzando de a poco. Sentía una gran emoción y me ví convertido en un verdadero artista, pero el destino me llevó por otros caminos”, reflexiona hoy don Nacho.

Después de haberse desempeñado en muchísimos trabajos desde muy pequeño, finalmente Nacho se jubiló en Obras Sanitarias. Durante muchos años se desempeñó en la tropa de albañiles y reparadores de caños.

Nunca dejó de ser una persona positiva a pesar de los avatares de la vida, que no fueron fáciles. “Creo que el logro más importante es no haber abandonado mi sueño. Muchos me preguntan cómo me inscribí en la escuela pasados los 80 años y yo respondo siempre lo mismo, que tengo talento y capacidad de sobra. Sólo que me faltó la oportunidad”, diferencia.

Ídolos y referentes tiene a montones, según señala, aunque su principal es Julio Alfredo Jaramillo Laurido, un cantante y compositor ecuatoriano apodado “El ruiseñor de América”. Logró gran fama en numerosos países de Sudamérica por sus interpretaciones de boleros, vals, pasillos, tangos y rancheras.

Alumno ejemplar

Don Nacho es puntual en la escuela: a las 19 ingresa, impecable, al aula asignada que comparte con otros compañeros de diferentes niveles. Un docente se encarga de enseñar los contenidos de acuerdo con el nivel de cada uno. “Pero cuando llego a casa repasar y cumplir con la tarea es esencial y en eso tengo mucho para agradecerle a mis dos hijos, con quienes vivo. Mi hija, especialmente, me ayuda muchísimo”, insiste.

Y es Patricia quien ahora define a su padre con orgullo: “Sé que es un ejemplo de tenacidad y voluntad. Es él quien tiene un profundo deseo de aprender y todo lo que evolucionó es mérito suyo”.

Manso, de corazón humilde, respetuoso y honrado. Así se lo puede definir a este abuelo que supo no darse por vencido más allá de los obstáculos y del paso del tiempo. “Todos sabemos que los más jóvenes aprenden rápido, pero a mí me cuesta. Sin embargo, pude dejar atrás el miedo y la vergüenza. Lo hice porque solo yo, que lo viví durante años, supe en carne propia lo que es sentirse una persona nula por no saber leer ni escribir”, cierra emocionado.

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