En el momento más difícil de su vida, cuando estaba sumida en la depresión y la desesperanza, Miriam Ortiz, una mujer mendocina de La Paz, encontró una razón de vivir: ese motor se llama Dana y tiene 8 años.
Miriam, que hoy tiene 62 años y es abuela, se había mudado a Villa Cañás, en Santa Fe, en busca de horizontes de progreso tras una fuerte granizada que la dejó sin nada. Siempre junto a su esposo, ya fallecido, a quien define como el amor de su vida, durante largos años consolidaron en esa ciudad su familia y criaron a cuatro hijos biológicos (Andrea, Leticia, Débora y Sebastián) y otros tantos de la calle, abandonados o sin techo.
Su casa de Villa Cañás se había convertido en una suerte de refugio, donde incluso acudían embarazadas o personas con bebés a quienes Miriam y su esposo cuidaban mientras salían a trabajar.
Cuando una mañana llegó a la terapia intensiva del hospital público de esa ciudad una bebé discapacitada que, además, había sido castigada por su mamá, la llamaron a Miriam para ofrecerle la responsabilidad de su cuidado. El municipio conocía su accionar. Ella, por su parte, había quedado viuda, sentía que no podía “levantarse” y en ese momento no supo qué hacer.
“Inmediatamente me acerqué al hospital y la vi. No pude desentenderme. Era una beba abandonada que necesitaba una mamá y así comenzó nuestro camino. Fue duro y sacrificado por las muchas patologías de la nena, fractura de cráneo, daño cerebral, toxoplasmosis, ceguera y mucho más”, relata Miriam.
Le otorgaron documentación provisoria y, tiempo después, obtuvo la adopción definitiva. Hoy la chiquita tiene nombres y apellido: Dana Marina Ortiz.
“La primera prueba de fuego fue su derivación al hospital Garrahan apenas la conocí. Estuve un año internada con ella casi sin saber quién era. Fue una gran prueba, tal vez la más difícil de mi vida, y salimos adelante”, recuerda.
Nacida y criada en el departamento del Este mendocino, Miriam decidió hace poco más de un año regresar a su tierra de origen, donde sabía que contaría con todo el apoyo que necesitaba. Y así fue.
“Previamente una abogada de Santa Fe me ayudó muchísimo con los papeles de adopción. Eso me permite hoy asegurarme la crianza de la niña y una gran tranquilidad, así como su pensión por discapacidad que ya empezó a percibir, y la tramitación de su obra social”, comenta.
Lo cierto es que se mudó a La Paz con unos ahorros que tenía y pudieron alquilar una vivienda. Con ellas vive también Rómulo, papá de Miriam y abuelo de Dana, de 84 años.
El respaldo de su gente
Miriam confiesa que su vida dio un vuelco impensado desde que regresó a su tierra de origen y hace mención a la gran cantidad de personas que le dieron una mano importante. Entre ellas, Noelia Rolón, madre de un hijo con parálisis cerebral y toda una referente de personas en esa condición en La Paz.
También valora la labor humana del intendente Fernando Ubieta, que puso a disposición un equipo para que Dana tuviera una pensión y atención adecuada en materia de salud.
“Apenas llegué a Mendoza, Noelia me abrazó y me aseguró que me ayudaría. Nunca voy a olvidar lo contenida que me sentí. Por eso insisto en que todos tenemos que ayudar con lo que sea, pañales, alimentos, ropa. Hay muchas necesidades. Hoy estoy en el hospital Humberto Notti a la espera de un turno gracias al traslado que posibilitó ella y el área de Acción Social del municipio”, sostiene Miriam.
“Siempre he costeado todos los gastos sola, es la primera vez que siento que tengo ayuda. Dana necesita muchísimas terapias y hasta tanto la obra social comience a correr, me prometieron que nada le faltará”, agrega.
Desde que la familia se mudó a Mendoza y gracias a las atenciones recibidas, Dana mejoró muchísimo, relata Miriam, quien suele hacer trabajos de artesanía aunque ahora no puede trabajar por la demanda permanente de su hija.
“Se perdió mucho tiempo y estamos tratando de recuperarlo. Hoy ella va a la escuela especial de La Paz y está muchísimo mejor. Tiene una gata, Luna, y una perra, Mila. Es una nena celosa, con trastornos de la conducta, pero muy cariñosa y sensible. Ama jugar con sus animales, con sus robots y sus pelotas. Llevamos una vida feliz”, reflexiona su mamá.
“Camina, habla, se expresa y a veces me dice: ‘Te amo, ma’. Aprovecho para aconsejarles a las personas solas, deprimidas, personas que creen que no podrán salir adelante, que piensen en todo lo que brinda un niño. No digo que sea fácil pero es una inyección de vida. Me iré algún día de este mundo con la satisfacción del deber cumplido, de haberle dado a mi hija una familia, de haber logrado que se independice”, cuenta emocionada.
Y concluye: “Muchos chicos como Dana terminan en un lugar que al Estado le cuesta poco o nada. Veo que nadie lucha por estas personas. Puedo asegurar que, junto con mi hija, formamos un gran equipo. Siento que ella hizo más por mí de lo que yo por ella”.