Al promediar el siglo XIX el cacique sioux Sealth respondía de la siguiente forma a una propuesta de un funcionario del gobierno de Estados Unidos. “La tierra no nos pertenece, somos nosotros los que pertenecemos a ella”.
Muchas personas en el mundo comparten el concepto de Sealth. Científicos, filósofos, intelectuales, y gente sensible a los abusos que el ser humano ha cometido y continúa haciéndolo con el uso y consumo de los recursos naturales.
Así, la población humana sigue creciendo mientras que el resto de los seres vivientes vienen decreciendo. Según la científica inglesa Alice Bell, las previsiones más recientes de las Naciones Unidas (ONU) estiman que entre quinientas mil y un millón de especies se encuentran en peligro de extinción, algunas de ellas en pocas décadas.
Los ecosistemas se siguen alterando lo cual desorganiza la vida humana y hace perder de vista lo que necesitamos, que es tener bosques sanos, cauces limpios, suelos ricos, humedales, agua limpia y toda la infraestructura necesaria para cursar nuestra vida en armonía con la naturaleza.
Nosotros somos los responsables de la alteración del clima y consecuentemente somos los que debemos resolver la crisis generada, y por más que le demos vueltas al asunto, concluiremos que no hay ninguna fuerza o energía racional que nos pueda sustituir.
El investigador británico Matthew Taylor afirma que el 10% más rico de la población mundial es responsable por casi la mitad de las emisiones de GEI (Gases de efecto invernadero) producidas por el estilo de vida que ese grupo poblacional ha adoptado. Por el contrario, el 50% más pobre solo es responsable del 10% de dichas emisiones, aunque esto no la exime de responsabilidad.
Por primera vez en los 4.500 millones de años que tiene la Tierra se percibe una única especie habitante de ella que determina el futuro de todas las demás, lo que es evidente a partir de momentos con eventos ocurridos muy significativos para la humanidad lo que hace pensar en una nueva era geológica que es la que estamos viviendo.
Hay aún bastante discusión sobre la era del Antropoceno a la que se adjudica el inicio del cambio del clima que estamos sufriendo.
Algunos eminentes científicos, como el biólogo americano Eugene F. Stoermer, habían sostenido en 1980 que el Antropoceno, era la nueva era geológica en la que el hombre confirmó su predominio en el planeta, concepto que fue popularizado en el año 2000 por el científico neerlandés Paul Crutzen y no obstante, aún se sigue discutiendo acerca de cuándo fue el principio de la era.
Se ha llegado a afirmar que el comienzo ocurrió con el inicio de la era nuclear (1945). Otros han opinado que fue el descubrimiento del plástico que vino como necesidad de sustituir sustancias naturales a partir de finales del siglo XIX, recibiendo gran impulso por sus aplicaciones militares en la primera mitad del siglo XX y la posterior gran difusión en el mundo industrial.
El biólogo americano Paul Ehrlich afirma que el ingreso a la sexta extinción podría ser también el inicio de la nueva era porque según él un 40% de los mamíferos del planeta ya tienen su hábitat reducido.
Finalmente, la tendencia más dominante en la ciencia ambiental parece ser que el inicio está vigente a partir de la segunda mitad el siglo pasado con el desequilibrio en los ecosistemas producto del dramático crecimiento de la población mundial. Ese fenómeno fue llamado de: “La gran aceleración” por el químico americano Will Steffen.
No obstante, parece ser que la base fáctica que fue generando el concepto de la nueva era geológica ha sido la revolución industrial, iniciada a fines del siglo XVIII a partir de la cual la atmósfera comenzó a calentarse por el uso masivo de combustibles fósiles para producir la energía que precisó el tiempo de las máquinas para la producción de bienes de manera industrial. Pero fue recién a partir de la mitad del siglo XX, cuando este proceso tomó las inmensas dimensiones que podrían justificar el cambio de era.
Expresado esto, acerca de los desequilibrios en los ecosistemas, pasamos a analizar brevemente los efectos de lo que hemos llamado cambio de era, lo cual se manifiesta por el impacto ambiental que ello ha producido.
La subida del nivel de los océanos producto de los deshielos glaciarios ha producido invasiones de tierras costeras bajas, islas y atolones, situaciones que han producido y producen migraciones importantes según la densidad poblacional de cada lugar. Pero no es sólo eso, también ha generado contaminación al salinizar los suelos.
Los huracanes, muchos de los que han ocurrido en el presente siglo han sido más violentos y destructivos que los que hemos vistos anteriormente. Han generado pérdidas de vidas, materiales y bajaron la productividad de tierras, entre otros efectos.
Las sequías producto de comportamientos erráticos del clima como altas temperaturas concentradas en lugares no habituales, muchas veces con incendios asociados y sus nefastas consecuencias en los ecosistemas y en la producción de alimentos.
Ondas de calor extremas por lo menos cada lustro que hasta podrían ser más repetitivas con peligros de vida en la población.
Grandes migraciones generadoras de conflictos sociales y políticos. Se ha pronosticado que habrá más de 140 millones de migrantes climáticos para 2050.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha calculado que el 90% de la población mundial viven en lugares en los que la calidad del aire supera los límites de seguridad. Cada año dice, mueren cuatro millones de personas por causa de la contaminación del aire.
Los océanos reciben ocho millones de toneladas de plástico todos los años y esto más las actividades extractivas de gas y petróleo, así como algunos metales del suelo marino ha hecho que, según las Naciones Unidas (ONU), 270 especies se hayan visto afectadas.
La tala de bosques no se ha detenido. La ONU cree que 1.500 millones de hectáreas de ecosistemas naturales se han convertido en tierras de cultivos o de pasto para alimentación de ganado, algo muy relacionado con el desmedido aumento de la población humana en los últimos 70 años.
La humanidad ya sabe que las soluciones pasan por energías limpias, pero también por muchos otros recursos como vehículos eléctricos, edificios inteligentes, reciclado, rehúso y tratamiento de aguas, eliminación de plásticos con bacterias, eliminar la flatulencia del ganado con vacunas o remedios, energía basada en hidrógeno, plantación masiva de árboles, cuidado de los cauces y espejos de agua, regeneración de la vida silvestre en los parques nacionales y muchos más.
El hemisferio norte ha sido responsable de mucho de lo bueno en el mundo, pero también de lo malo porque a pesar de tener los medios para reorientar el rumbo hacia una convivencia armónica de la vida todavía transita por la senda de la violencia, tal como lo estamos viendo en la Europa del Este.
Nadie hoy todavía podría determinar el impacto ambiental de semejante destrucción en la región. Su efecto principal en los ecosistemas es la contaminación atmosférica generada por miles de toneladas de material químico venenoso producto de los explosivos arrojados para destruir vidas y bienes.
Infelizmente, mientras no vuelva la sensatez, el mundo no tiene garantizada una vida confortable e indefinida en el tiempo. Los jóvenes de hoy podrán ver si algo cambia para en 2050, según los parámetros fijados por la ciencia. Por ahora, mientras millones luchamos por un planeta sustentable siempre aparece un poderoso Putin que decide ir por el camino errado.
Un término que designa retrocesos
El término Antropoceno se ha creado para designar las repercusiones que tienen en el clima y la biodiversidad, tanto la rápida acumulación de gases de efecto de invernadero como los daños irreversibles ocasionados por el consumo excesivo de recursos naturales.
*El autor es periodista especializado en temas ambientales
Edición y producción: Miguel Títiro - mtitiro@losandes.com.ar