José Alberto Vicente era un niño cuando sus tías le obsequiaron una cámara fotográfica. Corría el año 1960 y ese regalo que tanto anhelaba lo marcó para siempre. De allí en más nunca se desprendió de la actividad incluso hasta el día de hoy, casi rozando los 70.
Fue el punto de partida de un largo camino junto a los viejos rollos de 24 o 36 fotografías, los clásicos negativos y los flashes cuadrados que se colocaban sobre la cámara y “disparaban” hasta hacer quedar ciega a la persona que posaba para la imagen.
Tanta era su pasión por la fotografía que, casi sin querer, comenzó a coleccionar distintas piezas del rubro, desde las más antiguas hasta las más modernas, ya que hoy José continúa obteniendo interesantes imágenes, aunque de manera digital.
Tal vez por eso, y hoy con una recopilación de más de 400 piezas de muchísimo valor afectivo, entre las que figuran también algunas filmadoras y ampliadoras, confesó a Los Andes que no quiere irse de este mundo sin antes cumplir su sueño, abrir un museo fotográfico.
“Siempre dije que es mi máxima aspiración, un lugar donde puedan acudir estudiantes, escuelas, turistas y público en general para conocer el antepasado de la digitalización y los secretos del antiguo revelado de fotos”, comentó.
José dijo que el lugar es casi un hecho, aunque debe cumplir numerosos requisitos para su habilitación municipal, como seguridad, higiene, accesos para discapacitados, etc.
Se trataría de un local que incluso cuenta con un subsuelo donde, anticipa, podrían exhibirse diversos cuadros con sus mejores fotos premiadas en distintos concursos.
“Es una esquina muy linda cercana a la Nave Cultural y donde pasa el colectivo turístico”, dijo José, aunque aclaró que no es fácil cumplir los requerimientos correspondientes exigidos por las autoridades culturales.
“No quisiera que se pierda nada de todo esto que he logrado recopilar con los años, me gustaría que alguien lo continúe. Por el momento es un proyecto que debo concretar de manera individual, si bien tengo gente que me apoya, económicamente lo tengo que afrontar solo”, aclaró.
José comenzó su carrera siendo un niño, en la escuela Hipólito Yrigoyen, cuando oficiaba de fotógrafo de un grupo de niños periodistas en el aula. Más tarde, al finalizar la primaria, sus tías le obsequiaron la cámara de 35 milímetros que aún conserva.
De allí en adelante, en forma paralela con su trabajo en la Compañía Argentina de Teléfonos (ex Telefónica de Argentina) se dedicó a participar de numerosas exposiciones y concursos.
Recuerda especialmente una de ellas realizada en los años 90 relacionada con las ruinas incas, donde incluso pudo obtener valiosas imágenes de arqueólogos trabajando en el lugar.
También es fanático de los paisajes y de las fotos ambientadas en la naturaleza.
En su colección también atesora numerosos elementos modernos y cámaras digitales que adquirió y que le han regalado con el tiempo.
“He tenido mi laboratorio blanco y negro que me ha dado numerosas satisfacciones. Me costó muchísimo adaptarme a la era digital, me resistía, pero finalmente lo hice”, cuenta, para agregar que participa y ha participado de numerosas agrupaciones y peñas relacionadas con el rubro.
Agrega que este hobby que tanto le apasiona se gestó de manera individual. “Nadie me lo inculcó, al igual que el coleccionismo. Suelo reunir monedas y estampillas, además de cámaras fotográficas”, señala.
José es consciente de que su iniciativa es ambiciosa pero no por eso imposible y que, de adquirir la propiedad, deberá iniciar una obra adaptada a este tipo de emprendimiento.
“Ya en casa no tengo espacio para tantas piezas y además quiero mostrarlas. Hoy estoy jubilado y tengo el tiempo para hacerlo y ocuparme. Solo necesito un poco más de apoyo”, sostiene y deja su contacto: 2616 12-3592.
Hijo de Julián de la Cruz Vicente y de María Teresa Privitello, José Alberto tiene en su perfil de whatsapp una imagen que lo pinta de cuerpo entero y delata su predilección por la típica foto artesanal en blanco y negro.
Allí posa él, de unos seis años, junto a sus padres en la emblemática escuela primaria Hipólito Yrigoyen, en un primer día de clases. Y sueña, incluso, con exhibir esa vieja foto en un cuadro.