Después de 30 años de permanecer en estado de abandono total, dos de los cuatro relojes del edificio municipal de San Martín volvieron a marcar la hora. Se trata de una maquinaria compleja, construida en 1941, cuyos planos, repuestos y todos los secretos para mantenerlo a punto se los llevó a la tumba un viejo relojero de esa ciudad.
Fue Roberto Bullares, un técnico de 62 años que trabaja en Defensa Civil de esa municipalidad, quien se ofreció a principios de este año a “curiosear” y ver si podía desentrañar el problema con las agujas y engranajes del patrimonio “chacarero”. Enseguida, su amigo de la infancia, el ahora intendente Raúl Rufeil, le dio el visto bueno.
Después de cuatro meses de observar, probar, armar y desarmar piezas, Bullares, que no es relojero profesional, pero sí entusiasta y apegado a los desafíos más insólitos logró darle vida nuevamente al emblemático reloj enclavado en lo alto del Palacio municipal.
Eso sí, el trabajo no está terminado “para nada”, y aún depende de él casi a diario para darle cuerda con el fin de que no atrase la hora, aclara Bullares, a cargo del área de Comunicaciones y especialista en Electrónica.
“El reloj ya está andando, pero tengo que darle cuerda cada cuatro días. Si no, se para y no da la hora por la falta de corriente. Debería inaugurarse cuando vaya el vidriero a arreglar los vidrios rotos o el electricista a instalar un sistema eléctrico nuevo para que no dependa de alguien que le dé cuerda. El Raúl (por el intendente Rufeil) se apuró y le contó a todo el mundo. Hasta el gobernador lo sabía. ¡No se calla ni un poquito!”, despotricó el técnico, claramente habituado al bajo perfil.
En diálogo con Los Andes, Bullares contó que se trata de una máquina para cuatro relojes y que, por ahora, logró que funcionen dos. Es que a la otra mitad le faltaban piezas clave, mientras que las cajas de transferencias que van en las agujas tenían velocidad y pesos totalmente diferentes, según explicó el hombre nacido y criado en San Martín.
No obstante, el arreglo de los dos relojes que hoy se lucen en el edificio municipal fue, para este especialista en electrónica, una tarea titánica. Es que no contaba con conocimientos previos de relojería. “Solo sabía dar cuerda o poner pilas al reloj de muñeca”, dice divertido. Y, para peor, no había rastros de información sobre el circuito de la máquina en ningún documento oficial de la comuna. Él último hombre en conocerlo fue Antonio Fortte, el relojero que estuvo a cargo de su mantenimiento hasta finales de los años ‘90.
“Fortte no les pasó información a los relojeros de acá, así que nunca se pudo hacer nada. Se murió y nadie lo tocó más. Es más, creo que nadie se dio cuenta el día en que dejó de dar la hora exactamente”, supone el técnico electrónico.
Por eso es que se le ocurrió ejecutar un plano manual para poder entender el circuito en su cabeza, luego de varios días de observación. Luego convocó a Jorge Salomón, relojero de San Martín, para trabajar juntos en la odisea. “Estamos dispuestos a recibir a quien quiera conocerlo y aportar conocimiento u opinar. No puede quedar en manos de una sola persona esta información”, plantea Bullares, quien jura que no cobró un centavo extra por el arreglo, más allá de percibir cada mes su salario municipal.
“Subo 80 escalones casi todos los días”
El técnico recuerda que fue un caluroso día de marzo el primer día en que subió los 80 escalones que lo llevaban a la cúpula del edificio municipal y así poder ver qué pasaba con el deteriorado reloj. Cuenta que lo primero que se encontró fue con un engranaje completamente roto, cuyos dientes estaban gastados.
Enseguida Bullares empezó a lavarlo y se encontró con que había grasa “petrificada”, síntoma del abandono durante años, por lo que tuvo que colocar allí más de 5 litros de nafta para disolverla, y luego desarmar las partes y volver a mover piezas para deducir su complejo funcionamiento.
Para el arreglo del reloj la inversión fue mínima. Esos 5 litros de nafta para disolver la grasa, un aerosol de aceite y una grasa en aerosol, además del engranaje de plástico que sustituyó al original, hecho de bronce.
Aún, el hombre se sorprende con el andamiaje de este objeto con más de 80 años. “Es increíble lo que hicieron y cómo lo fabricaron, pero no hay casi datos sobre su historia. Es muy impresionante la sincronización, los circuitos y los tipos de sistema que lo componen. Hasta aprendí a hacer cálculos matemáticos para entenderlo”, señala.
Luego de varias semanas de trabajo, Bullares logró restaurar uno de los circuitos y, durante un mes, el reloj anduvo, pero sin dar la hora. Solo funcionaba la máquina y sin el engranaje que transfiriera el peso a las agujas.
Cuando llegó el engranaje nuevo, de plástico duro, hecho especialmente por un tornero de San Martín, Bullares acudió al conocimiento de su relojero amigo. Entre los dos finalmente pudieron poner en marcha el reloj el 17 de junio último. Y sí, esta vez con las agujas funcionando en la hora exacta.
Ahora el desafío –advierte el técnico– es evitar que se atrase la hora. Es que al principio el reloj municipal se atrasaba todos los días unos minutos; hasta hace dos días, solo un par de minutos por semana y, desde hace tres días, ya no atrasa. “Hay que ver cómo anda y qué tiempo dura. Estamos con una máquina de 1941. Todavía no está todo terminado”, apunta, exigente.
Sin embargo, ya lo felicitan sus vecinos, accedió hablar con algunos medios y hasta recibió una carta del Municipio agradeciéndole su aporte técnico y gran dedicación. “Arreglar este reloj es otro de los desafíos que me propuse en la vida. Cuando le ponés esmero, ganas y te ocupás, funciona. Esto es un chiche para mí y me ayudó a salir de la rutina”, concluye.
En busca de lo inesperado
No es la primera vez que Roberto Bullares se anima a emprender grandes desafíos. Dice que comprometerse con un reloj que no anduvo por 30 años y arreglarlo sin ser relojero es solo una de sus tantas aventuras.
Anda en moto Enduro desde hace más de 30 años; ha sobrevivido sin agua por más de 24 horas en el secano lavallino y durmió nueve noches solo en la selva tucumana y sin equipo de acampe. ¿El motivo? Adora realizar maniobras de sobrevivencia.
Quizás por su formación en Gendarmería Nacional desde muy joven, en donde aprendió Electrónica y también a superar diferentes obstáculos, Bullares, padre de tres hijos y abuelo, asegura que nunca tuvo miedo.
“Del Encón hasta la Difunta Correa me fui tres días solo, caminando. Lo había hecho antes dos veces. Primero en jeep y fuimos los primeros en cruzar el desierto durante tres días. Después quise ir en moto y lo hice. La última fue a pie”, grafica, y agrega: “Son unos médanos 300 o 400 metros de alto. Hay que estar solo en la inmensidad del desierto. El desafío era ir sin brújula, pero salí 4 kilómetros más allá de la Difunta”.
El problema es que la desorientación debido a los fuertes vientos que corrían por la zona, le valió a Roberto quedarse sin agua desde la madrugada de un sábado hasta la tarde del domingo, cuando finalmente llegó al santuario popular de San Juan.
Por eso es que lejos de pensar en su próxima jubilación para tener una vida tranquila y sin sobresaltos, el técnico electrónico asegura que ya se está preparando física y mentalmente para una travesía 4x4 en la que participará en pocas semanas. “Lo único que me preocupa es quién le dará cuerdas al reloj del municipio”, asegura.