En el Instituto José Antonio Balseiro (de la UNCuyo, en Bariloche) tenemos un retoño del manzano de Newton. Siempre me preguntan si es verdad, así que voy a contar algunos detalles, pero, primero, hablemos sobre la anécdota, que es una de las más conocidas de la historia de la ciencia. Isaac Newton, el genial físico y matemático de la Revolución Científica del siglo XVII, tuvo una de las ideas más influyentes en la historia de la ciencia al ver una manzana cayendo del árbol. Newton podría haberse comido la manzana y listo, pero no: se preguntó si la fuerza que atraía la manzana hacia el centro de la Tierra tendría alguna relación con la fuerza que mantenía a la Luna girando en su órbita.
La verdad que es una de esas anécdotas que parecen inventadas, sólo que en este caso es muy probablemente cierta. Existen varios relatos de gente a quienes el propio Newton se lo habría contado. Entre ellos están su sobrina favorita, Catherine Barton y su marido John Conduitt, Master of the Mint (presidente de la Casa de la Moneda). Catherine se lo contó a su vez a Voltaire, quien fue el primero en reproducir la anécdota en forma impresa. Conduitt lo relata así en sus memorias: “En 1665, cuando se retiró a su casa en ocasión de la Plaga, ideó [’descubrió' está tachado] su sistema de gravedad que se le ocurrió observando la caída de una manzana de un árbol.”
Conduitt se refiere aquí a la Gran Plaga de Londres, una epidemia de peste bubónica que asoló Inglaterra. En la primavera de 1665 la epidemia escapó de control cobrándose 100 mil víctimas, un quinto de la población de Londres. Ese año, el joven Isaac se graduó en la Universidad de Cambridge y, como ésta cerró a causa de la peste, se retiró a la finca de su madre en Woolsthorpe-by-Colsterworth. Allí pasó 18 meses, lo que llamó su annus mirabilis, su “año milagroso”. Tenía apenas 23 años y revolucionó la Matemática inventando el cálculo infinitesimal; formuló las leyes fundamentales de la Mecánica, renovó la Óptica y, sobre todo, descubrió el mecanismo que explicaba el funcionamiento de los astros: la gravitación universal.
Otro relato relevante es el del arqueólogo William Stukeley. Cuenta en sus memorias una visita de Newton y cómo, después de comer, salieron al jardín a tomar un té. A la sombra de unos manzanos Newton le contó que, en esa misma situación, “sentado en actitud contemplativa”, vio caer una manzana y la noción de la gravitación universal vino a su mente. Mencionemos finalmente el caso de William Dawson, amigo de Newton que éste visitaba ocasionalmente, quien había plantado dos manzanos en su jardín bajo los cuales el sabio pasaba horas en solitaria meditación, retoños del que había en el jardín de la casa de Newton.
Estos detalles, sumados al hecho de que Newton no tenía ningún motivo para inventar algo semejante, dan a la historia bastante verosimilitud. Supongamos entonces que la anécdota es cierta. ¿Sería posible identificar el árbol? Desde tiempos de Newton los paisanos de Woolsthorpe mostraban a los visitantes curiosos el árbol: un manzano en el jardín de la casa del famoso sabio. No en el huerto: el árbol famoso era el manzano del jardín. La tradición se mantuvo durante más de un siglo, hasta que el añoso árbol fue arrancado por una fuerte tormenta en 1814. Para preservarlo, se cortó un gajo y se lo plantó en casa de Lord Brownlow. Alguien trajo un serrucho y cortó unas ramas, cuya madera otros vecinos conservaron para la posteridad (haciendo incluso una silla que aún existe). Pero el árbol no murió y un dibujo de 1820 lo muestra frondoso y con dos copas: una, coronando un tronco erguido, y otra, saliendo de una rama rastrera. Desde esa fecha hasta la actualidad el árbol siguió existiendo y hoy en día puede visitarse en el jardín de la casa de Newton, convertida en museo.
Ahora bien, entre 1666 y 1816 hay muchos años. ¿Cómo sabemos que no hubo cambios en la casa y en el jardín? La verdad que éste es el eslabón más débil de la evidencia. Existen, sin embargo, dos dibujos de la casa hechos a principios y a fines del siglo XVIII respectivamente, donde pueden verse muy pocos cambios tanto en la construcción como en el jardín. Esto, sumado a la tradición centenaria de identificar al árbol específico, deja poco lugar al escepticismo.
¿Cómo llegó a Bariloche? En 1979, el presidente de la Comisión Nacional de Energía Atómica, Carlos Castro Madero (Doctor en Física por el Instituto Balseiro), durante un viaje al Reino Unido se enteró de la posibilidad de obtener un retoño del árbol histórico. Era a través de la East Malling Research Station, un instituto de investigación agrícola donde en 1940 fue propagado el retoño de la Casa Belton. Nótese que el árbol no se propagó por semilla, sino de manera vegetativa. Estrictamente, son clones. Nuestro manzano no es un descendiente: es el mismo árbol.
En la Biblioteca Leo Falicov, del Centro Atómico Bariloche, conservamos íntegra la cronología epistolar. Castro Madero, vía el agregado naval en Londres, se comunicó con la Research Station. Un experto de la institución contestó rápidamente que podían hacerlo y que sería de manera gratuita. En Buenos Aires todo se dispuso para recibir los podos e injertarlos. La última carta es de junio de 1980, en la que cuentan, al contacto de East Malling, que el histórico manzano había sido plantado en el Centro Atómico Bariloche (con homenaje al sabio inglés), y le expresan su extremo agradecimiento por la maravillosa donación.
El manzano fue plantado en el pequeño prado que se encuentra lindero a la tumba de José Balseiro, fundador del Instituto. Allí estaba cuando yo ingresé al Instituto en 1986. Habían pasado 6 años, pero seguía siendo un arbolito escuálido. Era evidente que no estaba en un buen lugar: era una zona baja que frecuentemente se inundaba, y se empezó a temer que no sobreviviera. Finalmente, el 11 de julio de 1990, se lo trasplantó con gran cuidado al lugar donde está ahora, en el mismo predio, pero más cerca de la entrada de la biblioteca de entonces.
La maniobra resultó un éxito: inmediatamente la planta se puso fuerte, creció, y al poco tiempo comenzó a dar frutos. Hoy en día es un hermoso manzano. A fines de octubre empieza a florecer, un poco más tarde que los manzanos “criollos” que hay en el campus y, cuando está a pleno, es una belleza. Hacia el final del verano se llena de fruta. Las manzanas son bastante ricas, no particularmente sabrosas pero buenas para cocinar. Yo suelo hacer mermelada, o chutney, o tarta, cuando puedo cosechar algunas. Son de la variedad Flower of Kent, aparentemente rara hoy en día, pero documentada desde tiempos de Shakespeare. Son manzanas más bien chicas y de piel verde con manchas irregulares de un rojo carmesí.
En 2021, un grupo de expertos, de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad de Cuyo, comenzó un programa de cuidados del forestal, que ya mostraba señales de envejecimiento. Además, tomaron muestras y podos para analizarlos e iniciar también nuestro propio programa de reproducción del árbol, y estamos seguros de que lo disfrutaremos mucho tiempo más. Si nos visitan en otoño, no dejen de comerse una manzana cargada de historia.
*El autor pertenece a la División Física Estadística. Centro Atómico Bariloche, Instituto Balseiro-Conicet
*Producción y edición: Miguel Títiro - mtitiro@losandes.com.ar