El escenario parece traído de la trama de un libro de ciencia ficción de los años 1950: un confuso horizonte semidesierto, con sueltas champas de yuyos que tachonan el suelo; una ruta hacia la montaña; la soledad y, de golpe, dos pozos gigantes como dos asteroides inversos que se han incrustado en la arena, dejando que el agua repose para de ese modo reflejar el cielo al que sigue reclamando. De pronto corre viento y algo más se alza, ya no ante los ojos, sino ante los oídos: son aullidos de dolor, espeluznantes porque parecen venir de otro tiempo.
Sí, todo resulta irreal y aunque a ese paisaje se lo vea en directo, o por fotos o videos, sigue resultando difícil de creer. En Los Molles, Malargüe, el Pozo de las Ánimas es una de las maravillas geológicas más impactantes en una provincia como la nuestra, Mendoza, pródiga en formaciones de este calibre.
El lugar, de gran atracción para los visitantes, se ubica a unos 58 kilómetros de la ciudad cabecera de Malargüe, en el camino a una de sus estrellas turísticas, especilalmente en invierno: el Valle de Las Leñas. De hecho, andando la Ruta Provincial 222, hay que desviarse pocos metros tras llegar a unos 7 km al oeste de Los Molles y cuando restan 12,5 km para Las Leñas.
Como explican los hacedores del sitio web Los Molles, “esta formación geológica corresponde al fenómeno kárstico denominado ‘dolina’ (o ‘torca’), originado por la transformación de los depósitos subterráneos de yeso que, por efecto de las filtraciones y napas freáticas producen una disolución del mineral y se forman enormes cavernas debajo de la superficie, los terrenos se van hundiendo lentamente, originando un constante crecimiento de los característicos conos”.
Esas torcas son dos hondonadas ciertamente sorprendentes. Una es la propiamente llamado Pozo de las Ánimas, y tiene unos 200 metros de diámetro, que caen en escarpa 80 metros hasta encontrar la superficie de las aguas y luego, si se sumerge en ellas, van 20 metros más abajo todavía. Así lo dejó en claro la histórica exploración científica llamada Cuyún Mapú, comandada por el buzo mendocino Rodolfo Rogelio Rocha, quien el 19 de diciembre de 1981 descendió a las profundidades de ambos pozos (el de las Ánimas y el más chico, usualmente llamado “de las Animitas”) para tomar mediciones y conocer su conformación.
Aquella expedición, también de gran impacto en su momento, resultó un verdadero contraste para lo que para entonces era objeto, sobre todo, de admiración turística y de invitación a la fantasía o a la leyenda.
Junto con Rocha integraron el equipo científico Juan Rodolfo Ressle, Alejandro Nasevich (director del Acuario Municipal de la Ciudad de Mendoza), Rodolfo Oscar Dessle, Rodolfo Gutiérrez, Enrique Richard y Daniel Rosales, además de técnicos del IADIZA entre otros colaboradores.
Rocha contó que la “inquietud era conocer el medio ambiente en ese pozo, fauna y flora”, y en los sondeos se sorprendieron al notar “pequeñas perforaciones, diminutos cráteres, de 25 a 30 milímetros, de los que se desprendían alternativamente burbujas. Desconocemos el motivo de este fenómeno, que puede tratarse de gas, aire o algo similar”.
Seguramente en esas burbujas que salen a superficie, o más probablemente en el viento que ingresa a las hondonadas para provocar el efecto de un gran órgano musical, se encuentran las razones físicas del sonido similar a “quejidos” o “lamentos” que los pobladores de la zona han escuchado desde tiempos remotos, sobre todo en la época en que en la zona dominaban los pehuenches, y desde donde surge la leyenda.
Del mismo modo que en la Antigua Grecia los mitos servían para dar una explicación narrativa y fantástica a los fenómenos naturales, lo mismo sucedía en las poblaciones indígenas de este lado del planeta. Los pehuenches, que era la población dominante en la región del actual Malargüe en el tiempo de la llegada de los españoles, fue un desprendimiento de los araucanos (o mapuches) del otro lado de la cordillera, el actual Chile. Aunque pudieron establecerse de este lado de la cordillera, recibían usualmente el ataque de los araucanos del otro lado, como era usual en esos tiempos en que las dominaciones, guerras y ataques existían (excepto para quienes creen que la vida prehispánica era algo así como un paraíso de la paz).
Esa tensión constante es, justamente, el origen de la leyenda del Pozo de las Ánimas.
Qué cuenta la leyenda del Pozo de las Ánimas
Enrique Guerrero, en su blog Huellas Cuyanas, ha resumido así el mítico relato pehuenche: “Como tantas veces, los araucanos regresaban con la intención de darle muerte a sus hombres, llevar cautiva a las mujeres y niños, y robarles el ganado. Por prudencia más que por temor, ágilmente (un grupo de pehuenches) se incorporaron y salieron en busca de un lugar seguro donde resguardarse. El estremecedor sonido de los gritos y el retumbar de los cascos de las cabalgaduras, presagiaban un trágico final. Cuando sus energías se habían agotado y estaban prontos a rendirse, se produjo un gran silencio. El galope de los caballos enemigos cesó y los gritos se apagaron. Asombrados y atemorizados, se guarecieron tras una gran roca, hasta que el alba disipó las sombras de la noche. Cuán grande sería su sorpresa, al salir de improvisado refugio y ver que el valle estaba desierto y sus captores habían desaparecido. Animados regresaban a la toldería, cuando gritos y quejidos, que provenían de un lugar indeterminado, llamaron su atención. Tras andar un poco más, advirtieron que se originaban en un pozo profundo y de gran tamaño, con el fondo cubierto de agua, que se había abierto bajo los pies de los jinetes, tragándolos. Ngenechen, el dios protector había acudido en su auxilio, poniéndolos a salvo”.
El comunicador Darío Mugneco, quien ha investigado sobre mitos y leyendas fantasmales de la provincia, y autor del libro Registro paranormal, dice que es “algo propio del pasado esta búsqueda de dar explicación mágica y sobrenatural, y sucede claramente con el Pozo de las Ánimas o la Laguna de la Niña Encantada. Allí está claro que los pobladores que se acercaron a ese lugar y escucharon esos sonidos, lo atribuyeron a las ánimas de sus atacantes”.
A Iñaki Rojas, escritor y artista polifacético mendocino, le llegó en 1998 el encargo de escribir un relato a partir de la leyenda. Se puso entonces a investigar y dio con el libro que el buzo Rodolfo Rogelio Rocha había escrito sobre su expedición (El Pozo de las Ánimas. Un misterio develado). Al leerlo pudo descubrir que incluso para el propio investigador, el peso de la leyenda se hacía sentir, de algún modo. “El libro es muy técnico y me aburrió mucho”, reconoce Rojas. “Pero en un momento aparece una pequeña anécdota que Rocha cuenta y que disparó la ficción de mi cuento. La historia es así: en un momento de la expedición, cuando estaban al borde del pozo, se les apareció un tipo a caballo y cuando se acercó le habló a Rocha”, continúa el escritor. “Fue ahí cuando el hombre los increpó, preguntándoles qué hacían ahí y por qué se estaban metiendo con cosas sagradas. Rocha atinó a responder que estaban haciendo un trabajo científico, y el tipo dio media vuelta y se fue en su caballo. Pero con los días, el propio investigador quedó ‘enroscado’, dudando incluso de si esa aparición de ese hombre había sido real”, completa.
Esa pugna entre los relatos míticos y la verdad que es capaz de parir una actividad científica, al parecer, sigue en tensión constante ante la contemplación de ese imponente cuadro natural que conforma el Pozo de las Ánimas: el asombro sigue vigente. El viento sopla. Y los aullidos vuelven a oírse.