Todavía conserva en la memoria aquellas tardes en las que solía tomar su lápiz y su cuaderno y corría hacia la escuela. A sus ocho años, el mundo que le ofrecía su señorita Beatriz era mucho más apasionante que el otro, que la llevaba a cosechar aceitunas en una finca de Barrancas, Maipú.
Carmen Villegas tiene hoy 57, es profesora de Economía y encontró en la docencia una forma de vida. Sin embargo, debió correr mucha agua debajo del puente y superar miles de barreras para lograr el objetivo.
“Cuando mi padre descubrió que me escapaba a la escuela, además de utilizar la varilla para castigarme quemó todos mis cuadernos en mi cara”, recuerda, en diálogo con Los Andes.
Carmen asegura que en su vida no hay resentimientos ni reproches. Así estaban dadas las cosas y las aceptó. “Fui una niña que a los 8 años le arrancaron su destino y rompieron sus sueños, pero supe ser feliz aún en esas circunstancias. Me quitaron la escuela, me obligaron a realizar tareas rurales y, sin embargo, yo seguía convencida de que había algo más allá…”, repasa, desde uno de los secundarios de adultos donde dicta clases.
La última cosecha que recuerda fue a los 15 años. De allí en adelante se mudó con su abuela a la Ciudad de Mendoza y trabajó en el servicio doméstico, en bodegas y en todo lo que estuviera a su alcance para poder sobrevivir.
La condición era no regresar a su hogar y llegar a alcanzar sus sueños que, aún de muy niña, seguían dándole fuerzas. “Pude escapar de ese destino triste y doloroso, de la violencia y de una vida rústica. Posiblemente fue mi infancia lo que hizo que naciera en mí un gran espíritu de supervivencia, una fuerza suprema que me impulsó a salir de aquel lugar e ir detrás del destino que me merecía”, evoca.
Sumida en la pobreza y casi analfabeta, Carmen conoció a Daniel, su esposo, y comenzó, así, a tener una nueva familia. “Mi familia política y la que luego formé con él”, detalla.
Sin embargo, el estudio y la formación seguían siendo una cuenta pendiente en su vida y no estaba dispuesta a resignarlo. “Me avergonzaba la ignorancia. Era madre y se me complicaba la vida cuando debía completar formularios”, resume.
Fue uno de sus hijos quien la alentó a estudiar a los 36 años y, así, se inscribió en el CEBJA “Dr. Humberto Notti” de Maipú. Otra vez, pero décadas después, se encontró rumbo a la escuela junto a su cuaderno “Gloria” y sus lápices de colores.
Ella no lo sabía, pero años más tarde, cuando estrenó por fin el título de profesora, iba a regresar a esa escuela con otro rol muy distinto, el de profesora. Y con una dignidad inquebrantable.
En el CEMS 3-248 de Luzuriaga, Carmen completó la secundaria en tres años. Inmediatamente se anotó en el Instituto IMEI, también de Maipú, para cumplir con el profesorado de Economía.
Hace más de 15 años que Carmen está “repleta” de horas y de colegios. La docencia la hace feliz y es una persona agradecida a la vida. “Me siento una docente querida, respetada. No creo que mi historia sea la más dura, hay muchísimas personas como yo que supieron llegar a la meta. Estoy convencida de que podemos llegar tan lejos como estemos dispuestos”, sostiene.
“Sólo hace falta la decisión de salir de ciertos lugares donde no queremos estar y también intentar siempre evolucionar, estudiar, sin echarle jamás la culpa a nadie por nuestro pasado. Somos los artífices de nuestro propio destino”, opina, convencida.
Carmen formó una familia sólida junto a su marido, que trabaja como transportista. Tiene tres hijos, Daniel, Roberto y Sabrina. Y se transformó para ellos en el ejemplo a seguir.
Hoy su padre ya no está y no tiene relación con su madre, pero sigue en contacto con sus seis hermanos, de quienes, por ser la mayor, fue algo así como una madre. “Mis hermanos son hombres divinos y mujeres hermosas. No tuvimos una infancia fácil pero todos se superaron y continuamos unidos”, recalca.
Carmen reparte sus horas de clase en varios establecimientos, entre ellos el CEMS 3-500, donde trabaja desde 2010; el 3-463; 3-417 y el CEBJA 3-241.
Casualidad o causalidad, elige siempre enseñar a estudiantes adultos. Tal vez porque vivió en carne propia lo que muchos de ellos hoy sienten en un aula. Pero su misión trasciende la enseñanza de Economía. Suele dar charlas y conferencias y siempre insiste en estas palabras: “Nacer no es fácil y mucho menos sortear los obstáculos que la vida va poniendo en el camino”.
“Nos enfrentamos a diario con ‘monstruos’ y de alguna manera tenemos que decidir si ellos nos comen a nosotros o si nosotros a ellos. Yo elijo lo segundo”, concluye.